Apatía

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En las sombras de la noche, un hombre caminaba sin rumbo, atrapado en la vorágine de sus pensamientos. Sus pasos resonaban en el empedrado vacío de una calle solitaria, y el frío viento de su cuidad le arañaba el rostro, como queriendo arrancar la máscara de apatía que cubría su alma. En su mente, la vida se repetía en un ciclo monótono, una y otra vez, como si fuera una cinta que rebobinaba eternamente, y él no encontraba fin ni sentido a su existencia. De pronto, al girar por una esquina, lo sintió. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando la figura de una sombra se perfiló ante él. No era un hombre común, no tenía rostro ni identidad, era simplemente una silueta oscura que emergía del fondo de la noche, con un cañón apuntando directo a su pecho. El frío metal brillaba un instante bajo la luz tenue del farol lejano, pero en la penumbra el resto del agresor se difuminaba como un espectro, como la manifestación misma de la muerte. El tiempo pareció detenerse. Cada segundo se estiraba, deformando por la tensión del momento, y el hombre sintió como todo su cuerpo se volvía ligero, etéreo, mientras la conciencia de su propia mortalidad le golpeaba con la fuerza de un trueno. "¿Por qué él? ¿Por qué ahora?" Las preguntas se arremolinaban en su mente, como un torbellino de pensamientos, pero no encontraban respuestas. No había ira, no había miedo, sólo una extraña calma que lo inundaba, como si hubiese estado esperando este momento desde siempre.

En sus últimos momentos se dio cuenta de que no encontraría ninguna razón, ninguna justificación para su muerte. Era sólo un hecho, un destino cruel, arbitrario, que le arrebataba la vida sin más. El instante en que la bala salió del cañón, el tiempo pareció deleitarse. Todo sucedía con una quietud casi irreal, como si la muerte hubiese decidido convertir ese momento en una obra maestra. Sintió el impacto en su pecho. No fue un dolor inmediato, sino una oleada caliente que lo envolvió, como si un pincel carmesí lo estuviese trazando con cada gota de sangre. El líquido se derramó lentamente, empapándole el rostro. Y el goteo formó un patrón abstracto en la acera, una pintura violenta a lo Van Gogh, trazos grotescos y bellos en un lienzo de piedra. Mientras caía de rodillas, con la lluvia acariciándole el cuerpo, sintió algo que jamás había imaginado, la belleza en la muerte. Era casi embriagador, una sensación de plenitud que se mezclaba con la creciente certeza de que su fin estaba cerca. Sus recuerdos comenzaban a desaparecer, disolviéndose en la bruma de la nada, el dolor se apagaba en un susurro tenue. La energía abandonó su cuerpo y sintió como su mente se vaciaba, la expansión de su pensamiento disminuyendo hasta quedar reducida a un punto muerto. La distribución de cada conocimiento, de cada fragmento de su existencia se detenía, y en un solo lugar quedaba un vasto silencio. En el abismo, como en eco lejano, un leve susurro de pensamientos comenzaba a emerger, como si fueran los vestigios de aquel ser que ahora estaba muerto.

Con un sarcasmo que lastimaría a quien sea, se preguntaba. ¿Quién moriría en Potosí hoy día? ¿Quién gastaría una bala en alguien como yo? Seguro ni siquiera se preguntarían cuál era mi nombre. Oh, si es que acaso se extrañan por esto, será por la bala que encuentren, más no por mi cadáver. Entre lo poco que podía distinguir Captó el venir de las bestias de la noche, animales hambrientos y sedientos, guiados por la sangre, acercándose a devorar aquel individuo, quien con el último rastro de burla ácida que pudo darse en su interior, dijo, al final: "Al menos seré el banquete para estos perros hambrientos." Contemplando que la última y única utilidad que tuvo en este mundo era ser un cuerpo ofrecido de alimento para las bestias de la noche. Los últimos vestigios del sujeto se dirigían ante el resplandor, la iluminación, pero ¿qué era? ¿Era luz o era fuego? Él no podía distinguirlo. ¿Será que alguno de estos lo llevaría a una cruz? Y así, la lluvia se llevó los restos de lo que alguna vez fue un hombre. La luz también se desvaneció, dejando sólo el vacío. Sólo la nada, envolviéndolo con la promesa incierta de lo que yace al otro lado.

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