capitulo 9: solo de Damián

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Damian miró a Peter desde la esquina del salón, sintiendo cómo su corazón se llenaba de un odio que ardía más intenso que nunca. Había algo en la forma en que todos lo miraban, cómo Dick y Bruce se deshacían en atenciones hacia él, que lo ponía furioso. El niño de cabello desordenado y sonrisa fácil no solo era un intruso en su vida; era una amenaza. Un meta, un ser con habilidades que no comprendía del todo, y eso lo hacía aún más peligroso. ¿Cómo podían ignorar la realidad de lo que representaba?

Mientras Peter se reía con Dick, Damian sintió una punzada de celos. La atención que recibía, el cariño que todos le brindaban… todo eso era un recordatorio de lo que él nunca había tenido. Se obligó a sí mismo a desviar la mirada. Él no es nada. Solo era un asesino, despiadado y un error, lo único destacable que tenía era que era el hijo de sangre pero tuvo que llegar Peter y también le saco eso.

Lo que más le molestaba era cómo la influencia de Peter se extendía, incluso en él. Aunque trataba de mantener su distancia, cada vez que estaban juntos —ya fuera por voluntad de Dick o por un mandato de Bruce— sentía que una parte de su ser se aferraba a aquel estúpido. El tiempo lo había llevado a compartir momentos que no podía ignorar, pero eso solo incrementaba su rencor. ¿Por qué? Era un meta, un niño de otro mundo, ¿qué tenía para ofrecerle a él que no pudiera encontrar en la lucha?

Aún así, cada gesto amable de Peter lo hería más profundamente. Al principio, Damian había ignorado sus intentos de acercamiento, había rechazado cada intento palabra amistosa, cada sonrisa. Pero poco a poco, se dio cuenta de que había algo en la forma en que Peter era que lo hizo encariñarse.

Se acercó a su habitación, tratando de dejar atrás el caos de sus pensamientos. La forma en que Peter sonreía, su despreocupación y el modo en que Dick se reía a carcajadas a su lado, solo alimentaba su frustración. Cada día se convencía más de que el chico era una distracción innecesaria, una amenaza a su mundo y, lo peor de todo, una competencia a la que sentía que nunca podría ganar.

Lo odiaba. Y, sin embargo, en su interior, sabía que empezaba a encariñarse. Esa idea lo llenó de más rabia, una rabia que lo quemaba y lo mantenía despierto por la noche. No podía dejar que eso sucediera. No podía permitirse sentir nada por un niño que representaba todo lo que él deseaba ser: aceptado, querido, pero que jamás lo sería.

Decidió que iba a demostrar a todos que Peter Parker era un peligro. Nadie parecía entenderlo, pero él lo haría. Tenía que hacerlo. Sin embargo, cada vez que sus miradas se cruzaban, una parte de él dudaba. ¿Podría él ser realmente una amenaza? O, tal vez, era Damian quien debía enfrentar sus propios demonios.

Entonces, una tarde, mientras entrenaba, desestresándose con el pobre muñeco que tenía, notó que Peter lo estaba copiando. El bebé, obviamente, lanzaba golpes tontos, movimientos que carecían de la precisión y la técnica que Damian había aprendido a lo largo de los años. Pero había algo en su entusiasmo que lo hacía parecer adorable, y eso lo desconcertó un poco.

Damian se detuvo un momento, observando al pequeño con una mezcla de incredulidad y diversión. —No se golpea así, tonto,— murmuró, cruzando los brazos. Pero en lugar de corregirlo, se sintió tentado a unirse a su juego.

—Bien, pequeño, observa,— dijo, ajustando la postura y lanzando un golpe rápido y preciso al muñeco. Peter lo imitó, aunque su versión del golpe era más un manotazo que un verdadero ataque. La risa salió de los labios de Damian sin que él mismo se diera cuenta. La escena era ridícula: el formidable heredero de la Liga de los Asesinos, enseñando a un bebé a pelear.

Después de unos minutos, Damian decidió darle un pequeño giro al entrenamiento. Se agachó y, con una expresión seria, comenzó a explicarle las técnicas básicas. —Primero, el equilibrio es clave. No puedes ser fuerte si no te mantienes firme.— Se movía de un lado a otro, haciendo demostraciones exageradas, mientras Peter lo miraba con esos grandes ojos llenos de curiosidad.

—¿Ves? Así es como se hace.— Y de nuevo, lanzó un golpe al muñeco, que ahora parecía casi un adversario digno gracias a su imitación infantil. Pero cuando Peter trató de replicar el movimiento, terminó tropezando y cayendo de culo, soltando una risita contagiosa.

Damian no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa, aunque rápidamente intentó recomponer su expresión seria. —Esto no es un juego, pequeño,— le dijo, intentando mantener la voz autoritaria, pero le costaba.

Con cada intento de Peter, su día oscuro y pesado se iluminaba un poco más. Quizás este pequeño traía consigo algo más que solo problemas. Mientras el bebé seguía lanzando golpes torpes y riendo a carcajadas, Damian se dio cuenta de que estaba disfrutando de la compañía de alguien que no lo juzgaba ni lo veía como un arma, sino como un amigo.

—Bien,— pensó para sí mismo. —Tal vez un poco de entrenamiento no sea tan malo después de todo.—

Una arañita con murciélagosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora