—Estoy perfectamente bien —se quejaba una Emperia tiritante ante el escrutinio que estaba recibiendo por parte de Eunying, ejerciendo presión sobre su brazo perforado que había envuelto con un torniquete improvisado de lo que quedaba de su rasgado vestido. Aún goteaba agua helada de todo su cuerpo, marcando su paso por la nieve junto a un pequeño rastro rojizo que iba dejando tras ella.—Una persona que se encuentra perfectamente no se desangra al mismo tiempo que camina, y mucho menos sufre de hipotermia por lanzarse a un río casi congelado. Respondió Eunying desde él espejo.
—No sabes cómo te detesto —respondió, sintiendo su lengua casi congelada, mientras cada extremidad suya se iban entumeciendo, ralentizando su paso con cada movimiento que daba hacia adelante. No quería seguir hablando, y menos con el pretencioso de su compañero. O quizás, simplemente, ya no le quedaban fuerzas para el esfuerzo mental que requería hacerlo.
—Es mutuo, no te preocupes —fue lo último que dijo Eunying antes de que Emperia se percatara de que las luces de su pueblo comenzaron a divisarse entre la ventisca helada. Se obligó a sí misma a dar paso tras paso. Aunque sentía sus piernas como si fueran de plomo, y a pesar del dolor y ardor que el frío producía sobre su piel, agradecía a los antiguos dioses seguir viva, porque solo un milagro explicaría que siguiera respirando.
—O tal vez deberías agradecerme a mí— espetó con desdén desde el espejó, al escuchar tan ridículo pensamiento en la cabeza de la joven ya que fue él quien la salvo de la muerte.
Emperia se detuvo frente a una gran casona de varios pisos, ubicada diagonalmente en la calle. Por encima de las grandes puertas de madera gastadas colgaba un letrero con la inscripción "Hotel La Sirena". Pero en cuanto reunió sus últimas fuerzas para golpear la puerta, esta se abrió abruptamente.
—Más te vale tener una explicación extraordinaria para no haber asistido a... —la mujer que abrió la puerta, con los ojos cerrados, sabiendo que era su hija quien se encontraba frente a ella, abrió sus ojos grises de par en par al ver las condiciones en las cuales había regresado, a diferencia de cómo salió. —¡¡¡Por todos los sagrados Reyes!!! —sujeto la cabeza de la joven antes de que esta se estrellara contra la dura piedra del suelo al caer inconsciente frente a ella.
—¡Lucinda! ¡Amalia! ¡Richart! ¡Vengan! —gritó desesperada a sus empleados. Entre lágrimas, tomó rápidamente a Emperia en sus brazos, sintiendo lo helada que estaba. Su cabello, ligeramente desteñido por el carbón, estaba envuelto en escarcha, al igual que sus pestañas blanquecinas. Su respiración era casi imperceptible y la tonalidad de su piel se camuflaba con la nieve.
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Las aventuras de Emperia [Tomo 1]
FantasyEn un mundo ya olvidado y perdido, existió hace mucho tiempo una famosa mujer que dedicaba su vida al bajo mundo, su historia silenciada y su memoria sepultada; renacen en forma de un relato épico en las manos de un interesante y secreto relator que...