La tarde estaba gris, y una ligera llovizna cubría la ciudad mientras Fabián observaba por la ventana desde el estudio. Habían pasado unos días desde que comenzó a escribir cartas a su madre, y aunque el dolor seguía ahí, esas cartas se habían convertido en un pequeño refugio en medio de la tormenta. Cada palabra era como un eco de ella, un recordatorio de que, en algún lugar del pasado, su amor por él seguía vivo.
Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos. Al abrir, se encontró con su tía Clara, quien, con su sonrisa tierna y los ojos brillantes, le extendió una pequeña bolsa de papel.
—Te traje algo de comer, querido. Seguro que estás descuidando tu alimentación. Sabes que tu madre siempre se preocupaba por eso —dijo Clara mientras entraba con esa confianza natural que siempre la había caracterizado.
Clara era la hermana menor de su madre, una mujer de apariencia sencilla pero de espíritu fuerte y afectuoso. Desde su infancia, Fabián había encontrado en ella una especie de refugio, casi como una segunda madre. Compartía con su hermana esa calidez y compasión que tanto valoraba él, y en estos días oscuros, su presencia era uno de los pocos consuelos que encontraba.
Se sentaron en la mesa de la cocina mientras Clara sacaba un par de tuppers con guiso de lentejas y pan recién horneado.
—Gracias, tía —dijo Fabián, tomando un poco del pan—. La verdad es que, últimamente, no tengo mucho apetito.
Clara le acarició la mano y lo miró con ternura, como quien mira a alguien herido.
—Lo sé, querido. Lo sé. Pero necesitas cuidar de ti, ahora más que nunca. Eso es lo que ella habría querido, ¿sabes? —dijo Clara con una sonrisa triste, sus ojos reflejando la misma tristeza que él sentía.
Hubo un momento de silencio entre ambos mientras Fabián masticaba, casi por compromiso, un bocado del guiso. Después de unos minutos, Clara suspiró y, con un tono suave, le habló de algo que parecía estar rondando en su mente.
—¿Recuerdas cómo tu madre siempre te hablaba de encontrar a alguien especial? —dijo Clara, mirándolo con esa mezcla de nostalgia y calidez que la caracterizaba—. Creo que uno de sus mayores deseos era verte feliz, encontrar a alguien que te quisiera y cuidara de ti.
Fabián asintió, recordando todas las veces en las que su madre le hablaba, con una sonrisa esperanzada, de la idea de encontrar a alguien que lo comprendiera y con quien pudiera construir una vida. Pero la verdad era que, en ese momento de su vida, el amor parecía más distante que nunca. Siempre había sido una persona tranquila, más introspectiva, y sus relaciones nunca parecían funcionar.
—Ella siempre lo decía —admitió Fabián, dejando el tenedor sobre la mesa—. Creo que nunca entendió por qué era tan... complicado para mí.
Clara le sonrió con dulzura.
—El amor es complicado para todos, querido. Pero tú tienes un corazón tan generoso, tan profundo... No todos los días aparece alguien capaz de comprender eso.
Fabián suspiró, dejando que las palabras de su tía resonaran en él. Había tenido un par de relaciones importantes, ambas con hombres que al principio parecían prometer mucho, pero que se desvanecían ante las primeras dificultades. Recordaba especialmente a Daniel, un chico extrovertido y apasionado que lo hizo sentir visto y valorado como pocas veces en su vida.
Sin embargo, con el tiempo, Fabián se dio cuenta de que había una distancia entre lo que ambos querían: Daniel buscaba intensidad, pasión y una vida llena de aventura, mientras que él ansiaba paz, compañía, alguien con quien compartir los momentos más simples. Fabián siempre había sentido que su forma de amar era más tranquila, más profunda, y los hombres con los que intentaba estar buscaban una conexión más fugaz, física, una llama que él no podía mantener encendida al mismo ritmo. Después de meses de discusiones y malentendidos, la relación terminó, dejándolo con un sentimiento de vacío y de culpa.
—Creo que mamá siempre tuvo la esperanza de que encontraría a alguien que me hiciera sentir en casa —dijo Fabián en voz baja, con una tristeza que le pesaba en el pecho—. Pero cada vez que lo intenté, siempre terminó así, como si fuera imposible para mí encontrar a alguien con quien pudiera ser yo mismo.
Clara asintió, mirándolo con comprensión.
—Sabes, tu madre me decía que siempre temía que llevaras demasiado peso en el corazón. Que querías tanto para los demás que olvidabas pensar en ti mismo.
Fabián sonrió débilmente. Aquella era, sin duda, una de las cosas que su madre siempre le decía: que él siempre se preocupaba por los demás antes que por sí mismo. Le decía que él merecía un amor que lo cuidara, alguien que no lo hiciera sentir que debía cambiar o que le exigiera una pasión que no correspondía con su naturaleza.
—Es curioso, ¿sabes? Desde que se fue... me he sentido tan solo que escribirle es lo único que me da algo de paz. Es como si aún pudiera hablar con ella, como si pudiera seguir susurrándome consejos desde el otro lado —confesó Fabián.
Clara lo miró con sorpresa y, luego, una especie de orgullo maternal.
—Escribirle... Creo que es algo muy hermoso, Fabián. Tu madre siempre decía que la escritura era una forma de hablar con el alma —respondió, mirándolo con una sonrisa nostálgica—. Ella siempre decía que, cuando uno escribe, conecta con algo más allá de las palabras, que se encuentra con las emociones más profundas.
Fabián asintió, sintiéndose entendido, como si por primera vez alguien comprendiera lo que estaba haciendo y por qué. Decidió contarle a Clara sobre las cartas que había escrito en los últimos días, cómo cada una lo había ayudado a procesar el dolor y a recordar los momentos felices.
—Es un proceso doloroso —admitió—, pero también siento que es lo único que me permite seguir adelante, aunque sea poco a poco.
Clara tomó sus manos con firmeza y lo miró directamente a los ojos.
—Entonces, sigue haciéndolo, Fabián. Sigue escribiéndole, sigue hablando con ella de la manera en que puedas. Eso también es una forma de sanar. Y algún día... cuando menos lo esperes, el amor que ella deseaba para ti llegará a tu vida, y estarás listo para recibirlo.
Fabián suspiró y se sintió reconfortado. La idea de que su madre siempre lo había querido feliz, que había deseado que encontrara el amor y la paz que ella veía en él, lo llenó de una sensación de nostalgia y de esperanza al mismo tiempo.
Esa noche, después de que Clara se fue, Fabián volvió al estudio. Sentía la necesidad de escribirle a su madre, de contarle todo lo que había sentido en esa conversación con su tía, de confesarle su soledad y su miedo a no encontrar nunca ese amor que ella tanto deseaba para él.
Tercera Carta
Mamá,
Hoy vino tía Clara, y, como siempre, su presencia fue un consuelo. Sabes cuánto la quiero y cuánto significa para mí. Ella también te extraña, y hablamos de ti, de cómo siempre me decías que esperabas que algún día encontrara a alguien que me hiciera feliz.
A veces pienso que no voy a ser capaz de encontrar a alguien que me entienda como tú. Siento que es imposible, que quizás eso de "encontrar a alguien" no es para mí. ¿Te acuerdas de todas las veces que me decías que el amor debía hacerme bien, que no debía sentirme incompleto? No puedo evitar sentirme incompleto sin ti.
Tal vez en algún momento alguien llegue, y quizás tú estarás ahí, de algún modo, para ayudarme a darme cuenta. No lo sé. Solo sé que, aunque duela, escribirte me da un poco de paz. Como si, al escribirte, el amor que me tenías volviera a mí, poco a poco, llenando el vacío.
Te extraño, mamá. Y aunque no entiendo cómo seguir adelante, te prometo que seguiré escribiéndote, como si cada palabra fuera un puente entre nosotros.
Con todo mi amor,
Fabián
Al terminar la carta, Fabián se quedó en silencio, sintiendo una calidez desconocida en el pecho. La visita de Clara y su conversación parecían haber iluminado una pequeña chispa en medio de la oscuridad. Tal vez algún día, cuando el dolor no fuera tan abrumador, podría encontrar el amor que su madre deseaba para él.
Por ahora, escribir era suficiente.
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Las cartas que nunca envié
EspiritualDespués de la muerte de su madre, Fabián, un joven de 24 años, se encuentra atrapado en una profunda tristeza que le impide seguir adelante. Incapaz de expresar su dolor a quienes lo rodean, Fabián recurre a un método que su madre solía enseñarle pa...