CAPITULO 9

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Avanzábamos por las calles, nuestras pisadas silenciosas resonando en mi cabeza como si fueran estruendos. Las fachadas de los edificios parecían observarnos, testigos mudos del caos que se había desatado. Los coches abandonados, con las puertas abiertas y las alarmas apagadas hacía tiempo, se alineaban como un cementerio de metal. El aire olía a ceniza y miedo. La tensión era palpable; sabía que un solo sonido, una respiración demasiado fuerte, podría significar el fin.

El crujir de algo a la distancia me hizo detenerme. Mis ojos se encontraron con los de Derek, que mantenía la mandíbula apretada. Matt, delante de nosotros, levantó una mano en señal de alerta. Justo entonces, un grito desgarrador rompió el silencio. Giré la cabeza y vi a un hombre y una mujer corriendo, sus rostros desfigurados por el pánico.

—¡Ayuda, por favor! —gritaba la mujer, con la voz rota.

Sin pensar, di un paso adelante, mi instinto de proteger a toda costa impulsándome. Pero antes de que pudiera moverme más, sentí la mano de Derek agarrándome del brazo, su fuerza como una pinza de acero.

—Suéltame —le susurré, tratando de liberarme.

—Mira —dijo Matt en voz baja, señalando hacia donde corrían. Detrás de la pareja, al menos diez de esos seres se abalanzaban, sus cuerpos torpes y veloces, emitiendo gruñidos guturales. La sangre me heló en las venas.

—Tenemos que ayudarles —insistí, pero Derek me apretó más fuerte, y pude sentir el calor de su cuerpo cerca del mío, su respiración rozando mi oído.

—Cálmate —susurró con firmeza—. Mira a tu alrededor, Tessa. No podemos enfrentarnos a eso.

Matt maldijo en voz baja, su mirada recorriendo la calle. —Joder, tiene razón... Mira, en ese portal —dijo, señalando una puerta entreabierta—. Podemos escondernos allí.

Me zafé del agarre de Derek, que me miró con una mezcla de frustración y algo que no pude leer. Le lancé una mirada a Matt, y sin palabras, supe que entendía el plan.

—¡Eh! —grité, levantando el arma y disparando un par de veces al aire. Los disparos resonaron como un trueno, y la pareja nos vio, corriendo hacia nosotros con un destello de esperanza en sus ojos.

Los infectados cambiaron de dirección, atraídos por el ruido. Un escalofrío recorrió mi columna cuando uno de ellos agarró a la mujer por el brazo y la empujó al suelo. Sin dudarlo, Derek se lanzó hacia adelante, disparando y liberándola con un movimiento rápido.

—¡Joder, putos polis! ¡Moriré por vuestra culpa! —gritó Derek mientras los cinco corríamos hacia el portal.

Entramos atropelladamente, y Matt cerró la puerta de un golpe, empujando una cómoda vieja para bloquearla. Derek y yo ayudamos a levantar más muebles, apilándolos rápidamente mientras los gruñidos y los golpes contra la puerta comenzaban a resonar.

—¡Joder, joder! —dijo Derek, el sudor cayendo por su frente mientras empujaba una estantería contra la entrada.

La pareja, todavía jadeando, se abrazó, temblando como hojas al viento. La mujer miró nuestros uniformes con ojos llenos de desesperanza.

—¿Habéis venido a evacuarnos? —preguntó, su voz temblorosa.

—¿Qué? —dije, confundida por un momento.

—Ayer por la noche salieron varios buses, pero no llegamos. ¿Venís por eso? —insistió el hombre, su voz cargada de una mezcla de esperanza y miedo.

Miré a Matt, y al ver la realidad reflejada en sus ojos, la comprendí. No, no éramos salvadores. Yo no era la heroína que creía que podía ser.

—No... nosotros... bueno, digamos que... —comencé a decir, pero Derek me interrumpió con un tono amargo.

SIN REFUGIO | Zona Z #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora