Lucifer parecía perder la paciencia y la privacidad en su cuarto, un lugar que había sido su refugio y, a la vez, su prisión. Cada noche, el demonio radiofónico irrumpía desde las sombras, una presencia no deseada que hacía eco de su angustia. A pesar de sus intentos de deshacerse de él, sus regaños y sus desafíos eran en vano; Alastor solo lo veía como un juego, un entretenimiento macabro que lo mantenía al borde de su propia felicidad.
Día tras día, semana tras semana, y finalmente, meses. La tortura emocional que Alastor ejercía sobre Lucifer parecía ser un deleite, una fascinación que lo mantenía al acecho, disfrutando de cada momento de sufrimiento. Pero Alastor, siempre astuto, decidió que era tiempo de dar el siguiente paso en su retorcida danza.
Era otra noche, a horas indefinidas de la madrugada. Alastor, reposando su cuerpo contra la puerta cerrada del cuarto de Lucifer, observaba cómo el ángel caído se desmoronaba, oculto entre sábanas y pesares. Los llantos que trataba de contener eran un canto de angustia que se filtraba por el aire, y a su lado, las pastillas, esparcidas como un intento fallido de consuelo, recordándole que eran lo único que le quedaba.
— Ya déjame en paz... —murmuró Lucifer, su voz desgastada y llena de desesperación.
— Temo que no podré obedecerlo, alteza... —con un tono burlón, disfruta, del espectáculo de su miseria.
Lucifer lo miró con una mezcla de rencor y vulnerabilidad, sus ojos destilando la tristeza que Alastor anhelaba ver.
— Por favor, solo déjame en paz... Ya tuve claro que te encanta la tortura, listo. Ya lo comprendo, ahora vete.
En un acto de rendición, Lucifer se cubrió con sus sábanas, convirtiéndose en un bollo de tristeza, aislándose del mundo que lo había traicionado.
Una sonrisa gustosa se dibujó en el rostro del radiofónico al escuchar esas palabras. La vulnerabilidad que irradiaba la excelencia era como una luz brillante, y no podía resistirse a acercarse.
Con un paso decidido, se acercó al helecho y se sentó al borde, cruzando las piernas con un aire de despreocupación que contrastaba con la agitación de Lucifer.
— Hagamos un trato. —propuso Alastor, su voz suave y seductora.
Bufó, sintiendo que no era tan estúpido como para caer en la trampa. Sabía que Alastor pediría su alma.
— Eres un imbécil. No pienso dar mi alma a un demonio sin valor.
Alastor gruñó levemente, ignorando el comentario despectivo. Estaba decidido a continuar con su sugerencia, sin permitir que la negatividad de Lucifer lo detuviera.
— ¿Quién mencionó una alma? Alteza, quisiera ayudarlo con su desastre. —Lucifer lo observó, confuso por la repentina oferta de ayuda.
El mismo vaciló, sintiendo un tirón en su interior. Durante meses, lo único que Alastor había ofrecido era una compañía pésima, alimentada por el mero placer de su auto tortura. ¿Ahora quería ayudarlo? La pregunta se deslizaba por su mente, desafiando su lógica. ¿Por qué?
— ¿Por qué querrías ayudarme? —preguntó Lucifer, escéptico, sus ojos buscando alguna señal de sinceridad en el rostro de Alastor.
— Porque, querido rey, la miseria ajena es fascinante. Pero no puedo permitir que te deshagas sin al menos ofrecerte una salida. —respondió Alastor, disfrutando de la confusión que había sembrado.
Permaneció atrapado entre su desconfianza y la curiosidad que comenzaba a burbujear en su interior. La idea de que alguien, incluso un demonio, quisiera ayudarlo era desconcertante, pero el peso de su dolor lo mantenía cautivo. Durante meses, Alastor había sido una presencia constante en su vida, pero solo como un espectador y un provocador.
— ¿Por qué ahora? —preguntó Lucifer, alzando una ceja. Sus ojos, aún llenos de tristeza, buscaban la verdad detrás de la sonrisa burlona de Alastor. — ¿Qué ganaría un demonio como tú al intentar ayudarme?
Alastor inclinó la cabeza, su sonrisa nunca desvaneciéndose.
— La miseria ajena es un arte. Además, no me digas que no deseas un poco de alivio. Este tormento en el que te has sumergido... es un espectáculo agotador incluso para mí.
Lucifer se retorció bajo las sábanas, sintiéndose expuesto. La verdad de las palabras de Alastor caló hondo; su dolor era evidente, y la compañía del demonio, aunque dolorosa, era también un recordatorio de su soledad.
— No necesito tu compasión —Su voz sonó más firme de lo que se sentía—. No me importa lo que pienses que puedas ofrecerme.
— Eso es lo que dices, pero tus ojos revelan otra historia —replicó, acercándose un poco más, su tono más suave aunque lleno de burla—. Estás cansado de luchar, cansado de sentirte atrapado en este ciclo de pena.
Lucifer se quedó en silencio, considerando el punto del overlord. La verdad era que se sentía agotado, desgastado por un sufrimiento que parecía no tener fin. Había perdido la capacidad de encontrar consuelo en las cosas que solían darle alegría; cada pequeño rayo de luz se había apagado en su interior. Su lucha interna se había convertido en una rutina, un ciclo interminable de dolor y desesperanza. A pesar de su resistencia, la idea de que alguien ofreciera ayuda, incluso de un demonio, comenzaba a parecerle tentadora.
Pero no debía ceder. No podía rendirse. Había enfrentado sus demonios solo durante tanto tiempo, y no iba a permitir que él le ofreciera una salida.
— No. Yo puedo solo. —dijo con firmeza, tratando de convencer tanto a Alastor como a sí mismo. El contrario, satisfecho por la vacilación del soberano, encogió los hombros con un aire de desdén.
— Si así lo deseas. La propuesta seguirá en pie si sigues en desesperación. Que descanse bien, majestad.
Con esas palabras, se levantó y se alejó, dejando a Lucifer en su tormento. La sombra de Alastor se desvaneció en la penumbra, y la habitación volvió a sumirse en el silencio. Pero la semilla de la duda había sido sembrada en el corazón del ángel caído.
Lucifer se sintió solo de nuevo, pero esa soledad era diferente. La idea de que alguien, incluso tan retorcido como Alastor, pudiera ofrecerle una salida lo inquietaba. La oferta de ayuda lo seguía persiguiendo, como un eco que resonaba en su mente.
— Puedo hacerlo solo... —murmuró para sí mismo, aunque la certeza en su voz comenzaba a tambalearse.
Mientras se acomodaba de nuevo entre las sábanas, la oscuridad lo envolvió, y la lucha interna continuó. La visita de Alastor había dejado una marca, una chispa de esperanza y desesperación que se entrelazaban en su ser. Sin embargo, la decisión estaba en sus manos: seguir sufriendo en soledad o abrirse a la posibilidad de que alguien pudiera ayudarlo.
Con su mente llena de pensamientos contradictorios, Lucifer se sumió en un sueño inquieto, donde las sombras de su angustia danzaban a su alrededor, recordándole que la batalla aún no había terminado. Pero por primera vez en mucho tiempo, la idea de aceptar ayuda, incluso de un demonio, comenzó a parecerle una opción.
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𝕰𝖓𝖋𝖊𝖗𝖒𝖊𝖉𝖆𝖉 || 𝕽𝖆𝖉𝖎𝖔𝖆𝖕𝖕𝖑𝖊
Fanfic𝔈𝔫 𝔩𝔞 𝔬𝔰𝔠𝔲𝔯𝔦𝔡𝔞𝔡 𝔡𝔢𝔩 𝔡𝔬𝔩𝔬𝔯, 𝔩𝔞 𝔢𝔰𝔭𝔢𝔯𝔞𝔫𝔷𝔞 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢 𝔰𝔲𝔯𝔤𝔦𝔯 𝔦𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔡𝔢 𝔩𝔞𝔰 𝔰𝔬𝔪𝔟𝔯𝔞𝔰 𝔪á𝔰 𝔭𝔯𝔬𝔣𝔲𝔫𝔡𝔞𝔰.