Prólogo

0 0 0
                                    

En el principio, cuando el universo aún era joven y las estrellas apenas comenzaban a brillar, los dioses decidieron crear un reino donde la magia y la naturaleza coexistieran en perfecta armonía. Así nació Aetheria, un mundo oculto a los ojos de los humanos, lleno de maravillas y misterios.

Aetheria fue moldeada por las manos de los dioses, quienes infundieron en ella la esencia de los elementos. Las montañas se alzaron majestuosas, los ríos fluyeron con aguas cristalinas, y los bosques se llenaron de vida. En este nuevo mundo, los dioses colocaron a sus criaturas más preciadas: los seres sobrenaturales, mitológicos y mágicos, cada uno con un propósito y un lugar especial.

Para mantener el equilibrio entre Aetheria y el mundo humano, los dioses crearon una barrera mágica, invisible para los mortales. Esta barrera protegía a ambos mundos de la influencia del otro, asegurando que la magia de Aetheria no perturbara la vida de los humanos y viceversa.

Sin embargo, los dioses sabían que el equilibrio era frágil y que algún día podría ser amenazado. Por ello, dejaron una profecía, grabada en las estrellas y susurrada por los vientos, que hablaba de una cazadora destinada a proteger ambos mundos.

"En tiempos de sombras y luz, una cazadora surgirá, De linaje antiguo, su destino ocultará. En la sombra de la luna, su fuerza brillará, Y en el corazón de la traición, su verdadero poder hallará.

Cuando el amor se torne en traición y la sangre en dolor, Ella deberá elegir entre el deber y el amor. El mundo de los humanos clamará por su protección, Y solo ella podrá enfrentar la oscura destrucción

Sin nombre ni rostro en esta profecía, Solo el tiempo revelará su verdadera valía. Entre la luz y la oscuridad, su camino trazará, Y en su decisión, el destino del mundo se sellará."

Así, Aetheria floreció bajo la protección de los dioses y la vigilancia de los clanes de cazadores, quienes juraron defender el equilibrio y cumplir con la profecía cuando llegara el momento.

En el corazón de Luminae, la ciudad resplandeciente del Clan de los Luminis, nacieron dos niñas en la misma noche, bajo la luz de una luna llena. Selene y Ariadna eran hermanas del mismo padre, un cazador respetado y poderoso, pero de diferentes madres.

Selene, la hija de la esposa legítima del cazador, fue recibida con gran alegría y celebración. Su madre, una mujer fuerte y noble, sobrevivió al parto y dedicó todo su amor y atención a su hija. Selene creció rodeada de lujos y cuidados, siempre bajo la atenta mirada de su madre y el respeto de su clan.

Ariadna, en cambio, nació de una relación secreta. Su madre, una mujer de gran belleza y poder, murió al darla a luz. Desde ese momento, Ariadna fue vista como una carga y un recordatorio doloroso de la pérdida. Su padre, aunque la reconoció como su hija, no pudo darle el mismo amor y atención que recibía Selene.

Selene era una joven de belleza etérea, con largos cabellos dorados que brillaban como el sol y ojos azules como el cielo despejado. Su piel era clara y suave, y su porte siempre elegante y majestuoso. Vestía ropas finas y adornadas, reflejando su estatus y la admiración que recibía de todos.

Ariadna, por otro lado, tenía una belleza más discreta pero igualmente impactante. Su cabello era oscuro como la noche, contrastando con sus ojos verdes que parecían contener la profundidad de un bosque encantado. Su piel era ligeramente bronceada, y su figura atlética mostraba la fuerza y agilidad que había desarrollado en sus entrenamientos secretos. Vestía ropas sencillas y prácticas, adecuadas para el combate y la acción.

Una tarde, mientras Selene practicaba con su arco en el jardín, Ariadna observaba desde las sombras, admirando la destreza de su hermana pero sintiendo la punzada de la comparación constante.

— ¡Selene, eres increíble! — exclamó una de las jóvenes del clan, acercándose a ella con una sonrisa. — No hay duda de que serás la cazadora más grande de todas.

Selene sonrió con modestia, bajando su arco.

— Gracias, pero aún tengo mucho que aprender.

Ariadna, sintiéndose invisible, se alejó en silencio, dirigiéndose al bosque cercano donde solía entrenar sola. Allí, entre los árboles, podía ser ella misma, sin las miradas críticas ni las expectativas imposibles.

Mientras practicaba sus movimientos, recordó las palabras de su padre la última vez que intentó demostrar su valía.

— Tu lugar no está aquí, Ariadna— había dicho él, con una mirada fría. — Selene es la elegida. Tú... tú solo eres un recordatorio de lo que perdimos.

Esas palabras resonaban en su mente cada vez que entrenaba, impulsándola a ser más fuerte, más rápida, más hábil. Sabía que tenía un poder dentro de ella, uno que aún no comprendía del todo, pero que algún día podría cambiarlo todo.

Entre la Luz y la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora