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P.O.V.

Jade


—¡Ramé! —La voz de Mike estalló en los pasillos tras bambalinas como una granada—. ¿En qué mierda estabas pensando?

Me detuve en seco, justo cuando estaba a punto de cambiarme. El tono de Mike era claro como el agua: estaba furioso, y yo sabía que no me esperaba una charla amigable. Me giré lentamente, levantando una ceja con la misma actitud que solía reservar para los clientes demasiado insistentes.

—¡Idiota! ¡Le bailaste al mejor amigo del novio, no al maldito novio! —siguió rugiendo mientras entraba en la sala, su rostro rojo de rabia.

Cruzando los brazos, le sostuve la mirada, un poco más altiva de lo necesario. Estaba a punto de encogerme de hombros y soltarle algún comentario sarcástico cuando pensé mejor y me moderé un poco. Pero no del todo.

—Bueno, al menos no me confundí con el bartender, ¿no? Eso sí hubiera sido un verdadero desastre —le respondí, mi tono casual, pero con un destello de desafío en los ojos. Porque, claro, si iba a equivocarme, al menos lo había hecho con estilo.

Mike me miró con los ojos entrecerrados, y por un segundo pensé que le iban a salir chispas. Claramente, no estaba de humor para mis bromas.

—Ramé, deja tus tonterías. ¡Este tipo de errores nos cuesta clientes! , y reza porque Ethan no le diga a su tío, si no estaremos en problemas—gruñó, su voz cargada de frustración mientras se pasaba una mano por la cabeza, como si intentara mantener la calma.

Rodé los ojos con un gesto que no pude reprimir del todo y exhalé un suspiro de paciencia. —Lo siento, Mike. No volverá a pasar —dije, pero con un tono que dejaba claro que no me iba a arrastrar ni a disculparme más de lo necesario. Después de todo, no era el fin del mundo.

—Más te vale, Ramé. Y la próxima vez, asegúrate de apuntar bien antes de empezar con tu show —me advirtió, tratando de suavizar un poco su tono, aunque su enojo seguía evidente.

Lo observé irse, dejando tras de sí un rastro de frustración y reprimí las ganas de hacer una reverencia exagerada, pero lo hice solo para mis adentros. Una parte de mí sabía que Mike tenía razón, pero la otra, la parte que se negaba a admitir errores, solo quería salir de allí y olvidarse de todo.

Suspiré, volviendo mi atención al espejo mientras me quitaba el traje brillante y me deshacía del maquillaje que ya comenzaba a sentirse como una máscara pesada. Me observé un instante, pero no demasiado tiempo. Ya sabía lo que vería y no quería enfrentarme a esa sensación de fracaso que constantemente crece en mi pecho al ver a una chica que se escondía tras una fachada de confianza y arrogancia, aunque por dentro sentía algo más cercano al vacío.

-No aquí- murmure para mí, porque aquí todo lo que mostraba tenía que ser controlado, calculado.

Al salir del club, las luces de la ciudad seguían parpadeando, pero la energía de la noche ya empezaba a desvanecerse. Hoy caminé por las calles casi desiertas, ya que mi coche se encontraba en el mecánico por un desperfecto, durante el trayecto estuve disfrutando del silencio. Las multitudes me cansaban, y aunque adoro la atención bajo los reflectores, en la vida real prefería estar sola. La soledad tenía sus ventajas: nadie te juzga, nadie espera nada de ti. Vivo a unas cuadras del club, en un condominio de departamentos privados, por seguridad como dice Mike, irónico, si me viera caminando por estas solitarias calles el mismo me mataría por ponerme en riesgo.

Mi vida fuera de Éxtasis era sencilla, por no decir solitaria. No tenía una gran cantidad de amigos; la mayoría de las personas que conocía estaban ligadas al club, y las relaciones en ese ambiente eran tan efímeras como el brillo de las luces que iluminaban el escenario. Cuando no estaba trabajando, visitaba a mi hermana o prefería estar sola. Quizás porque la vida social implicaba exponerse, y ya lo hago lo suficiente en mi trabajo.

RaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora