Capítulo 2

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"Huellas de un amor olvidado"

Mackenzie respondió al teléfono al recibir una llamada de un número desconocido. 
—¿Bueno?

—Señorita Freeman, un gusto saludarla. Solo para informarle que el lunes debe presentarse en la oficina. ¡Felicidades, usted ha obtenido el puesto!

Mackenzie se quedó en silencio un instante, sorprendida. 
—¡Wow! ¿En serio? Muchísimas gracias. El lunes, a primera hora, ahí estaré.

Terminada la llamada, Mackenzie pasó el fin de semana llena de ansiedad por lo que había sucedido. Había conseguido el puesto, sí, pero… ¿y ella? Sentía miedo. Aunque había pasado un año y cuatro meses desde que estuvieron juntas, le aterraba que se enterara de Sabrina, su hija. No entendía en qué momento había regresado.

El tiempo pasó más rápido de lo que esperaba, y pronto llegó el lunes por la mañana. Un llanto la despertó, Mackenzie sonrió al reconocer que era Sabrina. Sabía perfectamente lo que quería, así que se acomodó, levantó su camisón y se preparó para amamantarla. Sabrina se prendió rápidamente y poco a poco comenzó a calmarse.

La pequeña levantó la mirada hacia su madre, y Mackenzie sintió un nudo en el pecho al notar el parecido. ¡Dios, era igual a ella! Esos ojos grandes y claros, las largas pestañas, las cejas, la perfecta nariz… su piel blanca con un rubor natural en las mejillas. Y esos labios, los mismos que ella había amado besar. Si tan solo se hubiera quedado.

Mackenzie estaba tan sumida en sus pensamientos que apenas notó cuando la alarma sonó. Sabrina dormía profundamente, así que se levantó con cuidado, se preparó rápidamente y alistó las cosas de ambas. Después de dejar a Sabrina al cuidado de Juliana, partió hacia el trabajo.

Al llegar al edificio, subió al elevador, todavía sin conocer a su jefa. La secretaria la condujo a su oficina, una que podía personalizar a su gusto, y le explicó sus tareas. Mackenzie se dedicó al trabajo durante gran parte de la mañana; habían pasado ya varias semanas desde que alguien había renunciado al puesto, así que tenía mucho trabajo atrasado que poner al día.

Más tarde, decidió bajar a la cafetería por un café. Después de unos diez minutos, subió de nuevo en el elevador, que se detuvo en el segundo piso. Y entonces, como si el destino la estuviera poniendo a prueba o como si sus pensamientos hubieran logrado manifestarla, allí estaba ella: Berenick.

Mackenzie sintió cómo su corazón se detenía por un segundo. Trató de disimular, mirando hacia otro lado, como si no la hubiera notado. Solo estaban ellas dos en el elevador, y el aire se sentía pesado, cargado de una tensión silenciosa e incómoda.

—Hola, Mackenzie —dijo Berenick, intentando relajar el ambiente.

—Hola —respondió Mackenzie sin emoción, aún sin mirarla.

—¿Trabajas aquí? —preguntó, observándola fijamente. Sabía exactamente lo que quería.

—¿Desde cuándo te importa mi vida? —soltó, sosteniendo su mirada con firmeza. Berenick sonrió de manera arrogante, logrando su objetivo de incomodarla.

El elevador se detuvo en el piso correspondiente. Mackenzie agradeció mentalmente la oportunidad de escapar y, con una sonrisa igual de fría, salió hacia su oficina, dejándola atrás. Aún tenía mucho trabajo por hacer. Su tarea consistía en diseñar y hacer publicidad para una academia de arte y música, y esa era la razón por la que Berenick se encontraba ahí. Eso era lo suyo.

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