Capítulo 9

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Existe una faceta de END que ya nadie recuerda.

El llamado Rey de los Demonios era conocido por rumores llenos de dolor, promesas de muerte y sangre. Su nombre creaba terror por sí solo, reflejando el fin de la vida, de la esperanza, y de cada asentamiento humano con el que se cruzaba.

Sin embargo, más allá de sus enemigos, END sabía proteger. Su presencia calmaba a su pueblo, y su voz era capaz de tranquilizar a cualquier corazón destrozado.

Ningún humano lo sabe, pero no hubo monarca más comprensivo, firme y leal que END. Si crearon leyendas de pesadilla con su persona fue por miedo. Miedo a descubrir que no somos tan diferentes, que podemos dialogar, debatir. Amar.

Tenían miedo de descubrir que él era mejor que sus propios reyes. Y, por eso, se aseguraron de destronarlo.



Diario anónimo.

Año 800.





Natsu estaba volviendo de su última misión, sencilla en cuanto a objetivo pero inútil para sus propios fines, cuando lo sintió: un pulso de magia violento, denso y furioso. No era amable, sino crudo, áspero contra los sentidos y picante al gusto. Por un breve momento, lo transportó a otra época, olvidada por todos menos por él mismo, a un pueblo que hacía siglos había sido extinto.

Se detuvo en medio del camino, olfateando el aire, paladeando el ethernano que había sido transportado por esa oleada de magia. Provenía del este, llevado por el viento, donde densas nubes de tormenta convergían en el comienzo de un inminente tornado. El propio aire parecía aullar, rabia y agonía en un mismo sonido escalofriante. A Natsu se le erizó la piel de la nuca, atrapado en la melancolía de sus lejanos y apartados recuerdos y la necesidad de descubrir de dónde provenía tanta magia demoníaca. Porque no se trataba de ningún monstruo ni ninguna criatura mágica, de eso estaba seguro. Ningún animal podía sacudir tanto a la naturaleza misma.

Movido por una emoción urgente que hacía décadas que no sentía, se apresuró a seguirle la pista a la magia. Atravesó senderos de roca y pequeños pinares raquíticos a toda prisa, con la vista clavada en las nubes. Una sucesión de truenos agrietó el oscurecido firmamento, prediciendo una tormenta eléctrica. Su olfato cosquilleó con el ozono, mezclándose con el olor acre de la sangre. Todavía era tenue, pero a medida que se acercaba, el aroma se volvía cada vez más intenso y difícil de ignorar. Varios minutos después también captó el olor de tres humanos, tres que conocía bien. De pronto, la urgencia dirigió sus pasos.

Ahogando una maldición, comenzó a correr, acelerando cuando a sus oídos llegaron gritos y rugidos. No tenía ni idea de qué estaba sucediendo, pero no iba a permitir que la única persona que había encontrado en cuatrocientos años con antecedentes de demonio, una de los suyos, saliera herida. No si él podía evitarlo.

El rastro lo llevó a adentrarse en una garganta rocosa que desembocaba en un estrecho valle que parecía más una trampa natural de paredes de piedra afilada que cualquier otro accidente geográfico.

Y ahí, envuelta en una nube negra de ethernano, estaba ella.

Rasgos demoníacos se habían apoderado de toda su figura, apartando cualquier duda de la verdadera sangre que corría por sus venas. Por un instante, Natsu se permitió perderse en la violenta imagen. Desde sus garras, orejas puntiagudas y colmillos, pasando por su cola y culminando con las majestuosas alas. Todo, absolutamente todo, le recordaba lo que fue y ya no era, lo que tuvo que proteger y falló de manera miserable. Su pueblo había sido masacrado y él condenado a vivir bajo el peso de su memoria, recordando día tras día sus errores, su debilidad y su juramento.

Cuatrocientos añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora