CAPITULO 35

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La oficina de Jack estaba sumida en penumbras, iluminada únicamente por la luz parpadeante de un pequeño monitor que mostraba las cámaras de seguridad del pabellón. Sus ojos oscuros se estrecharon al observar las imágenes, donde los pasillos vacíos y las sombras parecían más amenazantes de lo habitual. La súbita caída del generador había alterado el delicado equilibrio del lugar, y ahora el edificio entero parecía contener la respiración.

—¿Qué demonios está pasando? —gruñó, golpeando la mesa con el puño cerrado.

Briggs, su hombre de confianza, entró apresuradamente en la oficina. Su corpulento cuerpo parecía casi fuera de lugar en el espacio reducido, pero su expresión era grave.

—Señor, hemos perdido la electricidad. Todo está apagado salvo las cámaras conectadas al generador secundario.

—¿Cómo es posible? —demandó Jack, levantándose de su silla con una energía que hacía temblar los papeles sobre el escritorio—. Revisen el generador, ahora mismo. No me importa qué o quién sea. ¡Quiero respuestas!

Antes de que Briggs pudiera responder, un estruendo rompió la tensa atmósfera. Desde fuera, el ala sur del pabellón se iluminó por un breve instante con el resplandor rojizo de una bengala. El ruido de explosiones menores resonó poco después, como una ráfaga de fuegos artificiales que desgarraba la noche.

—¿Qué fue eso? —Briggs miró hacia la ventana con expresión alarmada.

Otro de los hombres de Jack irrumpió en la oficina, jadeando por la carrera.

—¡Señor, estamos bajo ataque! Las explosiones vienen del ala sur. Algunos hombres han visto movimiento cerca de los árboles.

Jack frunció el ceño, su mente procesando rápidamente la información. Dio un par de pasos hasta el monitor y aumentó la imagen del ala sur, donde un par de guardias apuntaban sus armas hacia el horizonte, visiblemente nerviosos.

—Es Derek... —murmuró, como si el nombre llevara consigo una sombra de amenaza tangible.

—¿Está seguro? —preguntó Briggs, sorprendido—. Podría ser cualquier grupo de saqueadores o supervivientes desesperados.

Jack se giró hacia él, su expresión dura como el acero. —¿A quién más conoces capaz de apagar el generador y crear este tipo de distracción? Es Derek. Lo sé. Y si Derek está aquí, no ha venido solo.

Briggs asintió, aunque su mirada delataba incertidumbre. —¿Qué hacemos, señor?

Jack tomó su rifle de asalto que descansaba junto a la mesa y lo cargó con un movimiento preciso. —Envía un grupo al ala sur. Quiero que verifiquen qué demonios está pasando allí. Pero escucha bien, Briggs, refuerza la entrada principal y las salidas traseras. Ese malnacido no va a atraparme desprevenido.

—Sí, señor —respondió Briggs, saliendo a toda prisa.

Jack se quedó mirando la pantalla por un momento más, observando cómo las bengalas iluminaban de forma intermitente el ala sur. Sabía que esto era una distracción, un intento de dividir sus fuerzas. Pero si Derek estaba aquí, eso significaba que venía por él. La idea le arrancó una sonrisa retorcida.

—Siempre supuse que volverías... —murmuró para sí mismo—. Y no pienso facilitarte las cosas.

Desde el tejado del edificio contiguo, Matt y Nick observaban el caos que habían provocado. El ala sur del pabellón estaba ahora en completa agitación, con guardias corriendo en todas direcciones.

Nick y Matt se habían convertido en algo más que compañeros de batalla; eran un equipo imparable. Durante semanas, habían aprendido a entenderse con un simple gesto o una mirada, desarrollando una sincronía que los hacía letales juntos. Nick disparaba con una precisión milimétrica, mientras que Matt, con su rapidez y agudeza, siempre encontraba el mejor ángulo para flanquear al enemigo. Habían conseguido lo que parecía imposible: atraer a los hombres de Jack al tejado, llevándolos justo donde querían. Pero más allá de la estrategia y la eficacia, lo que realmente los unía era la amistad que había crecido entre ellos. En medio del caos, los ataques y las largas noches, habían encontrado consuelo en esa conexión. No necesitaban palabras grandilocuentes; su lealtad se demostraba en cada bala disparada y en cada cobertura mutua. Eran más que aliados; eran un soporte el uno para el otro en el infierno que ahora llamaban vida.

SIN REFUGIO | Zona Z #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora