Una planta 🌱

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Yuji era tan molesto. Realmente molesto, lo era aún más que la odiosa alarma que no dejaba de sonar porque su estúpido y distraído hermano no la había apagado al levantarse de su cama. Odiaba que su sueño fuera demasiado pesado y tuviera que subir el volumen de su alarma al máximo. Odiaba tener el oído demasiado sensible y poder escuchar con detalle absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor.

Sin embargo, y a pesar de sus innumerables e infaltables quejas mañaneras, se levantó estirándose y gritándole improperios que su hermano interpretó como agradables saludos pues ya estaba acostumbrado a aquel alboroto todos los días.

-Apúrate, Sukuna, vamos a llegar tarde -le gritó mientras le servía su desayuno.

Sukuna le respondió con un gruñido y fue al baño. Minutos después, Yuji lo llamó diciéndole que el desayuno estaba listo. Otra cosa que odiaba eran los desayunos de Yuji, su hermano se tomaba muy en serio que todas las mañanas luciera como un maldito perro mugroso al que debía darle de comer asquerosas croquetas con sabor a cualquier mierda menos pollo o carne. Sin embargo, el hambre lo obligaba a tragarse todo su plato de comida para después morder a Yuji y pedirle de alguna forma que le lavara los dientes para quitarse ese terrible sabor de la boca. Preferiría comerse un chocolate o caramelo, pero los dulces eran tóxicos para los perros y él era demasiado bello para morir tan joven.

Yuji llegó con su correa negra y un arnés rojo muy brillante. Sukuna le gruñó mostrándole los dientes. Lo que más odiaba realmente era eso, no solo verse como un perro sino sentirse como uno.

-Vamos, hermano, no lo hagas tan difícil. -Trató de animarlo Yuji.

Se resistió al principio, como todos los días, pero al final cedió y salieron de su departamento rumbo al centro de la ciudad.

-Tendremos que tomar el tren -dijo Yuji después de revisar la hora en su teléfono.

Solían caminar hasta la estación de bomberos, pero hoy se les había hecho tarde por culpa de Sukuna. Subieron corriendo a uno de los últimos vagones del tren y fueron hasta los asientos del fondo.

El tren empezó a moverse y después de varios minutos se detuvieron en la siguiente estación. Sukuna estaba tirado en el suelo, lejos de Yuji y con su correa entre los dientes. Las puertas del vagón se abrieron y entraron una anciana y un niño y, tras ellos, un joven pelinegro con los audífonos puestos. Sukuna los observó, pensó que sería divertido asustar al niño y hacer que tirara su cono de helado al suelo, al menos le alegraría la mañana. Sí, ¿por qué no? Decidió hacerlo, se incorporó y caminó muy despacio hacia el niño, pero de repente sus patitas se desviaron y parecieron andar con vida propia. Segundos después se dio cuenta de que era su nariz olfateando algo. Lavanda. Tenía que ser esa maldita planta.

Desde hace ya varios años Sukuna se había rendido a sus instintos perrunos. Por más que trataba de resistirse con todo su ser, siempre había una parte que le recordara que también era un can. Podían ser olores, sonidos, sabores e incluso aquel primitivo instinto de perseguir ardillas o gatos. No es que le gustara robarle comida a la gente o a los puestos de comida, hasta le parecía repugnante, pero no lo podía evitar, es como si dejara de ser él por un momento. Cuando era niño empezó a sentir cierto miedo a aquello, desde esa vez que escuchó a sus padres decir que si no se resolvía el asunto las consecuencias serían muy graves. Ya de grande pareció comprenderlo mejor, aún más cuando le sucedían cosas insignificantes como estas, era posible que en algún momento dejara de lado su parte humana y racional y se rindiera por completo a su instinto animal. Una parte aún temía que eso pasara, pero otra, de cierta forma, agradecía eso porque por fin podría librarse de la maldición. Extrañaría tocar el piano si eso ocurriera. Pero hoy no era el día, así que trataría de resistirse una vez más.

No obtuvo resultados, por supuesto.

Su nariz lo llevó a los pies del chico de los audífonos, quien bajó la mirada, parpadeó un par de veces y extendió una mano para que pudiera olerla. A Sukuna le fascinó. Movió su colita y sacó la lengua mientras subía sus dos patas delanteras sobre las rodillas del chico.

-Oye, oye, amigo, tranquilo -le dijo riendo el pelinegro-. Eres muy grande, no te puedes subir.

Le acarició la cabeza y fue moviendo su mano lentamente hasta llegar detrás de las orejas, el punto que le encantaba a Sukuna.

-Qué lindo eres, ¿cómo te llamas, eh? -Deslizó su mano hacia su cuello y entre el suave pelaje, el chico encontró un collar negro, pero ninguna placa-. Bueno, no importa, bonito.

Los mimos y caricias siguieron por unos minutos más. Dos paradas después, Yuji apareció y, al ver a Sukuna, se acercó.

-Ah, ahí estás, pensé que te habías bajado sin mí -exclamó Yuji muy alegre. La relación con su hermano no era la mejor, pero ya se habían acostumbrado el uno al otro así que Sukuna podía aguantarlo. Eso sí, Yuji sabía muy bien lo jodido e insufrible que podía llegar a ser Sukuna, por eso no le sorprendería que se hubiera bajado unas estaciones atrás solo para fastidiarlo.

-Tú debes ser su dueño -le dijo el pelinegro con timidez. Yuji asintió y se sentó al lado del joven, Sukuna empezó a gruñir.

-Sip, soy Yuji Itadori y este es mi hermano Su... -Sukuna le mordió la pierna y Yuji soltó un quejido.

-¿Tu hermano?

-Así le digo de cariño -contestó sobándose el lugar de la mordida-. Es que lo tengo desde pequeño y somos muy unidos.

Dejó salir una risita nerviosa y el contrario lo miró con desconfianza.

-Bueno, también me gustan los perros así que entiendo.

-¿En verdad? -el pelinegro asintió-. ¿Tienes perros, como se llaman?

-Ah, no no, una vez tuve uno. -Su tono de voz cambió al responder, como si estuviera recordando algo y sintiera nostalgia-. Ibas a decirme su nombre, Su...

-¿Ah?

-Su, solo dijiste Su.

-Ah sí -bajó la mirada hacia Sukuna y este sacudió la cabeza, como si se estuviera negando. Yuji suspiró y trató de pensar en algo rápido-. Sí, iba a decir que Su nombre era Senko*.

-¿Senko?

Yuji asintió.

-Okay, Senko -se giró hacia Sukuna y le acarició detrás de las orejas-. Ya me tengo que ir, hasta luego.

Se puso de pie, pero antes de que se alejara, Yuji le gritó:

-¡Espera! ¿Cómo te llamas?

El pelinegro se detuvo y miró a Senko con una ligera sonrisa de lado.

-Megumi -dijo y se fue.

"Megumi", aulló Sukuna con suavidad, como rogándole que no se marchara.

×××××

*Rojo claro, de los kanjis 浅紅, donde 浅 significa poco profundo, superficial, desconsiderado y frívolo, y 紅 significa rojo fuerte o carmesí. Rojo claro porque Sukuna es un husky siberiano rojo.

¡Aquí el segundo capítulo! La verdad es que escribir esta historia me emociona mucho. Espero que les esté gustando.

Gracias por leer <3


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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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