Prólogo

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En el corazón de Nueva York donde las luces de neón, luchan por dominar la oscuridad de la noche. Dentro de ese exceso y derroche urbano, existe un lugar que promete algo más que una simple distracción: Éxtasis. Un club exclusivo, donde el lujo y el misterio se mezclan con cada nota de música y cada movimiento de las de las destacadas y muy codiciadas bailarinas. Y entre todas, estoy yo, Ramé, una chica que parece pertenecer a este mundo de reflejos, sensualidad y sobre todo morbo, pero que guarda en su interior una tormenta que pocos logran ver.

Esta noche es especial.

Me preparo para una coreografía distinta, una que he estado perfeccionando en mi mente durante días, desde que Mike aceptó éste Show, al principio fue extraño ser la escogida para esta ocasión, no cualquiera puede pagar un privado conmigo, en especial los futuros novios, por lo general llegan a esperar la presentación que realizo cada dos meses, una donde todos pueden seguir viendo la estrella que soy, independientemente de su insuficiencia económica, algo así como un acto de caridad de parte del dueño para aquellos degenerados, es para mostrarles que sigo aquí y que si se esfuerzan mas algún día tendrán un privado conmigo, sin duda un show motivacional, así que tiene sentido porque fui la seleccionada, soy el obsequio del novio y sus amigos, que es socio de un familiar de Mike al parecer.

El salón principal del club está adornado con velas que proyectan una luz suave sobre el terciopelo rojo que cubre las paredes. Los cristales de este noveno piso permiten una vista panorámica de la ciudad, un recordatorio constante de la vida que está allá afuera, mientras nosotros creamos un universo aparte aquí dentro. Las mesas, dispersas en semicírculo, rodean el escenario central, creando una atmósfera íntima, algo así como secreto, que contrasta con la grandeza del lugar. Esta noche, en esta despedida de soltero, yo seré el centro de sus miradas, el centro de sus anhelos y el de sus deseos mas oscuros.

—¿Lista para esta noche? —me pregunta Jessica, una de las camareras, mientras ajusta su bandeja. Su tono es despreocupado, pero veo la chispa de curiosidad en sus ojos.

—Como siempre —le respondo con una sonrisa que no llega a mis ojos. He aprendido a ofrecer esa sonrisa; es parte de mi trabajo. Estos eventos son comunes en Éxtasis, pero cada uno es diferente, tiene su propio sabor, su propio reto.

—Dicen que el novio es difícil de impresionar —comenta Ezra, uno de los otros bailarines, mientras se estira frente al espejo observando detenidamente sus bíceps.

Lo miro de reojo y luego dejo que mi vista se deslice hacia el escenario. Mi lugar. Mi refugio. Mi hogar. Es donde pertenezco, es donde debo estar. Comienzo a escuchar la música en mi mente, visualizo cada paso, cada giro. Sé que esta coreografía no es solo un baile; es una historia que debo contar, un coqueteo cuidadosamente diseñado para dejar a todos sin aliento, deseosos de mí, a la expectativa de mi próximas tandas de pasos.

—No se trata de impresionar —murmuro, más para mí misma que para los demás—. Se trata de hacer que sienta algo mas, algo que lo amarre y obligue a volver.

La danza no es algo que pueda explicar con palabras, pero si con mi cuerpo...

Las luces del escenario se encienden, bañando la plataforma en un suave resplandor. Respiro hondo una última vez antes de subir. Estoy vestida con un traje de bombero que destella bajo las luces, reflejando mi determinación y mi anticipación. Sé que en cuanto dé el primer paso, todo lo demás desaparecerá. Solo quedará la música, mi cuerpo, y esa conexión inexplicable con el público.

Subo al escenario y el ruido de la sala se disipa. Las conversaciones se detienen y todas las miradas se fijan en mí. Cada movimiento que hago es una invitación, cada giro es una promesa de algo más. Sé que esta despedida de soltero será excepcional; lo que realmente importa es este momento, este instante donde la música y mi baile se unen.

Atravieso entre la penumbra el escenario, moviéndome al ritmo de la música, dejando que la coreografía me guie, me quito la chaqueta que me cubre y la arrojo en una esquina de la habitación, para quedarme así con una lencería que no deja nada a la imaginación. Sigo moviéndome, hago que mi cuerpo hable por mí, cada movimiento entorno al tubo está cuidadosamente calculado para atraer la atención, para engatusarlos. Deslizo mi mirada por la habitación, buscando al novio, y cuando lo encontré, me centré en él: un hombre de cabello oscuro, con una postura relajada que contrastaba con la intensidad de sus ojos.

Decidí acercarme, permitiendo que mis pasos me llevaran directamente hacia él. Mi intención era clara: coquetearle, invitarle a ser parte del juego. Mis caderas se movían al compás de la música, y mis ojos se clavaron en los suyos, esperando la chispa habitual, la señal de que estaba capturado en mi hechizo. Pero lo que encontré fue algo completamente distinto.

Él me observaba, sí, pero no con el deseo o la fascinación que había esperado. Sus ojos, fijos en los míos, eran fríos, casi desganados. Me miraba como si ya hubiera visto todo lo que tenía que ofrecer, como si mi baile no fuera más que una repetición tediosa de algo que ya conocía demasiado bien. Me invadió una sensación de incomodidad, algo que rara vez para no decir que nunca había experimentaba en el escenario. No estoy acostumbrada a esa clase de mirada.

Sin embargo, esa falta de cuidado en su expresión no le restaba intensidad a su presencia. Al contrario, su falta de interés me provocaba, me empujaba a esforzarme más, a intentar romper esa barrera que parecía levantar entre nosotros. Pero no importaba lo que hiciera; su mirada permanecía fija, imperturbable, como si estuviera desafiándome a hacer algo diferente, algo que pudiera despertar su interés.

Mientras bailo cerca de él, uno de sus amigos, un hombre corpulento y con una sonrisa burlona, se inclinó hacia él, murmurándole algo al oído. No pude escuchar lo que dijo, pero vi cómo palmeaba su hombro de forma amistosa, como si compartieran un chiste privado, algo de lo que yo no formaba parte. Eso me enfureció, y al mismo tiempo, encendió una chispa dentro de mí.

¿Qué es lo que este hombre ve en mí? ¿O, mejor dicho, qué es lo que no ve? Esa mirada fulminante, esa intensidad helada, es un reto que no puedo ignorar. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, me siento vulnerable sobre el escenario. ¿Es eso lo que buscaba? ¿Que me sienta así, expuesta, en mi propio terreno?

La música seguía, pero yo ya no estaba completamente inmersa en ella. Mis movimientos se volvieron más automáticos, menos seguros, mientras él continuaba observándome con esa mezcla de desgana e intensidad que me desconcierta.

Finalmente, me alejo para moverme hacia el centro del escenario directo al tubo, donde la atención se dispersaba más. Sentí su mirada en mi espalda, quemando mi piel, incluso cuando ya no estaba enfocada directamente en él. A medida que la canción llegaba a su fin, una sensación incómoda me atravesó: algo había cambiado.

La música se detuvo y los aplausos ruidosos de sus amigos resonaron en mis oídos, pero mi mente estaba en otra parte, atrapada en esa mirada. Cuando las luces se atenuaron y la cortina cayó, supe que había algo más detrás de esos ojos fríos, algo que me atraía y me repelía al mismo tiempo.

—Impresionante, como siempre —me susurra Jessica regresándome a la realidad, mi respiración aún agitada y mi corazón latiendo con fuerza por lo que acaba de pasar.

Le sonrío, esta vez de verdad. No importa cuántas noches pasen, el escenario siempre me llama, como una adicción que no puedo ni quiero abandonar. Aquí, bajo las luces, es donde realmente vivo, este es mi hogar, mi gusto culposo.

Sin embargo, en esta noche, por primera vez en mucho tiempo, me di cuenta de que el juego no había terminado. Y aunque no sabía cómo o cuándo, tenía la certeza de que nuestras miradas se cruzarían de nuevo, y esta vez, yo estaría preparada.

Porque este no era el final, sino solo el principio.





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RaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora