Eatrix

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Capítulo III: La Inquisición de Eatrix

El crepitar de las hojas secas bajo mis pies fue ahogado de pronto por un silencio abrumador. Sentí una presencia antes de verla: una energía sombría, cargada de ira y resentimiento. De entre los árboles emergió una figura esbelta y fuerte, cubierta en una armadura oscura que reflejaba la luz como el filo de una cuchilla. Su rostro era severo, sus ojos fríos y calculadores, con una intensidad que parecía atravesar el alma.

Eatrix, la Inquisidora, famosa entre aldeanos y viajeros, susurrada en las leyendas como la cazadora de bestias míticas, se detuvo frente a mí, con una postura desafiante y una expresión de desprecio apenas contenida. En su mano derecha llevaba una espada decorada con runas antiguas, mientras que una daga colgaba de su cintura, ambas armas teñidas con la marca de incontables batallas.

Eatrix: "Así que eres el tonto que defiende a la bestia." – Su voz era baja pero cargada de veneno. – "No debería sorprenderme. Los dragones siempre encuentran maneras de someter a los débiles. Y tú, evidentemente, eres uno de ellos."

Paolo: "No has comprendido nada, Eatrix. Rohsena no es la amenaza que tú crees. Ella no destruye, sino que revela... revela lo que somos en verdad."

Eatrix soltó una risa amarga, como si hubiera escuchado la misma excusa un millar de veces. Dio un paso adelante, dejando que su figura se alzara en toda su altura, proyectando su sombra sobre mí. La intensidad en sus ojos era feroz, como si los dragones le hubieran arrebatado algo mucho más profundo que la paz.

Eatrix: "¿Revela?" – replicó con un susurro casi burlón. – "¡Los dragones no revelan! Consumen. Corrompen. ¿Sabes cuántos he visto caer bajo su hechizo, cómo sus corazones se volvían oscuros, como si todo lo que fueran, cada pensamiento, cada sueño, se extinguiera?"

Paolo: "Eso no es lo que yo he visto. No es lo que he sentido."

Eatrix: "Porque eres otro de los ciegos, otro hombre dispuesto a entregar su alma por una ilusión." – Se acercó aún más, la fría determinación marcaba cada paso. – "Los dragones no tienen corazón, y tampoco desean que los humanos tengan uno. Roban nuestro espíritu, nos envuelven en mentiras hasta que ya no podemos diferenciar la verdad de su engaño."

Paolo: "Y tú, Eatrix, ¿qué has perdido que te haga ver así a Rohsena? ¿Qué fue lo que los dragones te arrebataron?"

Por un instante, vi un brillo diferente en sus ojos, algo que no era odio, sino un dolor profundo, antiguo, que ni su fría resolución podía ocultar. La chispa se apagó rápidamente, reemplazada por una máscara de dureza.

Eatrix: "Mis pérdidas no son asunto tuyo, defensor de monstruos. Lo único que necesitas saber es que hoy, aquí, terminaré lo que empecé hace años. No habrá descanso hasta que la última de esas bestias caiga, y si tú decides protegerla, sufrirás el mismo destino."

Paolo: "Entonces lucha conmigo, Eatrix. Pero no esperes que me aparte. He visto en Rohsena algo que tú, cegada por tu propio odio, jamás entenderás. Ella me mostró mis debilidades, me reveló mis errores... Y aunque su presencia pueda ser aterradora, sé que no es el mal que tú pintas."

Eatrix: "¡Necio!" – alzó su espada, apuntándome con ella. – "Esa criatura te ha convertido en una sombra de ti mismo. El miedo que siembra, la duda... eso es lo que me hará fuerte. Tú eres solo otro peón, y pronto verás la verdad cuando caigas."

Dragón PurpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora