𝐕𝐈.

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Lucero

Desperté lentamente, como si el peso de la noche anterior se hubiera adherido a mi piel. El día estaba empezando, pero el sol no parecía querer entrar en mi habitación. Un frío extraño invadía el aire, como si todo el entorno estuviera esperando algo, algo que ni yo misma sabía si iba a llegar. Era temprano y no quería enfrentarme al mundo aún. La cama estaba fría, como siempre lo estaba desde que me separé de Manuel. A veces, pensaba que la ausencia de su cuerpo a mi lado era solo un eco lejano de lo que una vez fue nuestro hogar. El silencio era tan denso que dolía.

Mi cuerpo, exhausto por la cantidad de emociones que arrastraba, permaneció inmóvil, pero mi mente no dejaba de correr. Pensé en Michel, pero también en Manuel... y en lo que había sido mi vida con él. Los recuerdos llegaron con fuerza, como si un torrente de imágenes me atravesara de golpe.

***

El aroma del café que él se preparaba inundaba cada rincón de la cocina todas las mañanas. Me encantaba ver cómo la luz del amanecer iluminaba su rostro mientras estaba aún somnoliento, pero siempre sonriendo. Era nuestro momento. Nada más importaba. Apenas me miraba y sus ojos brillaban de una forma tan profunda que, por un instante, me sentía como la persona más afortunada del mundo.

—¿Qué haría sin ti?— Me preguntó una mañana cualquiera, con la taza de café entre las manos, mientras el sol entraba por la ventana de la cocina.

Su voz, siempre tan llena de cariño, me hacía sentir especial, como si en el mundo no existiera nadie más que nosotros dos. —Yo tampoco lo sé,— Respondí, sonriendo. Lo miré con ternura y me acerqué a él, apoyando mi cabeza en su hombro. —pero nunca tendremos que descubrirlo, prometí que no te dejaría nunca.—

Él me abrazó entonces, como siempre lo hacía, y me susurró al oído:  —Y lo cumplirás. Somos inseparables, Lucero.—

El amor en sus palabras era tan palpable que no podía imaginar que algún día dejaría de ser real. Nos miramos el uno al otro con la seguridad de que estábamos construyendo algo que perduraría para siempre. Las pequeñas cosas, los detalles sencillos, eran suficientes para nosotros.

***

Sonreí para mí misma mientras recordaba. Al principio de nuestro matrimonio Manuel solía ser más cariñoso. El pensar en momentos como ese hizo que mi corazón se calentara, pero toda reacción positiva se vio nublada ante nuevos recuerdos no tan agradables que llegaron a mi mente.

Un matrimonio no se desmorona de la noche a la mañana. Manuel y yo fuimos felices por muchísimos años, años llenos de momentos dulces e ilusiones. El fin llegó lentamente y de manera sigilosa como una sombra.

El día que todo comenzó a cambiar no lo supe hasta mucho después de que sucedió. Fue una tarde cualquiera de 2008, pero no sé por qué recuerdo tan vívidamente aquel momento. Quizás porque todo se sentía diferente, quizás porque fue ese el punto donde todo empezó a caer en picada.

***

Estábamos sentados en el comedor de nuestra casa, él con la mirada perdida en su taza de café, y yo mirando por la ventana, viendo cómo la lluvia golpeaba los cristales. El sonido de la tormenta era el único que nos rodeaba en ese instante de silencio, un silencio que, a pesar de su aparente calma, se sentía pesado, como si ambos estuviéramos esperando algo que no sabíamos cómo decir.

En ese momento, se decidió romper la quietud.

—Lucero, tenemos que hablar.— Dijo Manuel con la voz grave, pero suave.

Ámame Otra VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora