Dicen que algunos silencios saben acariciar el alma mejor que cualquier palabra.
Cuentan que él nació con un silencio profundo, como si llevara en su pecho la quietud de una noche sin estrellas. Sus ojos, sin embargo, sabían hablar un lenguaje sutil y olvidado, uno que no necesitaba voz para tocar aquello que duele y consuela en la misma medida, como una herida que también es refugio.
Ella, en cambio, era un mapa de cicatrices que el tiempo había dibujado con manos crueles; un alma rota, hecha de noches interminables y recuerdos amargos que aún le pesaban en los hombros. Sus ojos llevaban el cansancio de mil lluvias, una tristeza que se había vuelto parte de su piel. Cada sonrisa era una tregua, y cada palabra, una barrera más contra un mundo que solo había sabido herirla.
Cuentan que cuando sus miradas se encontraron, algo en el silencio de él resonó con la sombra en su corazón, como el eco de una promesa que ninguno de los dos se atrevió a pronunciar. Desde ese instante, caminaban juntos en un rincón del mundo que solo ellos podían ver, un refugio hecho de susurros y pausas, donde las heridas podían mostrarse sin vergüenza y el dolor tomaba la forma de una belleza triste y compartida.
Y dicen que, sin una sola palabra, entendieron que algunas almas están hechas para encontrarse en el silencio, para amarse en los espacios entre lo dicho y lo callado, donde el amor se convierte en un abrazo invisible que, aunque no cura, hace que el peso de las cicatrices se vuelva más ligero.
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El silencio de las cicatrices ©
RomanceUn joven que no puede hablar y una mujer marcada por el dolor se cruzan en un mundo que a menudo no comprende sus luchas. Él, con su calma silenciosa, ve más allá de las heridas visibles y las sombras que la rodean. Ella, con su corazón desgastado...