Capítulo 3: Un Regalo de las Profundidades y una Ola de Esperanza

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Las noches se convertían en un campo de batalla para Percy. El silencio del departamento, que antes le brindaba paz, ahora se llenaba de ecos del pasado. Ecos de risas que se transformaban en gritos, de caricias que se convertían en puñetazos, de besos que se convertían en traiciones.

Las pesadillas lo atacaban sin piedad. Veía a Annabeth, su rostro tan familiar pero distante, besando a otro semidiós. Las palabras, las risitas sarcásticas, lo atormentaban: "Eres un fracasado, Percy. Nunca fuiste suficientemente fuerte. Yo estoy mejor con él."

Cada vez que despertaba, el sudor frío le pegaba a la piel, su corazón latía como un tambor de guerra. El dolor era tan real como la luz del sol que se colaba por la ventana. Era un dolor que no podía compartir, un dolor que solo él podía sentir.

Durante el día, Percy se esforzaba por mantener una apariencia normal. Sonreía a su madre, jugaba con Estela, asistía a clases con la mayor concentración posible. Pero la máscara que había construido para ocultar su dolor se agrietaba cada vez más.

Las pruebas de su ex suegra Atenea se convertían en un tormento. Las pruebas para demostrar que era digno de su hija, para merecer el amor de Annabeth. Cada recuerdo de las pruebas que le habían puesto se convertía en una espina en su corazón.

"Si hubieras sido más fuerte, más valiente, ella no te habría dejado," le susurraba su mente, con un tono cruel. "¿Por qué no pudiste ser mejor?"

Las pruebas se habían convertido en un laberinto de dolor, un laberinto del que Percy no podía escapar. Se veía a sí mismo como un fracasado, un cobarde, un hombre que no podía proteger a la mujer que amaba.

Un día, mientras Percy se sentaba en el parque con Estela en sus brazos, un escalofrío recorrió su espalda. Una sensación familiar, la presencia de un dios. Se giró lentamente, buscando la fuente del poder, y lo encontró. Poseidón, su padre,  se paró frente a él, con su mirada azul e intensa.

"Percy, hijo mío," dijo Poseidón, con una voz profunda y poderosa.  "He estado observándote. Sé lo que estás pasando. Y he venido a ayudarte."

Percy se quedó atónito. No había visto a su padre desde la batalla de Manhattan.

"Padre," murmuró, con un nudo en la garganta. "No esperaba... no esperaba verte."

Poseidón sonrió con tristeza. "Sé que no es fácil, hijo. Perder a la mujer que amas es un dolor que ningún hombre desea. Pero debes ser fuerte. Debes seguir adelante."

Percy bajó la mirada. "No lo sé, padre. Siento que he fallado. Annabeth...  ella no me quiso."

Poseidón puso una mano en el hombro de Percy. "No eres un fracaso, Percy. Eres mi hijo, un héroe. Has hecho cosas que nadie más podría hacer. Y seguirás haciendo grandes cosas."

Poseidón se quedó en silencio por un momento, observando a Percy con una mirada llena de comprensión.  "Sé que te cuesta superar lo que pasó. Pero debes recordar que el amor no siempre tiene un final feliz. A veces, solo nos enseña lecciones importantes."

Percy asintió, sintiendo un pequeño rayo de esperanza encenderse en su interior.

"Y hablando de lecciones," dijo Poseidón con un tono divertido, "creo que necesitas una nueva moto."

Percy lo miró con confusión. "¿Una moto?"

Poseidón sonrió. "Sí, una moto.  Una que te ayude a sentir la brisa del mar en tu rostro, la libertad del camino abierto."

Percy no pudo evitar una pequeña sonrisa. Poseidón siempre fue un poco impulsivo, pero sus regalos siempre tenían un propósito.

"Padre, no puedo aceptar... "

Poseidón lo interrumpió, con su tono inconfundible. "No aceptaré un no como respuesta, Percy."

Y en un abrir y cerrar de ojos, una moto negra con detalles azules apareció junto a ellos. Una  Harley Davidson con un potente motor que rugía con la fuerza del mar.

"Es un regalo del océano," dijo Poseidón con una sonrisa. "Espero que te guste."

Percy la observó, su corazón latiendo con emoción. Era la moto perfecta, un símbolo de la libertad que anhelaba, un recordatorio de que el mar siempre estaría allí para él.

"Gracias, padre," murmuró, con una sonrisa genuina. "
Poseidón asintió, su mirada azul penetrante, llena de amor y comprensión. "Sé que no es fácil, Percy. Sé que todavía te duele, pero debes recordar que no estás solo.”

Poseidón colocó una mano en el hombro de Percy, transmitiéndole una calidez reconfortante. “El mar siempre te acogerá, hijo mío. Siempre serás parte de él,  así como yo seré siempre parte de ti.”

Percy cerró los ojos, respirando hondo. Las palabras de su padre resonaban en su alma, una suave melodía que acallaba el torbellino de emociones que lo atormentaba. La presencia de Poseidón le había traído un consuelo inesperado, un recordatorio de que, incluso en la oscuridad, la familia siempre estaría ahí.

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