El patio estaba iluminado por decenas de velas. Al centro, un hermoso altar, decorado en cada rincón, con dibujos y figuras de barro, y más de siete personas y animalitos honrados en las ofrendas. La presencia cálida de las velas, la abundancia de comida y el aroma de las flores creaban un ambiente acogedor y reverente, como si los muertos estuvieran a punto de sentarse entre los vivos.
Matlal, en una pausa nostálgica, suspiró profundamente, sin darse cuenta de que Adrián lo observaba desde una esquina, casi listo para huir.
—¿Adrián? —preguntó Matlal, confundido al verlo, mientras sus familiares continuaban colocando las ofrendas.
—Matlal... ¿Cómo estás? —preguntó Adrián, algo apenado por haber sido descubierto.
Matlal sonrió con calidez y le hizo un gesto, invitándolo a acercarse. A su alrededor, las velas crepitaban suavemente, y el aroma del cempasúchil parecía acunar el ambiente, dándole una sensación cálida y casi eterna.
—Siento su presencia. ¿Sabes? —dijo Matlal en un murmullo, observando el altar con una mezcla de tristeza y amor.
—¿De tus familiares, cierto? —preguntó Adrián, con una curiosidad tímida.
Matlal asintió, y sus ojos se dirigieron al centro del altar, donde un dibujo sencillo y hermoso de su madre estaba rodeado de flores y velas que ardían con una luz suave. Adrián sintió una punzada en el pecho, y por un momento, el mundo se volvió tan silencioso que solo se escuchaba el chisporroteo de las velas.
—De mi mamá... mi mamá que ya no está —dijo Matlal, sonriendo con tristeza mientras sus dedos rozaban el borde del altar.
Adrián se quedó en silencio, comprendiendo en parte la ausencia que su amigo sentía tan profundamente. Sin saber qué decir, lo abrazó, sosteniéndolo en un gesto cálido que le brotó del corazón. Matlal suspiró y, después de unos segundos, se separó lentamente, con una mirada que reflejaba gratitud.
—Ven, sígueme —dijo Matlal.
Ambos caminaron hasta un rincón más alejado del patio y se sentaron, mirando el altar desde una distancia donde podían contemplarlo en su totalidad. Detrás de ellos, los vecinos continuaban colocando sus ofrendas, y el sonido de sus murmullos y risas se mezclaba con el aroma del incienso y las flores, llenando el aire de una paz envolvente.
—Quisiera... decirle cuánto la amo, una última vez —dijo Matlal en voz baja, sus palabras resonando en el ambiente.
Adrián lo miró con atención, sintiendo una ternura y una tristeza que no alcanzaba a comprender del todo.
—Pero... ¿se lo dijiste en vida, no? —preguntó Adrián con genuina curiosidad.
Matlal suspiró y, sosteniendo una flor de cempasúchil, la acercó a su nariz y aspiró su aroma dulce y terroso, que le evocaba tantos recuerdos.
—Algo así... —murmuró, y sus ojos se perdieron en el altar, como si en su mente estuviera en otro tiempo y lugar, en aquellos días en que su madre aún estaba a su lado.
—¿Por qué? —preguntó Adrián, sintiendo el peso de las palabras de su amigo y deseando comprender el dolor que ahora asomaba en su voz.
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Un amor que trasciende. Una historia de. Sexto Amanecer:Origenes
Cerita PendekEn la aldea de Tlaxtli, donde el incienso flota y las flores de cempasúchil iluminan la noche, el joven Adrián ayuda a su familia a preparar el altar de sus ancestros. Entre velas y recuerdos, descubre una verdad que lo marcará para siempre: el amor...