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La madrugada se extendía con un susurro apenas perceptible, como si el tiempo hubiera decidido caminar en puntillas. La habitación estaba sumida en un silencio quebrado solo por las respiraciones suaves y regulares de los chicos, que dormían desparramados en la cama improvisada. La luz tenue de la luna se filtraba por las cortinas entreabiertas, proyectando sombras largas y suaves que jugaban en las paredes. La atmósfera era serena, pero en mi interior, había una tormenta de emociones que no podía ignorar.
Odeliah estaba ahí, tan cerca que podía sentir su respiración cálida contra mi cabello, un ritmo constante que me anclaba a este momento. Estábamos acurrucados de una forma que hacía que el resto del mundo se desvaneciera. Mi cabeza descansaba contra su pecho, justo donde podía escuchar los latidos de su corazón, fuertes y rítmicos, como si marcaran el compás de la madrugada.
La tela suave de su pijama apenas separaba su piel de la mía, y ese pensamiento me hacía sentir un hormigueo por todo el cuerpo. No era solo el contacto físico; era la intimidad, la cercanía emocional que había crecido entre nosotros sin previo aviso. Cada vez que ajustaba mi posición, su cuerpo se movía con el mío, como si buscara adaptarse, como si no quisiera que la distancia volviera a separarnos.
El aire de la habitación era fresco, pero no frío, lo suficiente para hacerme consciente de cada centímetro en el que nuestras pieles se encontraban. Aferraba su cintura con una firmeza instintiva, no con fuerza, sino con una necesidad que apenas podía controlar. Mis dedos, ligeramente inquietos, trazaban pequeños círculos en su cadera, un gesto que no podía evitar, como si mi cuerpo quisiera memorizar cada detalle de este instante.
La habitación olía a una mezcla de jabón limpio y algo más cálido, algo que venía de ella. Ese aroma me envolvía, calmándome de una forma que no podía explicar. El mundo fuera de esta habitación no existía; no había circuitos, ni carreras, ni jet lag. Solo estaba ella, tan cerca que el espacio entre nosotros parecía una anomalía, algo que debía ser erradicado.
La madrugada tenía su propio sonido. El crujir de la madera bajo el peso de nuestros compañeros al moverse en sueños, el murmullo del viento golpeando suavemente las ventanas, y el latido constante de su corazón, tan cerca del mío. Todo parecía conspirar para que este momento se quedara grabado en mi memoria.
Mis ojos se cerraron por un instante, pero no quería rendirme al sueño todavía. Este era un lujo que no sabía si volvería a tener. Su calor contra mí, el peso de su cuerpo descansando de manera natural sobre el mío... Podría acostumbrarme a esto. No solo me relajaba; me llenaba de algo que no podía describir, algo entre plenitud y deseo, una necesidad profunda de que nunca se apartara.
La madrugada avanzaba lentamente, pero yo no quería que terminara. Cada segundo con ella en mis brazos era un pequeño universo en sí mismo, una pausa en el caos del mundo exterior. Suave, cálida, perfecta. Y por ahora, solo mía.
La noche se extendía como un manto infinito, rota solo por el ocasional susurro del viento que acariciaba las ventanas del hotel. Las respiraciones acompasadas de los demás llenaban la habitación, creando una sinfonía de sueños. Pero yo no podía unirme a ellos. Había algo en la oscuridad de la madrugada, en el peso de mis pensamientos, que me mantenía inquieto. Mis ojos seguían abiertos, adaptados a la penumbra, y mi mente viajaba una y otra vez hacia la sensación del cuerpo de Odeliah contra el mío, el único remedio que había encontrado para combatir el jet lag y, quizás, mis propias inseguridades.
Entonces, su voz rompió la quietud. "Oscar, ¿por qué no duermes?"
El susurro, ronco y adormilado, me tomó por sorpresa. Sentí un cosquilleo en la nuca; no solo por el sonido, sino por lo íntimo del momento. Había algo en su tono que sugería que se preocupaba, y eso me hizo temblar internamente.
"¿Cómo tú...?" respondí torpemente, mi voz cargada de incredulidad.
"Te mueves mucho, eres bastante inquieto," murmuró con un leve tono de reproche, aunque su voz estaba envuelta en un calor que solo el sueño podía aportar. "Lo noté desde la otra noche que también dormimos juntos."
Su honestidad, su simple observación, encendió un calor en mi pecho que no pude ignorar. Traté de restarle importancia, de desviar su atención. "Es solo un poco de jet lag, pecas. Estaré bien."
Ella suspiró suavemente, y el sonido me envolvió como una caricia. "Intenta dormir, Oscar. No te hará bien si no descansas..." Sus palabras fueron seguidas por un bostezo prolongado, como si el cansancio la estuviera reclamando nuevamente. Pero algo en mí no podía dejarlo pasar. Sabía qué me había ayudado la última vez, y aunque era vergonzoso admitirlo, no podía ignorar lo que realmente necesitaba.
"Yo... me gustaría dormir, pero... la noche anterior que lo hice fue porque tú... estabas encima de mí... entonces..." Mi voz salió temblorosa, insegura, cargada de una mezcla de nerviosismo y esperanza. Sentí mi rostro arder, y me odié un poco por lo evidente que era mi vulnerabilidad en ese momento.
Un silencio cargado se instaló entre nosotros, roto solo por la respiración pausada de los demás. Finalmente, Odeliah exhaló suavemente, y su voz llegó a mí como un bálsamo. "¿Podrás dormir si lo hago?"
"La última vez dormí muy bien. Sí." Mi respuesta fue apenas un murmullo, pero ella la escuchó. Lo supe porque, sin decir más, se movió.
La cama improvisada crujió levemente mientras ella se deslizaba hacia mí, escalando con movimientos lentos y torpes, claramente adormilada. Cuando finalmente se acomodó, su cuerpo se aferró al mío con una naturalidad que me dejó sin aliento. Sus brazos rodearon mi cuello, y sus piernas se enredaron en mi cintura como si aquello fuera lo más normal del mundo. "Ahora duerme," murmuró en un tono que era una mezcla de ternura y una ligera autoridad que no podía ignorar.
El peso de su cuerpo, la calidez que irradiaba, el aroma a lavanda y algo dulzón que emanaba de su cabello... todo me envolvía como una manta hecha a medida. No había espacio entre nosotros, y mis manos, como si tuvieran voluntad propia, se posaron en su cintura, trazando suaves círculos en su piel a través de la tela de su ropa. Su respiración volvió a estabilizarse rápidamente, y su rostro descansaba contra mi cuello, enviando un calor reconfortante que se extendía por todo mi ser.
No sabía qué era exactamente lo que me hacía sentir así. Quizás era su confianza al acercarse a mí de esa manera, o la forma en que parecía buscar mi cercanía tanto como yo buscaba la suya. Lo único que sabía con certeza era que no quería que esta noche terminara. Podría acostumbrarme a esto, pensé mientras el sueño comenzaba a arrastrarme, más rápido de lo que lo había hecho en semanas.
Mis dedos siguieron trazando caminos invisibles por su cadera y su espalda, deleitándose con la suavidad de su piel. Era un placer tan inocente como adictivo. El latido constante de su corazón contra mi pecho actuaba como un metrónomo, marcando el ritmo de mi creciente calma.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí completo. Cerré los ojos, dejándome llevar por la paz que solo su presencia podía ofrecerme.