Capítulo 8

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«Katia es mi salvación».

Fue lo primero que pensé al verla llegar, porque Dios, el día de ayer había sido tan horrible que la verdad no quería pasármela ni un solo día más sola en esta empresa. Creo que hasta podía llegar a dar un poquitito de miedo. Solo un poquito.

—Oh, Dios, gracias por venir hoy—hice una mueca, abrazándola.

—Bueno después de todo si no vengo, probablemente el día de mañana me estén echando a patadas de aquí—me devolvió el abrazo—. Pero eso no importa, ¿cómo estás? ¿te la pasate muy sola ayer? Lo siento, es que bebí mucho...no sé ni cómo terminé en casa ese día.

«Si supieras...».

—Está bien—le sonreí.

—¿Y no me dijiste que te habían pasado cosas interesantes?...¡Cuéntame, cuéntame!

—Bueno, no es que hayan sido cosas extremadamente interesantes—gesticulé de forma exagerada con las manos.

«Claro que no, Emma. Solo descubriste que tu jefe—no el CEO, sino el otro—es el chico que te miró como un psicópata el otro día. Nada de cosas interesantes, no, para nada».

Cállate, conciencia.

«Tú también eres parte de la conciencia de Emma así que...»

¡Que te calles ya!

«Vale, vale».

—¿Emma?, ¿Estás bien?—reaccioné al escuchar la voz de Katia al frente de mí.

—Eh...si, si. En el almuerzo te cuento todo, ¿vale? Tengo que... tengo que irme.

Tragué saliva, ¿por qué me puse tan nerviosa?

«Bueno, pues ya te he dicho que encontrar a alguien con quién has soñado tantas noches no es fácil».

Creo que ya estoy cansada de ti.

«Me vas contando si me olvidaste».

Rodé los ojos y suspiré ante mis raras conciencias. Pero, en lo que mi conciencia—no sé ya si es la uno o la dos—tiene razón es que había soñado muchas noches con esa mirada. Lo había soñado a él. Y no sé si es horrible o bonita casualidad de que trabaje aquí.
Y no sé si es horrible o bonita casualidad de que sea mi jefe.

En fin, me dirigí a mi puesto, dejé todas mis cosas allí y suspirando, encendí el ordenador de escritorio.

«Ojalá que Lily y Victoria no vengan hoy, ojalá que no vengan hoy, ojalá que no vengan ho...»

—¡Hola, Emmita!

Conste que grité internamente al escuchar esa voz y el puño que no le pude dar a ella se lo di a la pobre mesa.

—¿Es que no te cansas de hacerle la vida imposible a la gente?—dije, seria.

—¿La vida imposible? ¿Como así que la vida imposible?—se hace la demente.

—Vete de mi puesto, por favor.

—¿Pero por qué me tratas así?—hizo un falso puchero de decepción.

—No te lo tengo que repetir.

—Emma.

Le di una mirada fulminante que hizo que se fuera.

Así fue como empecé mi trabajo del peor humor posible, todo, por culpa de esa.

***

Entrelazados por el odio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora