CAPITULO 2

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—La muerte se manifiesta de formas misteriosas—me dijo—nadie la espera con una taza de té

—Lo sé—dije débilmente al sujeto frente a mi

—Pero como tú no eres la muerte, te preparé té—

Abrí mis ojos rápidamente ante el fuerte sonido de la alarma, logrando aturdirme por unos segundos después de que logré apagarla. Otro día más. Me levanté después de diez minutos luchando contra el sueño y con las cobijas calientes que me abrazaban, caminé hacia el baño donde lavé mi cara.

Busqué entre toda mi ropa algo decente y abrigador para llevar, tal vez unos jeans, un suéter blanco y botas impermeables, durante la noche una lluvia espesa e intensa había caído sobre Whaterhole, y siempre provocaba charcos enormes y había lodo por donde quiera, así que debía estar preparada.

Bajé las escaleras dando pasos pesados mientras podía oler el desayuno, entré a la cocina y miré a mi tía terminando de cocinar lo que parecían ser huevos revueltos.

—Bajas a tiempo—me dijo mientras sacaba platos de las repisas—debo llegar temprano al trabajo, ¿Quieres que te lleve a la universidad?

—No, puedo caminar—le dije mientras le mostraba mis botas—me encontraré con Sana a mitad de camino, quiere que la acompañe a la cafetería "del halcón"

—Está bien—ella sirvió el desayuno y me senté—ten cuidado, tendré mi celular a la mano

—No te preocupes—le sonreí—me he sentido mejor

Mi tía seguía preocupada por lo que había pasado hace unos días cuando visité el cementerio, entendí que probablemente la falta de luz y lo asustada que me encontraba, aquel sujeto había parecido demasiado sospechoso e intimidante, ahora lo veía como una persona con una simple duda, pero aun así, me alegraba de no haberle confirmado que si me apellido Aspen.

Veinte minutos después, mi tía dejó la casa, provocando que a mi alrededor todo fuera silencioso, la casa no era tan pequeña, de dos pisos, cuatro habitaciones una cocina del tamaño aceptable y sala espaciosa, la mayoría de las casas dentro de Whaterhole eran grandes, pero no era una zona de personas adineradas.

Las casas lograron venderse a mitad de precio hace unos veinticinco años, el pueblo pasó una crisis ya que nadie quería vivir aquí porque estábamos a unos pocos kilómetros del mar y la humedad que se presentaba provocaba que en las casas salieran algunas manchas en la pared y no fuera habitable, pero ahora con los impermeabilizantes, eso casi no sucedía.

Me agradaba el pueblo, me sentía afortunada por las bellezas visuales que se podían ver a diario, los árboles, las calles, los edificios y departamentos con una pinta clásica, no podía quejarme y la humedad eran lo menos que importaba.

Salí de la casa con audífonos puestos, escuchando a todo volumen mi lista de reproducción aleatoriamente y algo triste que me acompaña en mi nostalgia a diario.

Caminaba por la banqueta sin importar que pisara los charcos, el día era esplendido y aunque el aire estaba frio, cada paso que daba me hacía entrar en calor, era relajante para mi hacer esto y aunque tenía mi propio auto, no lo utilizaba al menos que tuviera demasiadas vueltas.

A unos metros frente a mí, Sana apareció con una enorme sonrisa que mostraba sus blancos dientes, apagué la música.

—¿Qué te tiene tan feliz? —le pregunté mientras guardaba mis audífonos en la mochila

—Es la última semana de clases—levantó sus manos a la altura de su rostro y las agitó de felicidad, le devolví una sonrisa.

—Los días pasan tan lento—comencé a sujetar mi cabello en una coleta simple—Solo quiero que termine la semana

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⏰ Ostatnio Aktualizowane: Nov 11 ⏰

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