Amnisos, el puerto bullicioso del norte de Creta, estaba envuelto en un aire de expectación. Durante días, la calma habitual de sus aguas había sido interrumpida por los rumores que cruzaban la isla como el eco de una tormenta distante. Los habitantes de Creta, acostumbrados a la llegada de barcos mercantes y viajeros, estaban intrigados por la reciente noticia de una embarcación especial que traía un cargamento extraordinario desde tierras desconocidas, lejanas y misteriosas. Los comerciantes y pescadores locales, que conocían el rostro de cada marinero y las mercancías de cada puerto cercano, comentaban entre susurros sobre el contenido de aquel navío y sus promesas de tesoros exóticos y criaturas extrañas jamás vistas en suelo helénico. La curiosidad se mezclaba con el temor mientras el muelle se llenaba de espectadores ansiosos.
La embarcación, desgastada pero imponente, yacía en el centro del puerto, sus velas recogidas y su proa orientada hacia la costa, como un predador en reposo. En sus cubiertas, hombres de rostros curtidos y manos callosas trabajaban con velocidad, descargando baúles pesados y estatuillas de bronce y madera esculpida, pero el interés de la multitud no estaba en aquellas riquezas materiales. Los ojos de todos los presentes se dirigían a una jaula cubierta y sellada con pesados cerrojos de hierro, custodiada por los soldados más valientes del héroe que comandaba la expedición. Los rumores decían que, en su interior, descansaba una bestia traída de una isla tan remota y desconocida que ni siquiera los dioses parecían reconocer su nombre. Una criatura de tamaño colosal, con la piel oscura y una mirada capaz de aterrar al más valiente, aguardaba el momento de ser revelada al mundo.
Entre las figuras que deambulaban por las calles de piedra desgastadas, una mujer se desplazaba discretamente, envuelta en los ropajes sencillos de un mercader. Sus movimientos eran fluidos, sus pasos ligeros como el viento, y su mirada recorría el paisaje humano con fría observación. Nadie reparaba en ella, pues su apariencia era tan común como la de cualquier viajero que iba y venía en las ciudades costeras de Creta, pero bajo aquella sencilla fachada se ocultaba la majestuosa figura de Ápate, la diosa del engaño, cuyo poder y astucia eran conocidos entre los inmortales. Aunque la multitud ignoraba su verdadera identidad, el aire que la rodeaba parecía vibrar con una energía sutil, una presencia invisible que impregnaba su entorno.
Ápate avanzaba con paso seguro, sus ojos observando cada detalle con atención calculada. Su rostro, escondido bajo una capucha, estaba envuelto en una expresión enigmática que combinaba la calma con la intriga. Su verdadero poder y su divinidad estaban ocultos a los ojos mortales, pues su dominio era el engaño, el arte de la manipulación y la ilusión. Solo aquellos capaces de ver más allá de las apariencias habrían percibido la leve distorsión en el aire a su alrededor, el sutil temblor que indicaba que la mujer que caminaba entre ellos era algo mucho más peligroso, un ser superior cuya influencia podía cambiar el curso de las vidas y los destinos.
Sus cabellos castaños claros caían en ondas sobre sus hombros, suavemente cubiertos por la capucha, pero aquellos mechones que escapaban del tejido reflejaban un brillo etéreo a la luz del sol, casi hipnotizante. Y, bajo la capucha, descansaba una corona de piedra, un símbolo simple pero inquebrantable de su linaje divino, una marca de su naturaleza inmortal. Aquella corona era un recordatorio de su estatus, de su poder, y también de su amarga relación con el Olimpo, aquel lugar que, para ella, no era más que un nido de traiciones y promesas rotas.
Desde el día en que se liberó de la Caja de Pandora, Ápate había tejido una red de intrigas y conspiraciones, una red que se extendía a lo largo y ancho del mundo conocido, con un único propósito: la destrucción de Zeus y del Olimpo. Entre todos los dioses, Zeus era el que más despreciaba. Él había sido responsable de la prisión de Nyx, su madre, en los rincones más oscuros del Tártaro, un castigo brutal e incomprensible que resonaba en el alma de Ápate como una herida sin sanar. El odio que sentía hacia él ardía en su pecho como un fuego constante, y cada vez que veía una imagen de su rostro o escuchaba una historia de sus victorias, sentía que sus pensamientos se oscurecían con deseos de venganza.
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Godzilla Asesino de Dioses
FanfictionCon la Caja de Pandora liberada, la diosa del engaño Ápate emerge para liberar a su madre Nyx del Tártaro y busca la ayuda de cierta bomba atómica con piernas. Sin embargo, la búsqueda de su madre puede llevar tiempo e incluso la sangre de otros pan...