Unos días juntos

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Cuando Max, Sergio y los niños llegaron a Montreal, la ciudad les dio la bienvenida con un clima perfecto. Los rayos del sol acariciaban las calles adoquinadas del Viejo Montreal, mientras una brisa suave traía consigo el aroma del río cercano. Todo era nuevo y emocionante para los niños: los rascacielos que bordeaban el horizonte, las tiendas llenas de vida y las plazas llenas de turistas y locales disfrutando del día.

El primer día después de su llegada, se levantaron temprano. Los niños, emocionados por estar en una ciudad nueva, se despertaron con el amanecer. Oscar fue el primero en saltar de la cama y correr hacia la ventana, asomándose para ver las vistas de Montreal desde el décimo piso del hotel.

— ¡Papá! ¡Checo! ¡Miren! —gritó, sacudiendo a Lando, que estaba medio dormido a su lado.

Liam se salvo, ya que aún dormía profundamente, aferrado a su peluche favorito a un lado de Max y Checo.

Porque si, estaban compartiendo cama con el pequeño.

Sergio que había pasado la noche en la misma habitación que Max, escuchó los gritos desde el salón de la suite y sonrió. Se desperezó lentamente, y Max, a su lado, soltó una risa entre dientes.

— Parece que nuestros pequeños despertaron con mucha energía —dijo Max, estirándose.

— Sí, ya me imagino el caos que nos espera hoy —respondió Sergio con una sonrisa antes de levantarse y caminar hacia la sala.

Cuando llegó a la habitación de los niños, Lando ya estaba completamente despierto, y Oscar seguía de pie junto a la ventana, señalando emocionado el horizonte.

— Checo, ¿a dónde vamos hoy? ¿Podemos subirnos a un barco? —preguntó Oscar con una expresión de entusiasmo.

Sergio sonrió y miró a Max, quien ya se había unido a ellos con Liam todavía dormido en brazos.
— Bueno, habíamos planeado caminar por el puerto y ver si encontramos algo interesante. Quizás haya paseos en barco —respondió Max mientras acariciaba suavemente la cabeza de Liam.

— ¡Sí! ¡Un barco! —gritó Lando, saltando del colchón y corriendo hacia Sergio para abrazarlo por la pierna.

Sergio miró a Max con una sonrisa cómplice. Era increíble cómo los niños le habían tomado tanto cariño en tan poco tiempo. Ese tipo de conexión siempre lo había hecho sentir especial.

Liam, aún medio adormilado, abrió lentamente los ojos y miró a Sergio desde los brazos de Max. Con su voz suave y adormecida, dijo: — ¿Checo va con nosotros hoy? —preguntó, aún algo perdido entre el sueño y la vigilia.

Sergio se acercó a Liam y acarició su cabeza suavemente. — Claro, cariño. No me perdería el día de hoy por nada del mundo —le aseguró con dulzura.

Después de desayunar juntos en el hotel, salieron a explorar la ciudad. Montreal les ofrecía un sinfín de opciones, y decidieron comenzar el día caminando por las calles del Viejo Montreal, donde los adoquines bajo sus pies les hacían sentir como si estuvieran paseando por una ciudad europea.

Oscar y Lando corrían por delante, deteniéndose de vez en cuando para observar las tiendas llenas de recuerdos o para señalar algún edificio interesante. Mientras tanto, Liam, que había amanecido de mal humor hoy, iba en brazos de Sergio. Era un niño pequeño, pero Sergio no se quejaba de tenerlo cerca; más bien, sentía que su corazón se expandía cada vez que el niño lo miraba con esos grandes ojos azules.

Oscar miraba a su alrededor con los ojos bien abiertos, fascinado por cada pequeño detalle. — ¡Papá, mira! ¡Esa tienda tiene un dinosaurio en la ventana! —exclamó emocionado, tirando de la mano de Max.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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