Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 3

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El teniente Prowl se conecta con un gemido.

No se molesta en poner en línea sus ópticas. Ya sabe dónde está: su pripio dormitorio le resulta familiar, la sensación de su colchón debajo de él es inconfundible. La pregunta de cómo llegó allí es desconcertante, pero es una pregunta para el Prowl del futuro: tiene un trabajo que hacer.

Mira su cronómetro e insulta.

Ya ha pasado un joor desde que cambió turno y es conocido por su puntualidad, por eso se destaca. Revisa su comunicador, reflexivamente, pero no hay mensajes de nadie de la comisaría; nadie se ha molestado en buscarlo todavía; ninguno de los oficiales de la patrulla matutina se ha acercado a ver cómo está. No es inesperado: nadie lo quiere allí.

De todos modos, necesitará una historia de tapadara para Barricade. Algo que justifique su tardanza y le dé una excusa para tomarse dos orns libres sin previo aviso.

Prowl sale de la litera rodando de costado, acomodando cuidadosamente sus puertas e iniciando su ATS mientras se levanta. Dejando el problema de las explicaciones en segundo plano, se dirige a la cocina y se prepara un cubo.

No tiene sentido apresurarse si nadie lo extraña aún.

Mata otro joor de esa manera, sentado en su balcón, admirando los nuevos rayones en la elegante barandilla de metal. La cuestión de cómo Meister había logrado llevarlo a un balcón en un séptimo piso sobre una calle transitada a la vista del público, incluso de noche, ocupa otro hilo de procesos, y es mucho más interesante, por lo que lo deja en el procesamiento general mientras toma su energon. La pintura es indiscutiblemente suya, manchas blancas, en lugar del negro mate de la armadura de los asesinos, pero toma una muestra, más por costumbre que por otra cosa. Desperdicia unos cuantos kliks, y esa es razón suficiente.

Con el cubo vacío, a excepción de unos pocos granos de magnesio pegados al fondo, lo arroja a la cocina y sale a la calle.

A estas horas de la mañana hay mucho bullicio. No es como suele ver su barrio, para nada (normalmente sale antes del amanecer, cuando las calles todavía están despejadas y oscuras), pero ahora mismo, el parloteo constante y el roce de los campos electromagnéticos son un bálsamo.

No es ingenuo. Ha investigado casos en los que se sacaron mechs de calles ta transitadas como esta. Si alcanzas cierto nivel de notoriedad, no habrá testigos que te salven, no cuando la policía está dispuesta a mirar hacia otro lado. Pero la mayoría de los atacantes no irán tras un mech en medio de una multitud, y eso es reconfortante mientras se abre camino hacia la comisaría.

Al pasar por una hilera de puestos de mercado, toma una caja de envío de un vendedor, que se la entrega con un gesto de la mano. La guarda en el subespacio y va formando un plan mientras su ATS escupe ideas.

Livewire está apoyado contra la pared junto a la entrada de la comisaría y Prowl le hace un gesto respetuosos con la cabeza al alto oficial tarniano mientras se acerca. Livewire lo mira confundido.

—Prowl. ¿Dónde estabas, mech? El capitán te estaba buscando en el cambio de turno. No es propio de ti llegar tarde. La mayoria de los chicos supusieron que tarde o temprano llamarías para avisar que estabas enfermo—.

Prowl abre completamente sus puertas, lazando la sorpresa a su campo mientras mira al otro mech confuso.

—¿buscándome?—. Deja caer sus puertas mientras sube los escalones, se detiene a una distancia respetuosa de su compañero oficial y mira al robot plateado. —No debería haberlo hecho. Tengo los próximos dos orns libre. Solo estaba pasando para recoger algunos artículos personales...—.

Livewire se desahoga ante eso, luciendo tan confundido como Prowl pretende estar. —Uh. No parecía pensar... Deberías ir a verlo. ¿Estas seguro de que aprobaron tus papeles?—.

𝕰𝖑 𝖘𝖎𝖈𝖆𝖗𝖎𝖔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora