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La rutina de la semana sigue su curso entre clases y estudios, pero, en el fondo, hay algo distinto. Esa chispa de emoción que siento cuando veo un mensaje de Thiago o cuando pienso en nuestros encuentros me resulta cada vez más fuerte, imposible de ignorar. Y lo más extraño es que solo han pasado unos pocos días desde que lo conocí.

Hoy, después de clases, me quedé en la biblioteca un rato más, revisando algunos apuntes y adelantando tareas. Justo cuando estaba por terminar, veo un mensaje de él en el celular.

Thiago.17
"¿Siguen los mates este finde?"

La invitación me toma por sorpresa, pero una sonrisa se me escapa. Parece que la idea de encontrarnos de nuevo también ronda su mente.

"¿Te gustaron tanto los mates que ya querés más?"

Thiago.17
"Más que los mates, me gustó la compañía 😉. ¿Nos vemos el sábado? Quizás podés enseñarme un par de cosas de medicina, así tengo una excusa para verte."

Río por lo bajo, sintiéndome como una adolescente que recibe su primer mensaje de alguien especial.

"Claro, el sábado entonces. Pero te advierto que la fisiología no es tan divertida como parece."

Thiago.17
"Estoy dispuesto a arriesgarme si es con vos. ¿Te paso a buscar a las 16?"

Confirmo la hora y guardo el celular, tratando de no darle demasiada importancia a la situación. Sin embargo, por dentro, me siento inquieta. Esta vez es diferente, porque no solo vamos a compartir mates o charlar; es como si este encuentro tuviera un significado especial, algo que ambos sabemos, aunque nadie lo haya dicho en voz alta.

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Llega el sábado, y después de pasar buena parte de la mañana estudiando y poniéndome al día con tareas, me preparo para salir. No quiero parecer demasiado arreglada, pero tampoco quiero ir demasiado casual. Finalmente, opto por algo cómodo pero bonito, con un toque especial, esperando que refleje mi estilo sin que parezca que me esmeré demasiado.

Justo a las 16, escucho el sonido de un auto frente a mi casa. Respiro hondo y salgo, encontrándome con Thiago esperándome en el asiento del conductor, con una sonrisa que hace que los nervios se me disipen un poco.

—Hola —saludo, abrochándome el cinturón.

—Hola, Ki —responde, mirándome con esa familiaridad que empieza a ser tan reconfortante—. ¿Lista para una tarde de mates y "lecciones de medicina"?

Río, asintiendo, y arrancamos rumbo a un parque cercano. Es un lugar tranquilo, con espacios verdes y algunos bancos apartados. Cuando llegamos, buscamos un lugar bajo la sombra de un árbol y nos acomodamos.

Thiago saca el mate y comienza a cebar, mientras yo preparo algunos de mis apuntes para la "lección" que le prometí. No puedo evitar notar que, aunque sus movimientos son relajados, cada vez que nuestras miradas se cruzan, su expresión se ilumina, y eso me hace sentir una calidez extraña.

—Entonces… ¿listo para un poco de fisiología básica? —le pregunto, tratando de sonar seria.

—Absolutamente —dice, pasándome el mate—. Soy todo oídos.

Empiezo a explicarle algunos conceptos sencillos, manteniéndolo lo más entretenido posible. Pero a medida que hablamos, la conversación se desvía hacia temas personales. Le hablo de mi familia, de mis amigas, de mi sueño de convertirme en médica, y él escucha atento, como si cada detalle fuera importante.

Cuando llega su turno, me cuenta más de su vida fuera de la cancha, sus propios desafíos y el sacrificio que implica dedicarse al deporte. A veces, siento que lo veo como realmente es, más allá de su rol como jugador. Su pasión y dedicación son inspiradoras, y me doy cuenta de que, al igual que yo, también está persiguiendo un sueño.

Pasamos horas así, hablando y compartiendo mate, hasta que el sol comienza a caer en el horizonte. El cielo adquiere un tono anaranjado que le da un toque mágico al momento. De repente, ambos quedamos en silencio, observando el atardecer. Es uno de esos instantes donde las palabras sobran, y solo la presencia del otro basta.

Sin darme cuenta, me recuesto en el césped, disfrutando de la brisa y la tranquilidad. Thiago se sienta a mi lado, y de pronto siento su mano rozando la mía, un toque ligero pero que hace que mi corazón se acelere. Mi primera reacción es mirar su mano, luego a él. Está observando el horizonte, pero siento que ese gesto tiene más significado del que parece.

—Es raro cómo nos conocimos, ¿no? —dice de pronto, rompiendo el silencio.

Asiento, sin atreverme a decir nada, porque siento que cualquier palabra podría romper la magia de este momento.

—A veces creo que ciertas personas aparecen en el momento justo, por una razón —continúa, mirándome finalmente—. Y, aunque no sé qué razón es, me alegra haberte conocido, Kiara.

Siento que me quedo sin palabras. Su sinceridad me desarma, y en lugar de responder, aprieto suavemente su mano, como queriendo asegurarme de que este momento es real.

Pasamos el resto de la tarde en un silencio cómodo, mirándonos de vez en cuando, con sonrisas que hablan más que cualquier palabra. Cuando finalmente decide llevarme de regreso, siento que algo ha cambiado entre nosotros. Algo sutil pero profundo, como si un puente invisible se hubiera creado entre nuestras vidas.

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Esa noche, al llegar a casa, no puedo dejar de pensar en todo lo que sucedió. Reviso el celular, esperando un mensaje suyo, y como si me hubiera leído la mente, aparece la notificación.

Thiago.17
"Gracias por hoy. Fue… especial."

No puedo evitar sonreír. Especial, sí, esa es la palabra exacta. Cada momento con él tiene algo especial, algo que nunca había experimentado.

"Gracias a vos. Creo que hoy aprendí más que vos en la 'lección'. Buenas noches, Thi."

Cierro el celular y me recuesto en la cama, sintiendo que mi corazón late con fuerza. Es extraño cómo alguien que conocí hace tan poco ha comenzado a ocupar tanto espacio en mi vida. Y aunque no sé a dónde nos llevará esto, siento una especie de certeza tranquila de que, pase lo que pase, valdrá la pena.

Cuando finalmente cierro los ojos, tengo la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, me estoy permitiendo sentir sin cuestionar. Como si, de alguna manera, confiar en lo que siento fuera suficiente.

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