Después del dolor, llegó la aceptación. No una aceptación fácil, no una que borrara el dolor, sino una que le permitió a Percy respirar de nuevo, aunque fuera con el pecho oprimido por la pena. Era como una niebla que se disipaba lentamente, dejando atrás un cielo gris, pero con la promesa de un sol que volvería a brillar.
Las pesadillas aún lo visitaban, pero ya no tenían el mismo poder sobre él. Se había acostumbrado a despertar con el corazón en la garganta, pero ya no le atemorizaba tanto la sensación. Se había convertido en un recordatorio constante del dolor, pero también un recordatorio de su propia fortaleza. Era como una cicatriz que ya no dolía al tacto, pero que le recordaba la herida que una vez lo había marcado.
Percy empezó a encontrar consuelo en las cosas simples. En la risa de Estela, en las conversaciones con su madre, en el aroma a café de la mañana. En los pequeños momentos de felicidad que se escondían entre la tristeza, como pequeños rayos de sol que atravesaban las nubes grises.
Su madre, Sally, se había convertido en su roca en esos momentos difíciles. Ella siempre estaba ahí para él, con un abrazo cálido y unas palabras reconfortantes. Ella le había enseñado que el amor era la fuerza más poderosa del mundo, un amor que podía sanar las heridas más profundas.
En la universidad, sus compañeros de clase, sin conocer su pasado, se convirtieron en una fuente de apoyo invaluable. Las conversaciones sobre temas triviales, las risas en los pasillos, el compartir un café entre clases, le brindaron una sensación de normalidad que él necesitaba tanto. Se dio cuenta de que la amistad, con su sencillez y su autenticidad, podía ser un bálsamo para el alma.
Percy se esforzó por encontrar un trabajo que le permitiera ayudar a su madre y a su hermana. Consiguió un puesto de voluntario en una fundación que ayudaba a niños con necesidades especiales. Le encantaba trabajar con los niños, ver sus sonrisas, escuchar sus historias. Era como una terapia para él, una forma de desviar su dolor hacia algo positivo.
Por las noches, para complementar sus ingresos, Percy consiguió un trabajo en un acuario local. Le encantaba el mundo marino, la tranquilidad y el misterio de los océanos. El ambiente del acuario le recordaba a su hogar, a su conexión con el mar, a su padre, Poseidón. Era un lugar que le brindaba una sensación de paz.
Su trabajo consistía en cuidar de los tanques, alimentar a los peces y limpiar las instalaciones. La tarea era sencilla, pero le proporcionaba un ritmo y una rutina que le ayudaban a mantener la mente ocupada. En esos momentos, se dejaba llevar por la belleza de las criaturas marinas, la danza de las medusas, la majestuosidad de los tiburones, la gracia de los peces loro.
Las noches en el acuario se convertían en un ritual de calma. La luz azulada de los tanques creaba una atmósfera mística que le permitia escapar a sus pensamientos. Observaba a los peces nadar con gracia y elegancia, y se dejaba llevar por la tranquilidad del agua. Era como un meditación submarina que le ayudaba a encontrar un poco de paz interior.
Una noche, mientras limpiaba el tanque de los tiburones, un pequeño pez se acercó a la pecera. Percy lo observó con curiosidad, notando la mirada llena de asombro de la pequeña criatura.
Percy se agachó y observó al pez, un pequeño pez plateado que nadaba con gracia en la inmensidad del tanque. Sus ojos brillaban con una luz que parecía reflejar la luna que se asomaba por la ventana. Era una criatura frágil, llena de vida, y de repente Percy sintió una conexión con ella.
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El Despertar De la Leyenda 💙🔱
De TodoEl héroe se ve enfrentado a un profundo dolor cuando descubre la traición. La revelación desencadena una montaña rusa de emociones: desde la conmoción inicial hasta la ira y la confusión, pasando por la duda y la desconfianza. A lo largo de su viaje...