Capitulo 3

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La noche se deslizaba con tranquilidad después del extraño encuentro con mi vecino, dejando tras de sí un eco inquietante que parecía aferrarse a mi piel. El cansancio pesaba en mis ojos como una sombra persistente, y un frío desconocido recorría mi cuerpo, erizando la piel de mis brazos. Suspiré profundamente, dejando que el aire cargado de hospital se colara en mis pulmones antes de exhalar, como si intentara liberar parte de la tensión atrapada en mi pecho.

Caminé hacia el jardín del hospital, un refugio que, aunque modesto, prometía un respiro. Las flores y plantas de distintas especies se alineaban en una coreografía que mezclaba lo salvaje con lo cuidado; sus hojas brillaban a la luz de las lámparas cercanas. El aroma a tierra húmeda y pasto recien cortado con la  fragancia sutil de las rosas llenaban el espacio, envolviéndome en una  sensación de tranquilidad.

Me dejé caer en una de las bancas de hierro que crujió suavemente bajo mi peso, situada justo al lado del arco cubierto de rosas. La brisa fría de la noche acariciaba mi rostro, y las estrellas, salpicadas como diamantes sobre un manto de terciopelo, me miraban con una indiferencia celestial. Pensé, sin poder evitarlo, que un cigarrillo habría sido el complemento perfecto para esa paz momentánea, un consuelo tan breve y efímero como el humo que se disipa en el aire pero eso que deseaba no lo podia tener  asi que me conformaba con esto 

"¿Que haces aqui?" la arrogante voz de Ali me saco de mis pensamiento "no deberias estar revisando a los pacientes"

"Ali" respondí, intentando contener mi irritación." ¿No deberías estar haciendo lo mismo?" lo miré con asco.

"Siempre vengo aquí a esta hora" comentó, dejándose caer en la banca junto a mí, como si el mundo entero le perteneciera.
" Este es mi espacio para tomar un descanso" agregó, mientras rebuscaba en los bolsillos de su bata. Durante un instante, su tono parecía menos cortante, casi amigable, y por un segundo pensé que tal vez esa noche sería diferente. Pero la esperanza se desvaneció tan rápido como llegó. "Así que vete, pez borron, tu cara le quita lo bonito a este lugar".

"No jodas" las palabras salieron de mi boca antes de poder detenerlas. Cubrí mis labios con ambas manos, horrorizada. " Lo siento, no quise decir eso" la vergüenza me quemaba las mejillas, haciéndome sentir más expuesta que nunca.

Ali alzó una ceja, la sombra de una sonrisa burlona curvando sus labios.

"Yo sabia que tu eras fea pero jamas pense que hablaras soezmente"   replicó, dejando escapar una risa seca, como si acabara de confirmar una sospecha largamente guardada

Ali dejó de buscar en los bolsillos de su bata y sacó un cigarro delgado, que giró entre sus dedos antes de mirarme con una mezcla de desafío y despreocupación.

"¿Quieres? "preguntó, alzando una ceja mientras lo extendía hacia mí. La oferta era inesperada y tentadora, casi como un reto, y sus ojos chispeaban con una curiosidad maliciosa.

Lo miré, sorprendida. El frío que antes me envolvía fue sustituido por un calor incómodo, una mezcla de resentimiento y desconcierto. Sabía que aceptar un cigarro de él sería ceder terreno, permitir que esa pequeña chispa de complicidad borrara momentáneamente la línea de enemistad que nos separaba.

"¿Desde cuándo te interesa compartir algo conmigo, Ali? "respondí, cruzando los brazos y tratando de mantener la compostura.

La sonrisa de Ali se ensanchó, pero no alcanzó sus ojos achinados.

"No te confundas, pez borron" susurró, encendiendo el cigarro con un encendedor de plata que brilló en la penumbre. " Sólo me divierte ver hasta dónde llega tu curiosidad." Dio una calada profunda, y el humo se enredó en el aire, cargado con un silencio tenso. Sin más, se levantó de la banca y me miró por última vez, sus ojos reflejando algo que no pude descifrar.

"Disfruta tu soledad, te queda mejor pez borron " murmuró antes de girarse y alejarse, dejando tras de sí una estela de humo y un eco de palabras que se quedaron flotando en el aire.

Era un idiota, un niño mimado que se creía el centro del universo solo por ser hijo del dueño del hospital. Sus aires de superioridad y las miradas altivas que lanzaba a todos me crispaban los nervios. Tras un rato de calma en el jardin, decidí dirigirme a la unidad donde se encontraban mis compañeros. El ambiente allí era una mezcla de agotación y rutina. Uno de ellos, Alejandro, estaba desplomado sobre una pila de expedientes, con los hombros subiendo y bajando suavemente al ritmo de su respiración, cansado de tanto trabajo. La otra, laura,  sostenía una taza de café medio vacía mientras tecleaba con rapidez en la computadora, sus ojos concentrados y rodeados de ojeras marcadas.

Me dejé caer en mi silla con un suspiro, el peso del cansancio extendiéndose por todo mi cuerpo. Miré el reloj de la pared, contando mentalmente los minutos que quedaban para que mi turno terminara y pudiera escapar al refugio de mi hogar. Pero antes de eso, tenía que terminar los informes que aún reposaban desordenados en mi escritorio, esperando pacientemente  que el reloj marcara las 6 de la mañana. Me concentre tanto en dejar todo listo que el siguiente turno que no percate a las otras enfermeras entrando a la sala.

¿Cómo les fue?", preguntó una de las enfermeras más veteranas del hospital. "Por lo que veo, bien", añadió con una risa suave mientras se acercaba a saludar a cada uno de nosotros, sus ojos amables captando hasta el más mínimo detalle con profesionalismo.

Me levanté, despidiéndome con un leve gesto, y me dirigí a la habitación donde guardábamos nuestras pertenencias. El aire en el pasillo era pesado, y la luz mortecina de las lámparas colgantes proyectaba sombras inquietantes en las paredes blancas. Fue entonces cuando una voz familiar, cargada de ansiedad, me hizo detenerme. Giré sobre mis talones para mirar y allí estaba ella: la madre de Matteo. Su cabello rubio y corto brillaba bajo la luz tenue, y su piel pálida acentuaba el cansancio y el dolor en sus ojos. La conocía bien; entendía la pena que cargaba como si fuera un peso tangible en sus hombros.

Sus manos temblaban ligeramente mientras apretaba su bolso contra el pecho y, antes de que pudiera avanzar, un ruido seco detrás de ella rompió el tenso silencio. Una figura emergió de las sombras, rápida y sigilosa. Ali, con su mirada oscura y expresión calculadora, apareció de la nada. La madre de Matteo se giró con un respingo, su sorpresa convertida en un instante de pura vulnerabilidad.

"¡Ali!", exclame, pero no tuvo tiempo de reaccionar antes de que la presencia de él la hiciera perder el equilibrio. En un abrir y cerrar de ojos, el bolso cayó de sus manos y se desplomó al suelo, el eco retumbando en los pasillos vacíos del hospital.

El sonido de los objetos dispersándose por el suelo se congeló a todos por un segundo. En los ojos de Ali se reflejaba una mezcla de emociones que nadie más podía descifrar. Pensé que iba a terminar el turno  tranquilamente pero me había equivocado como siempre.

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