Charles sentía el impulso de ver a Migue. La disculpa estaba en sus labios y el peso de la noche en sus manos. Mientras conducía, decidió finalmente dirigirse al departamento de Migue. Al llegar, estacionó y se quedó en el auto, observando el edificio como si aún dudara, pero el impulso de disculparse lo venció. Tomó un largo trago de la botella que tenía a su lado, y luego otro, hasta que sus pensamientos parecieron disolverse en el alcohol. Con la vista nublada y pasos tambaleantes, se bajó y caminó hacia la puerta del departamento de Migue.
Se apoyó en la puerta, dejando que su frente tocara la madera fría. Suspiró y tocó el timbre, al principio una vez, luego varias veces más, sin respuesta. Finalmente, escuchó la voz de Migue desde el otro lado, con un tono de irritación: "Ya voy", dijo, acercándose a la puerta.
Cuando Migue abrió, Charles, que se sostenía apenas, cayó hacia adelante, y Migue, sorprendido y preocupado, lo sostuvo, ayudándolo a entrar y llevándolo hasta el sofá. Mientras lo guiaba, Charles murmuraba, su voz embriagada y cargada de arrepentimiento. "Lo siento... Lo siento por todo".
Migue lo sentó en el sofá, tratando de mantener la calma. "Estás ebrio, mejor hablamos mañana”, le dijo, con firmeza, pero sin dureza. Charles, en un impulso, tomó la mano de Migue, mirándolo con una mezcla de ternura y desesperación.
“No te vayas… Quédate conmigo”, dijo Charles, su voz casi un susurro vulnerable que escondía una súplica. Migue sintió cómo las palabras lo golpeaban, revelando en Charles una vulnerabilidad que pocas veces había visto. Aun así, logró asentir con suavidad y respondió en voz baja: “Voy a la cocina. Te prepararé algo para que se te baje el alcohol”. Charles lo soltó, sonriendo con ojos entrecerrados. “Está bien, pero no tardes, por favor”.
Migue fue rápidamente a la cocina, donde preparó una bebida para aliviar el alcohol en Charles. Cuando regresó, encontró a Charles sumido en un sueño profundo sobre el sofá. Se acercó, llamándolo en un susurro para ver si respondía, pero él no reaccionaba, su respiración profunda y pausada. Con un suspiro, Migue llevó la taza a la cocina, fue a su habitación a buscar una sábana y volvió para cubrir a Charles.
Mientras lo tapaba, se quedó observándolo. Charles, quien siempre parecía tan seguro y firme, mostraba en ese momento una vulnerabilidad que lo hacía ver, a los ojos de Migue, más humano, más cercano. Migue no podía evitar el impulso de acercarse un poco más, y sus rostros quedaron a centímetros. Finalmente, reprimió el deseo de besarlo, y en su lugar, le dio un beso en la frente, suave y prolongado. Después, se levantó y se fue a su habitación a dormir.
A la mañana siguiente, Migue despertó temprano y fue a la sala, encontrando el espacio vacío. Charles ya se había marchado. En la mesita, una nota esperaba. La tomó y comenzó a leer:
“Migue, lamento lo de anoche. No debió haber pasado. Y perdona por llegar así a esa hora y en ese estado. No volverá a ocurrir. Gracias por todo.
En la recepción te dejé tus cosas que habías dejado en mi departamento”.
Las primeras líneas le arrancaron una sonrisa pequeña, pero al llegar al final de la nota, su expresión cambió. Guardó la nota con cuidado, se vistió y fue a la recepción.
Allí, la recepcionista lo recibió con una sonrisa. “Buenos días”, dijo Migue. “Buenos días. ¿Vienes por algo que te dejaron?”, preguntó ella, amable. Migue asintió, y ella le entregó una caja llena de cosas. “Gracias”, murmuró, intentando disimular los nervios mientras regresaba a su departamento.
Dentro, abrió la caja y comenzó a revisar el contenido. Entre sus cosas, una nota descansaba en la parte superior, algo arrugada. La leyó:
“En Año Nuevo no pude darte mi regalo, y sé que lo que pasó fue mi culpa. Aquí te dejo mi regalo… espero que aún signifique algo para ti”.
Migue sintió una mezcla de amargura y curiosidad al leerlo. Las imágenes de aquel Año Nuevo llenaron su mente, pero, a pesar del recuerdo amargo, la curiosidad lo impulsó a buscar entre las cosas de la caja. Al principio, no encontró nada especial, pero cuando volvió a revisar, algo pequeño cayó de entre las prendas. Lo recogió y lo observó detenidamente: era un anillo, en forma de luna y sol unidos, un símbolo perfecto del equilibrio entre luz y oscuridad, entre ambos.
Una sonrisa sincera cruzó su rostro, y se lo colocó con cuidado. El anillo, ese detalle de Charles, encajaba como si hubiera estado hecho para él. Inspirado y reconfortado por el gesto, se sentó en el sofá y comenzó a escribir su nuevo artículo. Las palabras fluyeron con una energía renovada, cada línea irradiando su pasión por el periodismo, reflejando un optimismo que contrastaba con sus pensamientos de la Noche anterior. Al terminar, publicó el artículo sintiéndose más pleno que nunca.
Mientras tanto, Charles retomaba su rutina diaria. Después del entrenamiento, subió, se duchó y se relajó en su sofá. Al abrir su laptop, el artículo de Migue apareció en pantalla, sus palabras irradiaban energía y una confianza que Charles admiraba. Por un momento, se permitió imaginar que esa felicidad estaba también dirigida hacia él, hacia el anillo que le había dado. Cerró la laptop y sonrió, satisfecho. Se levantó, fue a empacar su maleta y con un suspiro profundo, se preparó para partir hacia su próximo destino: el circuito de Baréin.
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Amor En La Última Vuelta
RomanceEn esta emocionante secuela de "Amor, Velocidad y Adrenalina," Migue y Charles regresan para enfrentar un nuevo capítulo en sus vidas. Ahora con 22 y 26 años, respectivamente, ambos han crecido y evolucionado, tanto en lo personal como en lo profesi...