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Calm down.
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NIVARA ESTABA PREPARANDOSE para otro día en la escuela. Se dejó el cabello suelto, como siempre le gustaba, y se acomodó el dije de plata en su cuello, ese collar especial que había pertenecido a su madre y a su padre. Era el último regalo de ambos, aunque nunca llegó a conocerlos. El collar era lo más preciado que tenía de ellos; no se sentía mal por no haber tenido la oportunidad de conocerlos, ya que Dimaris la había cuidado como a una hija propia y no le faltaba el amor de madre. Sin embargo, a veces soñaba con haber tenido una conversación con su mamá, haberle preguntado por qué dejó Arabia, cómo conoció a su padre, qué la había traído a Puerto Rico, o simplemente hablar de cosas básicas de madre e hija. Ese collar era su consuelo, su amuleto, y le hacía sentir que ambos la acompañaban a donde fuera, como si la estuvieran cuidando desde algún lugar.
Al terminar de arreglarse, salió al comedor, donde encontró a Dimaris acomodando unos papeles para el trabajo.
—Mami, ¿y Fabián? —preguntó Nivara mientras recogía su mochila.
—Se fue temprano a trabajar, mija —respondió sin levantar la mirada de los papeles.
—Bendito, ¿Si alcanzó a desayunar? —preguntó Nivara, algo alarmada. Ella siempre se encargaba de prepararle el desayuno a Fabián, no porque su mamá la obligara, sino porque a ella le encantaba cocinar para él.
Dimaris la miró, sonriendo con ternura.
—Sí, sí, tranquila, yo le hice el desayuno hoy. Y mira, probablemente salga del trabajo a las dos, así que viene a almorzar aquí después de eso se va pa'l estudio a grabar con el panita ese suyo, ya sabes que anda con eso encima.
Nivara soltó un suspiro aliviado y le sonrió.
—Gracias a Dios —dijo, con una sonrisa feliz.
Dimaris se rió y la miró con esos ojos llenos de amor y orgullo.
