La ratonera tiene un disturbio, una figura se mueve sigilosa entre las sombras. Unos pasos rápidos, calculados, pero que denotan urgencia. Es el último recurso de un hombre atrapado en la trampa de la supervivencia. Le dicen: "El Zorro" en el barrio. Un nombre casi poético para alguien cuya vida es de todo menos eso. Deslizándose fuera de la ratonera donde malvive, lo primero que ve al abrir la puerta es a la anciana dueña del lugar, la "doña", con su habitual mirada severa y exigente. Su mano huesuda se extiende, esperando la renta.
Al lado de ella está su nieto, un chico bien vestido con sonrisa condescendiente. La abuela cobra el alquiler, pero es el nieto bastardo de su hijo no amado, quien disfruta de este dinero, aprovechando la jubilación de la anciana para darse sus lujos. La escena se repite cada mes, pero esta vez El Zorro no tiene con qué pagar.
—Hoy no hay plata —dice, con calma forzada.
La anciana no responde, pero el nieto avanza con el pecho inflado, intentando intimidarlo. El Zorro se encoge de hombros, más para sí mismo que para ellos. Tiene que ser rápido. Mide las opciones y las posibilidades, como si el tiempo se dilatara. Un movimiento en falso y las cosas podrían complicarse. Pero él sabe que puede salir ileso si usa su única arma: la palabra. Sin embargo, no es su día.
—Apura pues, ratón —espeta el nieto con desprecio—. ¿Tienes miedo?
La paciencia de El Zorro se quiebra. Podría seguir hablando, negociar y ganar tiempo como siempre su hábil lengua lograba, pero el nieto decide lanzarse con el primer golpe, como si de verdad disfrutara de la idea de verlo retorcerse. El Zorro esquiva, y con la agilidad que sólo la mala vida puede proporcionar, se desliza entre las piernas de su oponente y echa a correr. Las escaleras de la ratonera crujen mientras las baja de tres en tres, y en cuanto llega a la calle, se adentra al desierto.
A lo lejos divisa a su verdadero objetivo: la "dama de cara larga". No es cualquier mujer. Es la fuente de dos amantes que viven del sudor ajeno, un par de figuras conocidas en el barrio: uno es un magnate de la moda que se valió de la ingenuidad de inocentes chicas para llegar a la cima. El otro un niño lindo, hombre de poca monta que sólo busca aprovecharse de lo que el primero descuida. Ella es el nexo entre los dos, un trofeo que ambos ansían, un por la piel el otro sanguijuela que quiere beber de la piel.
El Zorro acecha, esperando su momento. Hoy no busca ni amor ni reconocimiento, solo el contenido de esa cartera que la dama sostiene cátedra de sus sueños anhelados. Se repite el mantra que aplica todos los días “Quien ve oro en el suelo y pasa de largo, merece la cárcel por dejar a la vida en un letargo”. Se mueve con destreza, una sombra entre las sombras. Y entonces, en un parpadeo, salta hacia ella y le arrebata el bolso. La reacción no se hace esperar: el amante "vago", un tipo delgado y elegante, lanza una maldición y se abalanza sobre él.Pero Zorro es rápido. Mientras su perseguidor se tambalea por la sorpresa, él ya está corriendo, el trofeo en la mano y una sonrisa en el rostro. Atrás queda el vago, que no gastaría energías pero el bolso tenía lo que le alimentaba en esos días. Lo vio derrotado en una escena que resulta casi cómica. El pensó: “Lo siento amigo, una sanguijuela no puede absorber la velocidad de este zorro del desierto” Pero no fue tiempo de celebrar. De repente, el chillido de neumáticos en la esquina lo obliga a detenerse en seco. Un taxi, cruzado de forma agresiva, bloquea su camino.
—¡Maldito seas! —masculla entre dientes.
El conductor se asoma, furioso, apretando el volante con las manos temblorosas, un descuido y perdería la posibilidad para llenar la cuota de sus hijos, que sus minutos han consumido. Pero no es a él a quien teme.
Era el oficial miedo de todo seductor de la vida. Un cazador certificado, alguien que ha perseguido a gente como él toda su vida. El Zorro se siente atrapado, como un animal acorralado. No hay escapatoria, pero tampoco se va a rendir sin pelear.El perseguidor se mueve con la calma de quien sabe que tiene el control. Es un veterano, alguien que ha visto todos los trucos. Y cuando se acerca, su mirada se cruza con la de El Zorro. Una chispa de reconocimiento pasa entre ambos. No es la primera vez que se enfrentan. Pero esta vez, el cazador tiene algo más que una orden de arresto en mente. Él lo sabe, lo siente. Es algo personal.
Aún recuerda como este infeliz le impidió a su madre resurgir privándola de vender unos simples jugos que no dañaban a nadie, el rencor le envuelve en una capa de ira que hace que el Zorro decida. No será una presa fácil. Se lanza hacia adelante, la cuchilla brilla mostrando su afilado ser… pero no llega. Un disparo. El dolor es inmediato, pero más que dolor, lo que siente es vacío. Un vacío que se extiende desde el pecho, devorando todo a su paso. El oficial sonríe, satisfecho, mientras el ladrón cae al suelo.
El bolso robado rueda fuera de su alcance. El Zorro, temblando, observa cómo el colgante de oro brilla bajo el sol abrasador. Su botín, su triunfo, se desliza entre los dedos del oficial que con maña lo oculta en su bolsillo. Y, justo antes de que la oscuridad lo envuelva, vio al oficial con una sonrisa que delataba complicidad, lo perdonaba por todo mal, ahora lo entendía. Con una última chispa de claridad atravesando su mente murmulla:
—Quien ve oro en el suelo y pasa de largo… merece la cárcel por dejar la vida en un letargo…
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Cuentos Ocultos
Cerita PendekUn compilado de cinco historias sobre los razgos humanos.