El Olimpo

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El Salón del Trono era un mausoleo de mármol y oro, una jaula dorada que aprisionaba a los dioses. Cada columna, cada estatua, cada friso parecía reírse de la tristeza que carcomía a Percy. Su corazón, una piedra de moler, se movía con un ritmo lento y pesado, un eco del mar que lo había tragado y escupido.

Zeus, el rey de los dioses, estaba sentado en su trono, con una mirada fría y penetrante que recorría a Percy como un rayo. A su lado, Hera, la reina, tenía un semblante gélido, como una estatua de hielo esculpida por el dolor. Los demás dioses, como una audiencia impasible, contemplaban la escena, sin ofrecer consuelo ni alivio.

"Percy Jackson," comenzó Zeus, su voz resonó como un trueno en la sala, un sonido que desgarraba la quietud y lo obligaba a mirar al rey de los dioses, a ese ser que tanto había luchado por servir.  "Te he convocado para un asunto importante."

Percy se mantuvo firme, con la mirada fija en el rostro de Zeus,  pero su rostro era una máscara de dolor, una máscara que no podía ocultar el vacío que lo consumía. Le daba igual la solemnidad del momento, la autoridad del dios del rayo,  no le importaba nada más que el dolor que le rompía el alma.

"No le agradezco la invitación, Zeus," dijo Percy, su voz seca como la arena del desierto, áspera como la roca volcánica,  "Pero estoy aquí."

Zeus frunció el ceño. "Este es un asunto serio, Percy. La traición de Annabeth a ti y a todos los campistas es un acto imperdonable."

"No tengo necesidad de que me explique la gravedad de la traición, Zeus," respondió Percy con amargura, con la voz quebrada por la rabia y la desilusión. "He vivido la traición en carne propia."

La tensión en la sala se intensificó,  como si una tormenta se hubiera detenido en los muros de mármol. Los dioses, acostumbrados a la obediencia y al respeto, se sorprendieron por la actitud desafiante de Percy.

"No te atrevas a hablarme así, semidiós," dijo Hera, su voz cargada de reproche, como una espina clavada en su corazón. "Annabeth es una hija de Atenea, una heroína que ha luchado por el Olimpo."

"Heroína?" Percy se burló, su voz era un grito de dolor que resonó en el silencio. "La heroína que me ha roto el corazón."

"¿Cómo te atreves?" exclamó Hera, con una indignación que retumbó en el salón.

Percy levantó la mirada hacia ella, sus ojos centelleaban con una furia contenida, una furia que se había convertido en su único refugio, una fortaleza en un mundo que se le había derrumbado. "Soy un semidiós, Hera. Un hijo de Poseidón. He luchado contra monstruos, Titanes, y he enfrentado el infierno. Pero lo que Annabeth ha hecho me ha herido más que cualquier batalla. No le importa la gloria del Olimpo, no le importa la batalla contra las fuerzas del mal, solo le importa su propio bienestar. Y si eso significa romperme el corazón, no dudará en hacerlo."

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala, un silencio que se extendía como una tela oscura sobre los dioses, un silencio que absorbía incluso el sonido de las respiraciones. Los dioses se quedaron atónitos por las palabras de Percy. Nunca habían visto un semidiós desafiarlos con tal audacia. Incluso Zeus, con su poder absoluto, pareció sorprendido,  como si la furia de Percy hubiera sacudido los cimientos del Olimpo.

"Percy," intervino Poseidón, su voz era profunda como las profundidades marinas,  una voz que resonaba en su alma, pero que no lograba calmar el dolor.  "Tu dolor es comprensible, pero no debes perder de vista tu destino."

Percy se giró hacia su padre, su rostro reflejaba un profundo dolor y confusión,  como un mar tempestuoso que ocultaba las profundidades de su alma. "Mi destino? ¿Cuál es mi destino? ¿Ser traicionado por la mujer que amo?"

Poseidón se levantó de su trono, con una mirada llena de pena y preocupación,  una mirada que le decía a Percy que entendía su dolor, que compartía su sufrimiento. "Tu destino, Percy, es más grande de lo que crees. Eres el hijo de Poseidón, eres un héroe, tienes un papel importante que jugar en el futuro."

"Un papel que me ha hecho vulnerable," respondió

Percy se hundió en el trono, sus hombros encorvados bajo el peso de un dolor que no encontraba consuelo. El mar, su hogar, su refugio, le parecía ahora un abismo sin fondo, un reflejo de la tristeza que lo consumía. "Un papel que me ha hecho sufrir," repitió, su voz apenas un susurro, perdido en la inmensidad del salón.

Poseidón extendió su mano hacia Percy,  un gesto cálido que contrastaba con el gélido ambiente del Olimpo. Pero Percy no la tomó. Sus ojos se encontraron con los de su padre,  y en esa mirada se reflejaba la misma duda,  la misma incertidumbre.

"¿Qué me espera, padre?" preguntó, con una voz cargada de incertidumbre,  una voz que se quebraba ante la inmensidad de su dolor.

"Te espera un camino difícil, Percy," respondió Poseidón, su voz profunda como las olas que rompen en las costas.  "Un camino lleno de retos y pruebas, pero también te espera un camino lleno de gloria y honor."

Percy sintió un nudo en la garganta, un nudo de rabia, de decepción, de dolor.  ¿Cómo podía hablar de gloria y honor cuando su corazón se había hecho pedazos? "¿Qué me aconsejas, padre?" preguntó, con una voz que se convertía en un soplo de aire, un susurro que se perdía en el silencio.

"No te dejes consumir por el dolor, Percy," respondió Poseidón,  su mirada llena de comprensión. "Enfrenta la verdad, encuentra tu fuerza, y no te olvides de quién eres. Eres un héroe, eres el hijo de Poseidón, y tienes un destino que cumplir."

Percy asintió, con la mirada fija en su padre,  pero su corazón se sentía como un barco a la deriva en una tormenta. La traición de Annabeth le había hecho cuestionar todo lo que había creído,  le había hecho dudar de su propia identidad, de su propio valor. Su relación con Annabeth, que había sido su brújula en un mundo de caos, ahora parecía una ilusión, un espejismo que se había desvanecido en la realidad.

"Estoy aquí para ti, Percy," dijo Poseidón,  su voz profunda y llena de cariño,  un refugio en medio de la tormenta.

Percy,  en ese momento, solo podía asentir,  sintiendo que su alma se desgarraba con cada respiración.  No podía negar su dolor, no podía negar la traición,  pero tampoco podía negar su destino.

Zeus,  con una expresión impasible,  se levantó de su trono.  "Percy Jackson,  has sido convocado para un juicio."

Percy levantó la mirada hacia Zeus,  su corazón se encogió,  pero no se sorprendió.  Sabía que la traición de Annabeth,  la hija de Atenea,  traería consecuencias,  castigos,  un juicio.

"El Olimpo necesita justicia, Percy," continuó Zeus. "Y nosotros,  como dioses,  somos los encargados de hacerla prevalecer."

"Justicia?" Percy se burló,  su voz era un eco de su dolor.  "¿Y qué es la justicia para el corazón roto?"

Zeus frunció el ceño,  su mirada se hizo más gélida.  "Annabeth ha cometido un error,  Percy.  Un error que ha puesto en peligro la armonía del Olimpo.  Se le hará justicia por sus actos."

Percy se levantó,  su cuerpo se tensó,  su mirada se llenó de furia contenida.  "Es un error,  Zeus.  No una traición.  Un error."

"Percy,  calma," dijo Poseidón,  su voz profunda resonó en la sala,  un intento de calmar la tormenta que se acercaba.

"No," dijo Percy,  su voz firme.  "No hay calma.  No hay justicia.  Solo dolor."

La tensión en la sala se intensificó.  Los demás dioses,  incluso los que se consideraban neutrales,  sentían que la atmósfera se había vuelto eléctrica,  que la furia de Percy amenazaba con destruir el equilibrio del Olimpo.

"Percy," dijo Atenea,  su voz era fría como el mármol de su trono.  "¿No te has dado cuenta de la gravedad de la situación?"

Percy se giró hacia Atenea,  su mirada fija en la diosa de la sabiduría.  "No me importa la gravedad de la situación,  Atenea.  Solo me importa el dolor que siento."

"Y ese dolor se puede convertir en odio, Percy," dijo Atenea,  con un tono de advertencia.  "

El Despertar De la Leyenda 💙🔱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora