Capítulo 8: Juegos

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Jason Beckett

Con el tiempo, había aprendido a vivir con los comentarios de las personas que llegaban y se iban, y que solo llegaban a conocer un fragmento de mí, visto a través de lo que yo quería que conocieran. Al principio, había sido difícil, pero gradualmente había desarrollado una armadura resistente que me protegía de las opiniones ajenas.

Era un hombre que tenía la seguridad necesaria para no absorber lo que la gente llegara a opinar de mí, de mis cuestiones y acciones. Sabía que no podía controlar lo que los demás pensaban o decían sobre lo que significaba ser un Beckett, pero sí podía controlar el cómo reaccionaba yo.

Al final, yo no estaba en el mundo para cumplir los prospectos de las personas. No estaba aquí para satisfacer las expectativas de los demás, sino para vivir mi propia vida, haciendo lo que me plazca.

Ridículo.

¿A quién engaño?

Si había pasado años cumpliendo con mis responsabilidades, enterrando mis propios sueños y deseos para satisfacer las necesidades de mi puto padre.

Aunque también tenía mis momentos, aquellos donde me permitía indulgir en mis propios antojos, aunque solo fuera por un instante. De alguna manera me daba la sensación de tener el poder de hacer lo que quisiera con mi vida.

De todos modos, no me importaba la opinión ajena.

Era el mantra que me repetía, una y otra vez.

Pero, por alguna extraña razón, llevaba más de 20 minutos envuelto en mi propio abrazo, con la cabeza hundida en el pelaje de la bestia. Era un gesto ridículo, lo sé. Un hombre como yo, con mi posición y mi poder, debía ser más fuerte que eso.

Pero lo que ella había dicho...

Ese fue el golpe que me amortiguó en el cerebro, dejándome trémulo sobre la cama como un hombre débil e inseguro. Sus palabras resultaron poderosas para desestabilizarme. Me sentí como si hubiera sido desnudado, como si ella hubiera visto más allá de mi máscara y hubiera descubierto mi verdadera naturaleza y mis puntos débiles.

Y eso me aterraba.

Apenas nos conocíamos.

—No quiero molestarlo, pero me pone ansiosa verlo inmóvil en la cama, señor —su voz me hizo abrir los ojos, pero me mantuve en la misma posición— me iré un segundo a tomar aire.

—Está bien —pronuncié— me quedaré con Polo.

—Bien, iré al baño primero —seguido a eso, escuché la puerta del baño cerrarse.

Me levanté de la cama, sintiendo la necesidad de hablar con alguien que me hiciera sentir menos solo, menos ridículo. Aquella que era mi confidente, mi sostén en momentos de debilidad: mi Nanny.

Tomé mi teléfono y busqué su número entre mis contactos. Me aseguré de tener privacidad, saliendo al balcón de la habitación. Me apoyé en la barandilla, mirando hacia la espectacular ciudad.

~¡Mi niño! Hasta que te reportas.

Sonreí.

—Mi Nanny. Discúlpame, aún sigo en Italia.

~Oh, pierde cuidado. ¿Cuándo regresas?

—No lo sé. Iré a verte cuando regrese, lo prometo.

~Te estaré esperando. ¿Qué sucede, mi niño? Sé que me llamas cuando necesitas un consejo.

—Me conoces tan bien, Nanny. Necesitaba hablar contigo... me siento... ridículo.

~¿Ridículo? ¿Tú? Imposible, mi amor.

LA CONDENA DEL DESEO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora