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—¿Qué tienes?—le pregunté al chico frente a mí.

—No es nada—respondió él.

—Te conozco.

—Lo sé.

—¿Qué pasa?

Sus ojos, eso siempre lo delataba, no tenían brillo, no había expresión en ellos.

—Por favor Rut—me miró un momento para luego voltear—, no quiero hablar de esto.

Uno frente al otro, sin decir nada.

Levantó la mirada y la posó en la mía.

Mis manos temblando, sus ojos apagados. Mis ganas de escucharlo, sus ganas de guardar silencio.

Sin saber que más hacer abrí mis brazos.

—¿Quieres un abrazo?—me debía de ver patética, ahí con los brazos extendidos, intentando que no se notara el temblor que invadía mi cuerpo.

Me miró fijamente, bajó su mirada hacía mis brazos extendidos y volvió a mi rostro.

Los segundos pasaban y él solo me miraba, sin dejarme ver aquello que llevaba por dentro.

Tomé su silencio como un no, bajé mis brazos.

Ese movimiento fue el que lo hizo reaccionar.

Y esta vez fue él quien abrió sus brazos.

Lo miré con añoranza, no sé si se él se habrá dado cuenta, pero era lo que le quería transmitir, que lo quería.

Hizo un movimiento con su mano, invitandome a avanzar hacia él.

No dudé en hacerlo.

Sus brazos se aferraron a mí con fuerza. Y quise hacer lo mismo, porque yo también necesitaba sentirlo a él. Sin embargo mi cuerpo comenzó a temblar, las lágrimas estaban al borde de salir y yo solo quería quedarme ahí, entre sus brazos. Con mi cabeza en su pecho.

En ese momento no me importaba quien nos estuviera observando, en ese momento solo éramos él y yo. Nadie más.

—Rut—me llamó un momento después—, estás temblando.

Me separé de él y lo miré.

—¿Por qué estás temblando?—preguntó mirándome.

Lo miré fijamente y de mis labios solo salió una respuesta.

—No lo sé..., tal vez no eras el único que necesitaba ese abrazo.

El brillo en sus ojos apareció, aunque leve, allí estaba.

Y eso era lo único que necesitaba para estar tranquila.

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