Prologo.

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La noche era oscura y silenciosa, rota solo por el batir de las alas de Jungkook mientras escapaba del lugar que alguna vez había llamado hogar. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y magulladuras; las traiciones de quienes alguna vez fueron sus compañeros habían dejado cicatrices profundas, tanto en su carne como en su espíritu. Las llamas de la batalla aún ardían en su memoria, mientras las palabras de destierro resonaban en su mente como un eco cruel.

Con cada aleteo, su fuerza menguaba, sus alas se volvían más pesadas, y el dolor se intensificaba. Sabía que no podría seguir mucho más tiempo, pero su orgullo le impedía caer frente a sus traidores. Finalmente, en un intento desesperado por encontrar refugio, se adentró en el bosque. La magia que emanaba de los árboles parecía ofrecerle una bienvenida silenciosa, aunque solo fuera para descansar. Sin embargo, sus fuerzas lo abandonaron, y Jungkook descendió en picada. La tierra crujió y las hojas se levantaron en una nube al tocar el suelo, mientras él soltaba un último suspiro antes de caer inconsciente.

A lo lejos, en una pequeña cabaña oculta entre los árboles, SeokJin dormía plácidamente, ajeno a la tragedia que se había desatado a solo unos metros de él. Los rayos de luna se filtraban por las ventanas de madera, iluminando su rostro tranquilo y sus orejas de conejo, que se movían levemente en sus sueños.
Pero el estruendo de la caída rompió la calma. Las orejas de SeokJin se erizaron, y sus ojos se abrieron de golpe, asustados. Aún medio adormecido, se incorporó, sintiendo cómo el suelo bajo sus pies temblaba ligeramente. Con el corazón latiendo rápido, salió de la cabaña, siguiendo el rastro de las hojas caídas y el olor a humo que impregnaba el aire.

A unos metros, bajo el brillo pálido de la luna, encontró una figura enorme y desconocida. Un dragón, herido y cubierto de sangre, yacía inconsciente en medio del bosque sagrado. SeokJin tragó saliva, su instinto le decía que huyera, pero algo en aquella figura vulnerable despertaba en él una extraña compasión.

Tomó aire, dio un paso adelante y, sin saberlo, cruzó el umbral hacia un destino que cambiaría su vida para siempre. SeokJin observaba al dragón herido con los ojos muy abiertos, sin poder creer lo que veía. La criatura frente a él era enorme, imponente incluso en su estado inconsciente. Sus escamas oscuras brillaban bajo la luz de la luna, y las grandes alas, aunque desgarradas y cubiertas de sangre, aún conservaban una belleza que lo dejó embobado. Nunca había visto algo tan magnífico y trágico a la vez.

Su instinto le decía que debía mantenerse alejado, que los dragones eran peligrosos, pero algo en su interior lo empujaba a acercarse. Con cada paso que daba, sentía una mezcla de temor y fascinación que aceleraba su corazón. Sin pensarlo demasiado, se arrodilló junto a la imponente criatura, dejando que sus dedos rozaran las alas maltratadas. Las puntas de las plumas estaban chamuscadas y llenas de rasguños, pero SeokJin podía imaginar lo majestuosas que debían verse en su esplendor original.

Un susurro de compasión se alzó dentro de él. No podía dejarlo ahí. Con un último vistazo hacia la oscuridad del bosque, SeokJin decidió llevarlo a su cabaña para curarlo.

El dragón pesaba más de lo que jamás había intentado cargar, y cada intento de moverlo lo dejaba sin aliento. Pero, paso a paso, tirando con todas sus fuerzas, logró arrastrarlo hasta su cabaña. Las alas se extendían sobre el suelo, rozando las piedras y hojas, y SeokJin intentaba ser lo más cuidadoso posible para no empeorar sus heridas.

Cuando por fin logró llevarlo al interior de la pequeña cabaña, SeokJin se detuvo a recuperar el aliento. Miró al dragón de nuevo y sintió una extraña conexión, como si aquel ser solitario y herido compartiera su misma soledad. Con manos temblorosas, se dirigió hacia una caja donde guardaba hierbas medicinales y paños limpios.

— Espero que esto te ayude.— murmuró en voz baja, como si el dragón pudiera escucharlo.

A medida que limpiaba las heridas y vendaba las zonas más dañadas, SeokJin se maravillaba con cada detalle de su paciente. Su piel estaba cubierta de cicatrices de batallas antiguas, marcas de una vida llena de conflictos, pero sus alas seguían siendo hermosas. Con cada toque cuidadoso, sentía como si estuviera descubriendo algo sagrado.

Cuando terminó de cubrir las últimas heridas, SeokJin se sentó a su lado, agotado pero satisfecho. Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía solo. Había algo en aquel dragón que lo hacía sentir... acompañado, y aunque aún desconocía su historia, algo le decía que su llegada no era una simple coincidencia.

Jungkook parpadeó lentamente, tratando de enfocar la vista en su alrededor. Su cuerpo entero dolía, y las heridas en sus alas yacían cubiertas con vendas improvisadas, aplicadas con una delicadeza que él no esperaba encontrar en su condición de desterrado. Al intentar incorporarse, un suave aroma dulce le llegó de inmediato, envolviendo el ambiente de la cabaña en un aire cálido y acogedor. Era una mezcla entre hierbas frescas y un toque azucarado que relajaba sus sentidos, alejando por un momento el peso de sus preocupaciones.

Con un poco más de claridad, miró alrededor de la habitación y notó que estaba rodeado de pequeños detalles: muebles de madera pulidos, una manta tejida cuidadosamente doblada al pie de la cama, y algunas flores secas colgando en una esquina, llenando el lugar con ese aroma dulce y peculiar. La cabaña era modesta, pero había algo en ella que la hacía sentirse... hogareña. Diferente a los fríos y solitarios espacios a los que Jungkook estaba acostumbrado.

Entonces, frente a él, percibió una figura diminuta, envuelta en una manta y acurrucada en una silla cercana. Era un joven de apariencia frágil, con orejas suaves y largas que se asomaban entre su cabello oscuro. A pesar de que parecía estar en guardia incluso al dormir, su expresión era pacífica, como si cuidarlo hubiera sido lo más natural del mundo. Jungkook se dio cuenta de que ese híbrido conejo había sido quien lo había encontrado y, sin dudarlo, lo había llevado a su cabaña para curarlo.

La visión lo dejó absorto. Era extraño ver a alguien así de cerca, y aún más extraño era el ligero calor que le provocaba aquella escena. Aun cuando sabía que no debía bajar la guardia, no pudo evitar sentirse intrigado. Sus ojos se posaron en las manos del joven, delicadas pero con algunos pequeños rasguños, señal de que había trabajado con esfuerzo. Aquellas manos habían vendado sus alas, y eso lo llenaba de una extraña mezcla de gratitud y curiosidad.

Inconscientemente, Jungkook extendió una de sus garras, como si quisiera tocarlo, asegurarse de que era real y no un sueño causado por su fiebre y agotamiento. Pero justo cuando sus garras se acercaron a la oreja del joven, esta se movió ligeramente, causando que el híbrido conejo abriera lentamente los ojos, mirándolo aún somnoliento.

Por un instante, sus miradas se cruzaron. Jungkook, con toda su naturaleza feroz y desterrada, y SeokJin, con una inocencia y calidez que parecían ajenas a los peligros del mundo exterior. Ninguno de los dos dijo una palabra, pero en ese silencioso intercambio, ambos supieron que sus vidas habían cambiado para siempre.

Susurros del Bosque y Alas de Dragón | KookJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora