En la eternidad de tu amor

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Matlal apretó suavemente la flor y cerró los ojos, como si buscara fuerzas en su fragancia, y respondió con un tono profundo y triste:

—La enfermedad... es algo que se lleva a quienes más amamos en el momento menos indicado.

Adrián sintió una punzada en el corazón. Los recuerdos le llegaron, uno tras otro, como pequeñas olas en un río. Pensó en los besos de buenas noches de su madre, esos que le dejaban una calidez en la frente como si llevara un pequeño sol sobre él, y cómo su hermana siempre dejaba una vela encendida junto a su cama para que pudiera dormir en paz. Sin poder contenerlo, una lágrima rodó por su mejilla, y se la enjugó rápidamente, un poco avergonzado.

—Gracias por acompañarme, Adrián —susurró Matlal, esbozando una sonrisa suave, que parecía luchar contra el temblor de sus labios

Adrián suspiró, un poco confundido y sintiéndose inútil en medio de un dolor que no sabía cómo aliviar.

—Pero... no hice nada... —susurró, mirando al suelo mientras sentía que el peso de las palabras de Matlal resonaba en algún lugar profundo de su corazón.

Justo en ese momento, escucharon unos pasos suaves detrás de ellos, acompañados de un ligero crujir de flores. Algo cálido y suave rozó sus cabezas, y ambos voltearon, sorprendidos, para ver a una anciana de rostro bondadoso, acompañada de un xoloitzcuintle de ojos brillantes y mirada sabia. La anciana sostenía un ramillete de cempasúchil, y sus ojos brillantes emanaban calidez.

—Queridos... —sonrió con ternura, sosteniendo una flor frente a ellos— ¿puedo contarles algo?

Los dos asintieron con ojos cristalinos. Adrián se apresuró a secar su lágrima, mientras Matlal trataba de contener un llanto que amenazaba con escaparse. El aire alrededor parecía haber cambiado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido solo para escuchar a la anciana.

—Quisiera contarles cómo el amor que trasciende es el más hermoso de todos. Este cálido aroma del aire... —dijo ella, respirando profundamente el cempasúchil que llenaba el espacio con su dulce fragancia— representa la esencia de los que ya no están, el espíritu de sus familiares que los cuidan y los acompañan. Sobre todo el de tu madre, Matlal.

Matlal se estremeció, y sus ojos buscaron el dibujo de su madre en el altar, su mano aferrándose a la de Adrián con fuerza, como si quisiera aferrarse también al recuerdo de ella.

—Pero... ¿no es por las velas y el incienso? —preguntó Matlal, ya entre lágrimas, con el rostro empapado y la voz entrecortada.

La anciana sonrió con una ternura infinita y negó suavemente.

—Querido, no, sabes bien que no es por eso. Las velas y el incienso solo acompañan. No es la cera ni el humo lo que toca tu corazón, y tú lo sabes muy bien... tu madre está aquí —dijo, señalando el pecho de Matlal con la flor de cempasúchil— y siempre lo estará, cada vez que tú la recuerdes.

Adrián observó a la anciana con ojos llenos de curiosidad y asombro, sintiendo que, de alguna forma, aquella mujer le hablaba directamente al alma.

—¿Qué es la trascendencia? —preguntó con una voz suave, casi temerosa, como si al formular la pregunta estuviera a punto de descubrir un gran secreto.

La anciana lo miró con una expresión cálida y misteriosa.

—Trascender... es cuando aquellos que amamos y que ya no están con nosotros siguen viviendo en nuestra mente y en nuestro corazón. Cuando los recordamos, cuando hablamos de ellos, cuando les ofrecemos nuestro amor y respeto, su espíritu sigue entre nosotros. Cada sonrisa que les dedicamos, cada vez que hablamos de ellos, los traemos de nuevo a la vida. Eso es trascender, y eso es el amor eterno.

Matlal asintió, sosteniendo el cempasúchil como si se aferrara al recuerdo de su madre, y finalmente dejó escapar un llanto leve que parecía liberar algo en su interior. Adrián lo miró y comprendió, en su inocencia, algo que las palabras de la anciana habían revelado en su alma.

Adrián sonrió débilmente, mirando el altar de Matlal, y pensó en cuánto amaba a su propia madre, cómo le encantaría abrazarla en ese mismo momento. Apretó la mano de su amigo, sintiendo que el frío de la noche se desvanecía, sustituido por una calidez que, comprendió, no venía de las velas ni de las flores, sino del amor que aún vivía en los corazones de quienes recuerdan.

Un amor que trasciende. Una historia de. Sexto Amanecer:OrigenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora