VII. Corazón de nieve

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Mis lágrimas seguían desbordándose de mis ojos y manchaban la ropita de aquella niña, ella ni siquiera se inmutó, no sé por cuánto tiempo estuvimos así, pero fue como si el mismo tiempo se hubiera detenido para poder enmarcar ese momento.

Es como si todas las cosas a nuestro alrededor se hubieran pausado, sin ruidos, sin movimientos, solo éramos nosotras dos compartiendo un sentimiento.

Poco después mis lágrimas dejaron de nacer de mis ojos hasta que por fin se secaron. Un poco avergonzada me incorporé, me froté los ojos tratando de desaparecer todo rastro de una tristeza desmedida e incomprendida, y entonces la miré, ella también estaba llorando, eso me hizo sentir un poco culpable.

Ella me miró y sus ojos azules resaltaban demasiado, estaban rojizos a causa del llanto, sus mejillas rosadas se veían enrojecidas debido al frío aire que rozaba su rostro, estaba moqueando por la nariz. Llevaba unos puntos cafés muy discretos que le cubrían casi todas las mejillas, su cabello dorado se ondulaba con el aire frío mañanero, llevaba unos rizos muy bien cuidados, los tenía recogidos en un moño, seguramente se veía mucho más bonita antes de que la hiciera llorar, ahora solo veía a una niña con el rostro retorcido por el llanto.

― ¿Y tú por qué lloras? — le pregunté para distraerla.

― Porque tú estás llorando — se estaba frotando sus ojos con sus manos y su voz se entrecortaba un poco.

Se causó un silencio incómodo, yo no era buena con los niños y ella parecía no ser buena con los extraños, sin embargo, un minuto después ella se acercó a la banca y se sentó muy lentamente. Después de que lograra su objetivo empezó a patalear y mirar sus pies moverse.

Pasaron unos minutos así en un completo silencio, hasta que la niñita se dignó a sacar un pañuelo del bolsillo de su abrigo, estaba muy bien doblado y tenía bordes dorados, llevaba grabado unas iniciales "L.K.A.E" estaban en letras doradas e iban adornadas con unas flores a su alrededor.

― ¿Quieres que te preste mi pañuelo? — la niña me veía con ojos curiosos, se miraba algo tímida pero persistente en querer construir una conversación conmigo.

― No, estoy bien.

― Bueno —- se limpió la cara con él y después de doblarlo cuidadosamente lo volvió a meter en el bolsillo de su abrigo rosado. —- ¿Ya no estás triste? — se iba acercando con la intención de verme más de cerca el rostro pues aun lo tenía oculto bajo la capucha.

― No estoy triste —- le respondí firmemente para que se alejara un poco.

― Pero estabas llorando —- seguía mirándome muy fijamente que alteraba un poco mis nervios.

― Sí, bueno, lloré por otra razón — ni siquiera yo misma entendía el motivo de mi llanto.

― ¿Por qué razón?

― Porque ... —- no supe qué responder, supongo que, de impotencia, pero seguramente no conoce ese sentimiento y sería una molestia tener que explicárselo —- Bueno, sí estaba triste.

― ¿Quieres que te cuente un chiste? — ¿qué?, pensé, cómo es que esta niña puede hacer que fluya la conversación de esta manera con alguien que acaba de conocer, ¿por qué se esfuerza en continuar con esto?

― No —- empecé a contestarle un poco cortante.

― Tengo uno muy bueno —- supongo que sería descortés negarme, era una niña al final de cuentas.

― De acuerdo —- solté un largo y tendido suspiro, realmente era agotador seguirle el ritmo a su conversación.

― Bueno déjame ver... —- ladeaba su cabeza de un lado a otro, meditando qué me iba a decir, seguramente ni siquiera se sabía ninguno. —- Perdón, se me olvidó. —- agachó la cabeza y me miró con ojos tristes, se veía decepcionada de sí misma.

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