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El ascensor se sentía más lento de lo habitual, como si el tiempo estuviera tan atormentado como yo. La noche había terminado y todos habíamos tomado caminos separados, pero aquí estaba, atrapado en un espacio pequeño con Odeliah, y no podía evitar que mis pensamientos vagaran a lugares de los que sabía que me arrepentiría. Cada segundo, la atracción que sentía hacia ella se sentía más tangible, una corriente silenciosa que me atravesaba como una descarga.
Ella estaba allí, a escasos pasos de mí, ensimismada y mirando hacia la puerta del ascensor, completamente indiferente a mi presencia. Parecía cansada, sus ojos tenían un tinte somnoliento, y su expresión despreocupada le daba un aire de naturalidad que sólo hacía que se viera aún más... irreal. Cada detalle, desde su cabello desordenado hasta la forma en que sus labios se presionaban levemente mientras pensaba, me traía de vuelta a Halloween. Esa noche cuando, con apenas un trago de alcohol en el cuerpo, el control se me había escapado de las manos. Recordaba cómo había sido tenerla tan cerca, cómo su perfume se mezclaba con el aroma de la noche y cómo cada beso, cada roce, había sido como una descarga que aún sentía en mi piel.
¿Por qué no lo recordaba? ¿Cómo podía haber olvidado algo que a mí me tenía completamente alterado?
Finalmente, decidí hablar. No podía soportar el silencio que nos rodeaba. Mi voz salió suave, un poco más tensa de lo que quería. "¿Todavía te duele la cabeza, pecas?"
Ella giró hacia mí, y sus ojos me dieron una mirada breve, apenas una chispa de interés. Luego suspiró y respondió en tono bajo, "Me duele más la muñeca que la cabeza, Piastri." Su voz, aunque cansada, tenía ese tono cortante que solía usar conmigo, como si buscara alejarme. Pero lo que me atrapó fue su mueca al decirlo, cómo sus labios se torcieron levemente, y fue inevitable que mi mirada se quedara atrapada en ellos, de nuevo. No deberías estar mirándola así, Oscar, me decía una voz firme en mi cabeza. Pero cada vez que intentaba apartar la vista, el recuerdo de esa noche regresaba y me hacía traicionarme.
Sentía que necesitaba más de lo que había tenido con ella, incluso si eso era lo último que debía querer. No podía negar que desde aquella noche, ella había estado en mi mente de una manera constante, casi obsesiva. Su risa, su forma de hablarme cuando creía que nadie la escuchaba... me mantenían atrapado.
Intenté retomar el control, apoyando los hombros contra la pared del ascensor mientras metía las manos en los bolsillos para que no se notara el ligero temblor en mis dedos. Cada fibra de mi cuerpo se tensaba al sentirla tan cerca, pero inalcanzable. No había forma de negarlo: me había vuelto adicto a su cercanía, a cada detalle que la hacía ser ella. La forma en que parecía ignorarme a propósito, el desprecio calculado en su mirada. Todo aquello sólo hacía que quisiera acercarme más.
