IX. El cazador y la presa

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Las cenizas se esparcían y se impregnaban en el aire, se iban deslizando con el viento para jamás volver. El sonido de la madera crujiendo y desintegrándose por el fuego era cada vez más estremecedor, los grandes árboles estaban acostados, uno que otro se recargaba en el techo vacío de una casa, otros se habían recostado en el regazo de unas cuantas personas, solo se podían ver manchas rojas por debajo de ellos.

El pueblo derramaba sangre, los pueblerinos estaban palidecidos y fríos, unos tenían sus ojos completamente abiertos. Un camino de agua salada había corrido desde sus ojos hasta la punta de sus barbillas, otros tenían los ojos cerrados, con pequeños agujeros en su sien, había otros que simplemente ya ni siquiera podría describir con claridad.

A donde quiera que veía solo había cuerpos fríos y masacrados, el olor a azufre y a vísceras me daba nauseas. Traté de avanzar entre esa multitud ahora sin vida, podía sentir la densidad en el aire, se tornaba cada vez más pesada.

El cielo estaba llorando, decenas de gotas se volvieron un millar en cuestión de segundos, podía sentir cómo la sangre que manchaba mis ropas ahora se iba enjuagando con el agua y la tierra mojada.

Empecé a acelerar el paso para huir de aquella escena, pero solo pude llegar al final de un acantilado, las olas golpeaban con fuerza la caliza y el musgo acumulado.

Podía sentir como unas gotas me alcanzan los pies, abajo solo había una pequeña playa, piedras angulosas y de mediana forma cubrían esa línea costera, las nubes cargadas estaban por encima de mi cabeza, las olas furiosas por delante mí y una mujer muerta yacía tendida en la playa.

La mujer tenía los ojos completamente abiertos, una melena negra sobre su cabeza, una piel palidecida por el blanco de la muerte, unos labios entreabiertos que dejaban escapar un hilo de sangre, sus ojos dorados miraban al cielo, perdidos, tristes, completamente inmóviles, una lágrima que no pudo salir está temblando en el rabillo de su ojo.

Cuando la vi empecé a gritar desconsoladamente, mis lamentos eran apagados por el sonido de las olas circundantes, nadie me estaba escuchando, solo era una niña tumbada al filo de un acantilado, solitaria, moribunda, desesperada, viendo a aquella mujer ahora muerta.

"¡¡Mamá!!"

***

Abrí los ojos, estaba dentro de una habitación muy bien iluminada, aún sentía dolor en mi cabeza y en mi cuerpo, me dolía tan solo girar mis ojos, me froté la frente para tratar de reaccionar, mis manos están liberadas, las levanté para mirarlas, las muñecas estaban enrojecidas, pero libres.

Las paredes eran completamente blancas, un ligero tapiz de oro se podía observar, se dibujaban unas formas de flores, había un pequeño sofá que hacía juego con el color de la habitación, una pequeña mesita se encontraba debajo, había un florero con nardos, un libro descansaba ahí, una taza de porcelana se enfriaba en el mismo sitio.

Miré al techo, un enorme y bello candelabro colgaba de ahí, miré hacia la derecha, un gran y hermoso ventanal se encontraba ahí, su marco era igualmente dorado, unas delgadas cortinas se deslizaban al son del viento dejando entrar el frío aire invernal de la mañana, entonces es que volví mi mirada hacia enfrente, unas sábanas demasiado suaves envolvían mi cuerpo.

Me levanté de golpe, ni siquiera hice caso al dolor, volví a mirar mis manos, empecé a palpar mi rostro, llevaba una venda que coronaba mi frente, sentí unas banditas en mis mejillas y en mi ceja.

― ¿Dónde estoy? ¿Comandante Moonlight? — pregunté en voz alta sin esperar a que alguien me respondiera, probablemente nadie me escucharía.

― ¿Y por mí no vas a preguntar? ― sentí un escalofrío ― Que insensible de tu parte mi ave fénix, incluso pedí atención médica para ti ― giré mi cabeza hacia la dirección de dónde provino aquella voz.

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⏰ Última actualización: 4 hours ago ⏰

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