CAPITULO 23

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Mientras Derek y yo pedaleábamos sin descanso, el miedo se apoderaba de mí. No sabíamos hacia dónde nos dirigíamos; solo tratábamos de alejarnos de esa marabunta de criaturas que nos perseguían, la que parecía estar cada vez más cerca, sin importar cuánto nos esforzáramos. Miré hacia adelante y, a lo lejos, vi una figura que reconocí de inmediato.

—¡Max! —grité con todas mis fuerzas.

Max giró la cabeza, nos vio y comenzó a pedalear aún más rápido. Sin embargo, no podía arriesgarme a que se detuviera, así que grité de nuevo:

—¡Sigue, Max, sigue pedaleando!

Él asintió y continuó sin mirar atrás, mientras yo luchaba contra el impulso de mirar hacia atrás para comprobar qué tan cerca estaban esas criaturas. Entonces Derek me lanzó una mirada intensa y me dijo:

—Haz lo que te digo, ¿vale?

—¿Qué? —le respondí, confundida, con el pánico apretándome el pecho.

—Solo hazlo, Tessa. —Su voz sonaba firme, y por un momento, supe que tenía un plan en mente, aunque aún no podía imaginar cuál.

Él gritó hacia Max:

—¡Al edificio amarillo! ¡Bájate de la bici y métete dentro!

Max, que iba unos metros delante de nosotros, levantó la mano en señal de que entendía. Me volví hacia Derek con ansiedad en la voz.

—¿Qué quieres que haga?

—Quiero que hagas exactamente lo mismo que él —dijo, mirándome con una determinación que me hizo estremecer—. Cuando lleguemos, baja corriendo y cierra la puerta. No discutas, Tessa, hazlo.

—¡Ni de coña voy a dejarte solo! —le grité, el miedo y la impotencia haciendo eco en mis palabras.

—Tessa, por dios, te lo pido, ¿vale? —Su tono era suplicante, una mezcla de rabia y urgencia—. Volveré, confía en mí. Solo esperame.

Sentí mi corazón romperse, pero sin decir nada más, asentí, incapaz de pelear con él en ese momento. Derek comenzó a frenar y sacó su pistola, disparando hacia los seres para distraerlos, y yo seguí pedaleando con todas mis fuerzas, manteniendo la vista fija en el edificio amarillo. Cuando llegué, me bajé de la bicicleta y me dirigí a toda prisa hacia la entrada, abriéndola de un empujón. Max ya estaba dentro, jadeando, con los ojos llenos de terror.

—¡Cierra la puerta, rápido! —le grité.

—¿Y Derek? —preguntó, con la voz temblorosa y desesperada.

—Ahora vendrá, Max —dije, pero mis palabras estaban llenas de una incertidumbre que no podía ocultar.

Ambos miramos por una pequeña ventana, apenas lo suficientemente grande como para ver el exterior, y allí estaba Derek. Disparaba y hacía ruido, asegurándose de atraer a todas las criaturas hacia él, dejándonos a nosotros a salvo en el edificio. Entonces entendí su plan. Había decidido sacrificarse para darme una oportunidad de escapar con Max. El horror de esa realidad se apoderó de mí, y una mezcla de furia, desesperación y dolor se arremolinó en mi pecho.

—Mierda... joder, ¡no! —murmuré, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos.

Una culpa desgarradora comenzó a devorarme por dentro. Todo era por mi culpa, por haberme distraído, por no haber tenido suficiente cuidado. Mi pecho se sentía como si fuera a explotar de la presión, y la impotencia me hacía temblar.

—¿Dónde está el resto? —pregunté, tratando de centrarme en Max y darle algo de calma.

Él comenzó a sollozar, su cuerpo temblando, y respondió entre lágrimas:

SIN REFUGIO | Zona Z #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora