Colega

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El hombre caminaba con la cabeza gacha, haciendo sombra con la mano al rostro ya herido por un sol incesante. Lo hacía por el desaforado sol que colgaba solitaria en el cielo; pero lo cierto era que existía otra razón que él consideraba más importante: era para que nadie lo reconociera transitando por aquella inmunda calle.

<<si por mí fuera...>> era como comenzaba su monólogo interno que se extendía hasta tales desprecios hacia lo que se presentaba ante sus ojos como una realidad que repugnaba desde lo más profundo de su corazón. Y pensaba que si por mí fuera, hubiera botado a todos los bares posibles, habidos y por haber; hasta que no quedara de ellos recuerdo alguno, pues lo único que hacían era ofrecer una imagen grotesca de la ciudad.

Sin duda alguna, algo tan abominable como la industria de la prostitución y la fornicación desmedida no debía existir en ningún sitio del mundo. Ese lugar lo hacía sentirse inseguro, como una rata caminando entre una manada de gatos.

Si por mí fuera, no estaría pasando por allí así por así; pero ¿Qué iba a hacer? Su vehículo llevaba una semana en el taller, y con ese calor no se atrevería a ir a dar la vuelta hasta la otra calle: sería caminar mucho y el calor era insoportable. ¿Llamar a un taxi para dejarlo a nada mas de dos cuadras? No. Pero, al principio consideró que era mucho más estúpido pasar caminando por esas calles que pedirle a un taxi que lo llevara a tan solo dos cuadras. Con eso en mente, intentó dar parada a dos tuc-tuc, pero los dos estaban ocupados. Esperó, detenido en la esquina, pero se dio cuenta que estaba perdiendo mucho tiempo, por lo tanto, se decidió transitar la calle con un profundo remordimiento hacia los moto-taxistas que solo estaban a disposición cuando a él no le interesaban sus servicios. Pero a pesar de esto, se prometió a sí mismo que si se le cruzaba un tuc-tuc no dudaría en hacerle parada, montarse e inventarse algún viaje un poco más largo; después le pediría que lo llevase hasta la puerta de la casa, con tal de que no lo tacharan de raro; pero para desgracia suya ningún condenado tuc-tuc se le apareció en el camino. Ésa era la razón por la que transitaba por esa calle.

La música que resonaba en esos bares le era insoportable; mucho más insoportable que el calor del sol. Tosió en varias ocasiones para intentar dejar de escuchar, y agradeció el paso de los vehículos sobre el paso desnivel. Pero, en los lapsos de tiempo donde la ciudad parecía hacer silencio para dar lugar a esos sonidos perversos, casi se atrevía a cerrarse los oídos con las palmas de las manos, pero al final se abstenía pensando que lo llamarían arrogante. Pero si por mí fuera, los acusaría de contaminación auditiva.

Siguió caminando con una cara larga.

Un par de prostitutas estaban sentadas en las banquetas, a las afueras de un bar, con unos vestidos que brillaban bajo el fulgor del sol. Consideró saludarlas, pero descartó esta idea de inmediato poniendo una cara más larga e ignorando sus risotadas.

Algunos tipos salieron de un bar riendo a carcajadas, maldiciendo a grandes voces. Un par de transeúntes pasaron a lado suyo, pero no lo saludaron.

En ocasiones se subía a la banqueta para no tener esa sensación de ser atropellado por los vehículos que pasaban de vez en cuando.

Solamente faltaba media cuadra para que pudiera al fin salir de esa pútrida calle cuando su teléfono comenzó a sonar: alguien lo llamaba. Como sufría de astigmatismo y los lentes que llevaba ya estaban para ser reparados se vio obligado a detenerse en seco y contestar la llamada, que por cierto era de un número desconocido.

—¿Bueno? —dijo, con voz fuerte.

—Si, buenas tardes ¿hablo con el pastor Leandro Cifuentes?

—Así es, con él habla.

—Dios lo bendiga, pastor ¿Cómo está?...

—Eh ¿con quién hablo?

—Mire, le habla hermano César, César Prado, de la Iglesia Bethel, de la capital... nos conocimos en el aniversario de enero...

—Ah sisisisisi, ya me acordé. El de la zona uno, a unas cuadras de plaza los amates ¿verdad?

—Exacto.

—Si, ya me acordé.

—¿Estará ocupado? ¿lo interrumpo?

—No-no, para nada, al contrario... ¿Cómo está, hermano César?

—Muy bien, por la bendita gracia de Dios ¿y usted qué tal? ¿Cómo va el ministerio?

—Pues, gracias a Dios va muy bien. Bendecido como siempre.

—Me alegro, Pastor Leandro. ¿y la familia como está?

—Bendito sea Dios que muy bien, hermano. Gracias por preguntar.

—¡Qué alegre, hermano Leandro!... y yo aquí molestándolo...

—Ajá...

—Mire, yo lo llamaba, hermano, porque quería hacerle una cotización; sucede que el veintiuno de este mes estaremos realizando nuestra cruzada evangelistica; aquí, en la ciudad capital; y nos gustaría mucho que usted nos acompañase...

—Entiendo...

—...en su servicio de Pastor, pero también como solista. ¿Cómo estará su agenda? ¿tendrá libre ese día?

—¿Dijo martes veintiuno?

—Así es, hermano: martes veintiuno.

Hizo un breve recuento de su agenda.

—Para esa fecha estoy disponible, hermano César.

—Muy bien...

—¿En qué horario?

—La actividad comienza a las cinco de la tarde y culmina a las nueve de la noche, hermano.

—Entiendo...

—Y quisiéramos que usted nos acompañe con dos alabanzas y la predicación.

—¡Muy bien!... mire: por mi participación como pastor yo cobro tres mil quinientos...

—Tres mil quinientos, verdad.

—Así es.

—¿Y como solista? Para las dos alabanzas.

—Hummmh... Serían unos... doce mil... doce mil exactos puedo aceptar; porque comprenderá que tengo que pagar también a la banda y todos los demás gastos...

—¿Doce mil la predicación y las dos alabanzas, o solo las alabanzas?

—Predicación, alabanzas y la banda. Pero eso sí: no puede pasar de veinticinco minutos de predicación.

—¡Muy bien, hermano! Entonces quisiéramos contratarlo para ese día. Mire, ahora lo llamaba para preguntar, verdad, cómo están los precios y su disposición para ese día, pero le devolveré la llamada hoy por la noche para explicarle y hablar sobre algunos temas a tratar ¿le parece?

—Si, está bien. Voy a estar esperando su llamada entonces.

—Está bien, pastor Leandro, le agradezco su tiempo...

—No se preocupe, estamos a la orden.

—...nos estaremos comunicando por la noche. Dios lo bendiga.

—Igualmente, hermano. Feliz día.

Se tomó tiempo tratando de ver la pantalla del teléfono que, debido al sol reflejado, se le dificultaba más. Cuando pudo ver la pantalla con claridad, la llamada ya se había cortado. Estaba llevando el artefacto al bolsillo cuando de entre el callejón frente al que se había detenido, salió una prostituta con vestido corto y cabello ostentoso, que mirándolo le lanzó una sonrisa coqueta, y pasando frente a él, sin detenerse siquiera, le dijo:

—Cobra muy barato, colega.

Y se fue, haciendo ruido y eco con sus radiantes tacones.

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⏰ Última actualización: Nov 11, 2024 ⏰

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