En un mundo ya olvidado y perdido, existió hace mucho tiempo una famosa mujer que dedicaba su vida al bajo mundo, su historia silenciada y su memoria sepultada; renacen en forma de un relato épico en las manos de un interesante y secreto relator que...
-Las personas afirman que el invierno trae consigo desolaciones y penurias. Pero personalmente creo que trae un alivio a los corazones ardientes que se consumen bajo sus propias llamas.-
Diario de Emperia.
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Emperia
Doscientos eran los pasos que conté antes de llegar a la torre del castillo, un punto ciego sin dudas perfecto para pasar desapercibida pero también sin vías de escape, detrás de el solo estaban las gruesas murallas y el río largo casi congelado por el duro invierno que azotaba el reino, era una opción arriesgada y tuve que tomarla. —Esos detestables guardias de cuarta— despotriqué. Me habían descubierto cuando tome el reloj de los aposentos del rey, objeto por el cuál me encontraba esa fría y decadente noche robando en el palacio real, no hace mucho contrataron mis servicios para hurtarlo y había decidido hacerlo esta noche, en la fiesta del solsticio de invierno; en donde toda la capital se encontraba bajo el jolgorio de la fiesta anual perdidos en sus propios mundos debajo del efecto del alcohol y los excesos, oportunidad perfecta que aproveché para lograr mi cometido.
Nadie le prestaría atención a una jovencita de diecinueve años, vestida con un simple vestido de algodón color ocre, pasaría desapercibida por donde sea que vaya o bueno eso fue hasta que un guardia real ingreso a las dependencias de su majestad cuando estaba escapando por el balcón.
Doscientos pasos que debía recordar en plena penumbra si quería salir viva de aquello. Ahora, ¿cómo demonios le explicaría a mi madre que llegué tarde a la cena del solsticio por haber robado el reloj favorito del rey? Debí haber escuchado a Rebeca cuando me dijo que me dedicara a la costura o a la cocina en vez de ser una ladrona sin gracia. Tal vez, así no estaría en esta situación. Si los guardias no me mataban esa noche, lo haría mi madre cuando llegará a casa.
—¡Maldita ladrona!, ¡¡¡Ahí está!!!—vociferó iracundo un hombre con la armadura real, que llevaba el emblema del rey cuidadosamente tallado sobre el metal en su pecho: un águila negra con las alas extendidas. Me apuntaba con su lanza a la distancia, desvelando mi paradero a sus demás compañeros. Respire hondo. Ya sabía lo que se venía como de costumbre.
A la mierda los doscientos pasos. Ahora solo tenía una alternativa, que tal vez no terminaría muy bien; pero no pensaba morir a manos de los ineptos e incapaces guardias reales de Genta. Antes muerta que eso.
—Eso sonó bastante contradictorio— se quejó gravemente una voz que salió de la bolsa que tenía sujeta a mi hombro, Eunying le encantaba apoyarme positivamente momentos como este.
—Cállate. Ahora no tengo tiempo para ti—le reproché a mi bolsa, donde guardaba el espejo de mano que había robado a los cinco años a un vendedor ambulante siendo tentada por el oro y piedras preciosas que lo adornaban. Mala decisión, por la cuál me arrepiento hasta el día de hoy. Mientras tanto tuve que tomar otra mala decisión, una que no me gustaba pero de lo contrario me convertiría en la cena de los sabuesos del castillo esa noche si no huía. Así que comencé a escalar la torre con ayuda de mis dos dagas de dientes afilados, incrustándolas en las piedras para poder impulsarme en ellas.