♡C A P 22:

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Mi cuerpo se contraía, mis sollozos no se detenían y mis lágrimas no cesaban, sabía, decía e incluso me repetía que llorar no solucionaba mis problemas, pero ya no podía seguir fingiendo que nada sucedía.

Escuché que la puerta principal del sanitario público se abrió, hice hasta lo imposible para retener mis ganas de seguir sollozando y lo logré por pocos minutos, luego de eso mi llanto aumentó de intensidad y alertaron a la persona que hacía sus necesidades físicas en el sanitario de a lado.

—¿Hola? —cuestionó y no pude responder —¿estás bien? —negué sabiendo que no podía mirarme —¿hola? —repitió.

—Ho-hola —tartamudeé evitando ser más descortés de lo que ya había sido.

—¿Puedo ayudarte? —tenía el presentimiento de que era una mujer mayor por el timbre de su voz.

—No, pero gracias —di un respingo por mis alocadas respiraciones.

—Nena, sea lo que sea que esté ocurriéndote debes de saber que la vida sigue y no es tan cruel como solemos pensar.

—Gracias —me dio más sentimiento y me abracé a mí misma con más fuerza.

—No temas buscar ayuda cuando te sientas vulnerable, nena. Ve y abraza a quienes amas sin importar los problemas que haya y vive, vive sin importar la mierda que te aborde, te aseguro que todo se solucionará —tiró de la panca, lavó sus manos y se marchó.

Sorpresivamente sus palabras lograron convencerme y darme el ánimo y valor que requería para arreglar las cosas con Hannah e ir corriendo a los brazos de Maximiliano, el caos ya era existente y para mi mala suerte ya no había más recursos que explotar, así que, ¿qué más daba olvidarme momentáneamente del problema que me consumía y disfrutar de la compañía de las únicas personas valiosas en mi vida?

Salí del cubículo en donde estaba, pegué un saltito acompañado de un chillido al ver mi rostro más hinchado que el de un sapo y mi nariz más colorada que la del reno navideño, le abrí al grifo para humedecer mi rostro y restregué con cuidado un poco de jabón líquido, me refresqué y el efecto de llanto desapareció un poco, sonreí frente al espejo y me marché a la casa de Maximiliano.

Suficiente tiempo había invertido en el camino para una reunión con Jacob que terminó en un completo fracaso y ofensa, no quería hacer esperar más a mamá y tampoco me agradaba que estuviera sola, por eso iría a la casa del hombre que tantas cosas románticas comenzaba a provocar en mí y le haría una invitación para que fuese a casa y cenara conmigo y mamá, quien no tenía problema en tener invitados siempre y cuando me hicieran feliz y vaya que el Maximiliano me provocaba felicidad incluso a través de bonitos mensajes que me enviaba todos los días.

Era indescriptible referirme a él sin mencionar lo cariñoso, atento, empático y comprensivo que era, aún con su costumbre de ganar, dar órdenes y de que cumplan su voluntad, conmigo se portaba como todo un caballero, me daba mi tiempo, mi espacio, respetaba mis decisiones y no me obligaba a nada que no quisiera, él era todo lo que un hombre debería de ser y eso lograba elevarme al mismísimo cielo y a la vez me hacía sentir como una verdadera perra sin sentimientos que prefería enfocar su atención en cosas negativas en lugar de enfocar todo el tiempo que tuviese disponible en él.

Se me ocurrió una idea que no recompensaría la situación. Sin embargo, serviría para disculparme con él por mi ausencia y deseaba que eso ya no volviera ocurrir.

Frené en seco frente a una tienda de autoservicio, ingresé y me dirigí al área de bebidas alcohólicas, eché un vistazo a todas las cervezas que encontré y me mareé ante tantas marcas y presentaciones.

—¿Necesita ayuda, señorita? —cuestionó un trabajador que notó mi confusión al ver el refrigerador tan lleno.

—Sí, por favor —pelé los dientes y el sentimentalismo seguía en mí, fue por eso que sollocé.

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