Cerca de ti

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Matlal, con lágrimas en los ojos, abrazó a Adrián en silencio, aferrándose a él como si en ese abrazo pudiera retener todos los recuerdos felices, todos los momentos que añoraba con su madre. La anciana, observando la escena con ternura y sabiduría, se acercó con paso tranquilo y tocó la cabeza de Adrián con la flor de cempasúchil, un gesto suave y cálido.

—Siento que tienes una pregunta en tu corazón, querido —le dijo, señalando la cabecita de Adrián con la flor, como si su toque pudiera guiarlo hacia el valor para preguntar.

Adrián, mientras consolaba a Matlal, sintió que algo dentro de él se rompía lentamente. Los recuerdos lo inundaron: su madre dándole un beso de buenas noches, el calor de los abrazos de su familia, la luz encendida que su hermana dejaba a su lado para ahuyentar cualquier sombra. La voz le temblaba, y, con lágrimas que brotaban en silencio, hizo la pregunta que más lo atormentaba.

—¿Y si... no quiero que se vayan? —susurró, mientras las lágrimas rodaban por su rostro, cayendo en silencio al suelo.

La anciana se arrodilló junto a él y, con la suavidad de una madre, acarició sus mejillas. Adrián inclinó la cabeza hacia su mano, buscando en aquel contacto la paz que tanto necesitaba.

—Es parte de la vida, querido —respondió ella con voz suave—, como también lo es la muerte. La vida... la vida es una bella ilusión que, tarde o temprano, se desvanecerá. Y la muerte, por otro lado, es una realidad serena donde las personas encuentran descanso, donde su espíritu nunca muere.

Las palabras de la anciana resonaron en el corazón de Adrián, acelerando su respiración y recordándole cuán afortunado era de aún tener a su familia cerca. Pero el miedo seguía ahí, como una sombra a su lado.

—Pero... yo... no quiero perderlos —dijo entre sollozos, aferrándose aún más fuerte a Matlal.

La anciana posó una mano sobre el hombro de Adrián y lo invitó a mirar a su amigo. Matlal seguía llorando en silencio, abrazando una flor de cempasúchil entre sus manos.

—No pienses en eso ahora, pequeño —le susurró la anciana—. La mejor manera de honrar a quienes amas es amarlos y cuidarlos en vida. Todo lo que hacemos por ellos, lo hacemos ahora, en este breve tiempo que compartimos. Ese es el secreto del amor que trasciende.

Adrián asintió lentamente, dejando que el aroma de la flor, mezclado con el incienso, le brindara una sensación de calma. Miró a la anciana con una expresión de asombro y curiosidad.

—Esa flor... ¿qué tiene? —preguntó, todavía confundido pero atraído por el hechizo de su aroma.

La anciana sonrió, sus ojos brillaban con un recuerdo lejano, y comenzó a relatar suavemente, como si cada palabra fuera un susurro del pasado:

—Cuenta la leyenda que el cempasúchil nació de un amor puro, como el que se da en una familia, un amor que nunca muere. Era la época en que el sol brillaba intensamente, y entre las montañas, vivían dos jóvenes, Xóchitl y Huitzilin, amigos desde niños, y con el tiempo, unidos por un amor que creció tan fuerte como las montañas. Ellos subían cada tarde hasta la cima y ofrecían una flor al dios Tonatiuh, el sol, para que su amor durara por siempre.

Adrián y Matlal escuchaban con atención. La anciana continuó, su voz casi un murmullo:

—Un día, Huitzilin tuvo que marcharse a la guerra, prometiendo a Xóchitl que volvería. Pero la guerra es cruel, y él nunca regresó. Xóchitl, desesperada, subió a la montaña y, entre lágrimas, pidió al sol que uniera su alma con la de su amado para siempre. Tonatiuh, conmovido, envió un rayo de luz, transformando a Xóchitl en una flor dorada y brillante. Y, en aquel momento, el espíritu de Huitzilin se transformó en un colibrí. Desde entonces, cada otoño, el cempasúchil florece, y al sentir la llegada del colibrí, la flor se abre, dejando salir su dulce aroma, para que ambos puedan encontrarse en cada visita.

Matlal, aun abrazando la flor, sonrió entre sus lágrimas, comprendiendo la profundidad de aquellas palabras. Adrián, conmovido, sintió que su corazón latía con fuerza, uniendo sus propios recuerdos con la historia que acababa de escuchar.

—¿Entonces...? —preguntó Adrián en un susurro—. ¿Entonces los que amamos siempre están cerca?

La anciana asintió, con una sonrisa cálida.

Un amor que trasciende. Una historia de. Sexto Amanecer:OrigenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora