Capítulo 2

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La luz del amanecer se cuela por las cortinas, invadiendo la oscuridad con una suavidad que contrasta con la tensión de la noche anterior. Mis ojos se abren despacio, y por un momento, no sé dónde estoy. Todo parece extraño, fuera de lugar. Mi cuerpo está entumecido, y la cama bajo de mí no es la mía. Entonces, las imágenes caen con fuerza, y lo recuerdo todo. Su estado, la sangre, yo curándolo... y quedándome dormida junto a él.

Me giro lentamente, con el corazón acelerado, como si aún no estuviera lista para enfrentar la realidad. Ahí está él, dormido a mi lado, su respiración mucho más suave que la noche anterior, aunque sigue marcada por el dolor. Su rostro parece más tranquilo, menos tenso, pero los moretones en su pecho, visibles bajo la sábana que cubre solo parte de su torso, parecen aún más oscuros a la luz de la mañana.

Por un instante, pienso si debería irme. Dejarlo solo. Quizá él preferiría eso. Tal vez mi presencia le resulta incómoda, un recordatorio de su fragilidad, de todo lo que ha perdido. Pero luego veo nuevamente sus moretones, esos signos visibles del daño que ha sufrido. No puedo dejarlo así. No cuando todavía necesita ayuda, aunque no lo diga.

Me levanto con cuidado para no despertarlo. Siento el frío del suelo bajo mis pies descalzos mientras camino hacia la sala. Mi mente aún está abrumada, pero una cosa es clara, no me iré. No hasta asegurarme de que esté mejor.

Encuentro el teléfono en una esquina de la sala, y dudo por un momento antes de tomarlo. Respiro hondo y marco el número de mi casa. Me pregunto cómo voy a explicar todo esto, cómo justificar lo que he decidido hacer, pero no puedo darle muchas vueltas. El teléfono suena y mi mamá responde con su voz calmada.

-Mamá... -empiezo, tratando de que mi voz no suene demasiado alterada-. Soy yo.

-Betty, ¿dónde está?

-Mamá -digo rápidamente, cerrando los ojos por un momento, buscando las palabras correctas- Estoy con don Armando... lo encontré en muy mal estado. Lo llevé a su casa, y... necesita ayuda.

Hay un silencio al otro lado de la línea. Mi mamá sabe lo que todo esto significa, pero no pregunta demasiado. Solo espera.

-Voy a quedarme a cuidarlo un par de días -continúo, tratando de sonar lo más segura posible- ¿Podría... podría enviar un taxi con algunas prendas de ropa para mí? Solo para un par de días. No quiero dejarlo solo en este estado.

-Betty... -mi mamá comienza a hablar, pero la corto suavemente.

-No le diga nada a mi papá, por favor. Invéntele alguna excusa. Yo... yo le explicaré mejor después.

El silencio de nuevo, pero finalmente mi mamá responde con un suspiro largo.

-Está bien, mijita. Le enviaré la ropa.

-Gracias, mamá.

Cuelgo el teléfono y respiro hondo. Me quedo ahí de pie unos segundos, tratando de asimilar lo que acabo de decidir. Voy a quedarme. Y aunque no tengo todas las respuestas, lo único que sé con certeza es que no puedo dejarlo ahora.

Escucho un golpe seco que me hace girar de inmediato, el corazón en la garganta. Corro hacia la habitación, y cuando entro, lo veo sentado en la cama, con la respiración agitada, el vaso de vidrio hecho mil pedazos en el suelo a su lado. Mi instinto es pedirle que no se mueva.

-No se mueva, por favor -le digo con un tono más apremiante de lo que pretendía, mientras me acerco con cuidado.

Él me mira, sorprendido. Ya no hay rastros del hombre deshecho que encontré anoche, y aunque todavía está visiblemente adolorido, parece más consciente, más lúcido. Por un segundo, noto que su expresión cambia, como si estuviera tratando de entender si todo esto es real o si sigue atrapado en los efectos del alcohol. Pero aquí estoy, frente a él, y poco a poco parece aceptar que no es un sueño.

REDENCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora