Capítulo I: The Dark Night of Soul...

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El día que conocí a Marcus, fue el peor y el mejor día de mi vida a la vez

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El día que conocí a Marcus, fue el peor y el mejor día de mi vida a la vez. Me llamo Rhiannon, por ahora sólo diré mi nombre, para comenzar a contar mi historia, la que gentilmente, Lucius, príncipe de Roma me está ayudando a escribir.

Tengo 34 años, a esta fecha pero me siento más viva que nunca. Más valiente que todo una horda de guerreros celtas. Todo comenzó hace 15 años, cuando yo tenía 19. Vivíamos en una tribu cerca del mar, cerca de bosques mágicos, crecí junto a mi hermano Kay, 9 años mayor que yo, él fue mi única familia, ya que mi madre murió cuando yo tenía 5 años y mi padre nos abandonó. Quizás quién fue mi progenitor, pero ya no tiene mucha importancia.

Mi pueblo era guerrero, jamás conocí una distinción entre lo que un hombre y una mujer podían y no podían hacer, esas condicionantes las conocí en la ciudad imperial. Kay me enseñó a pelear con espada, a disparar flechas con arco, a esconderme entre los arbustos, me aconsejó siempre a no confiar en nadie hasta que se ganara mi respeto.

--El mundo es cruel e injusto, Rhiannon, debemos sobrevivir, sentir es una debilidad.

No crecí soñando con el amor, con un esposo o niños a mi alrededor, sino, pensando en que podía morir y que cada día era el último. Kay me preparó para la vida, para la muerte y para el infierno. No sabíamos leer ni escribir pero sabíamos cuando se aproximaba la lluvia, el viento o el sol, por el olor de la tierra. No sé ser una dama romana, pero sé cosas que los demás no pueden percibir, porque yo miro y escucho con mi corazón.

Sólo recuerdo esa noche, era 01 de agosto, verano, celebrando la fiesta de la Diosa Brigid, danzando junto al fuego sola, porque era la única doncella de la tribu. Kay me contemplaba aplaudiendo feliz, yo me reía, usaba una túnica gris, el cabello revuelto, bebimos, éramos bárbaros pero éramos felices, libres y dueños de nuestra tierra.

Y esa noche, todo cambió.

Primero desperté porque Kay me susurró.

--Escóndete, rápido, toma tu espada.

Y le obedecí, apenas me había guardado sola, ya que Kay era el guerrero principal del pueblo, escuché los caballos con herraduras de acero. Mascullé, sabía quienes eran. Comencé a pedirle a mis diosas, dioses, seres mágicos que nos protegieran, que nos dejaran vivir en paz. Oía el rechinar de los hierros, los gritos de hombres, de guerra, salvajes, como de animales. ¿Quiénes éramos los bárbaros? Oía sólo un ruido ensordecedor, de muerte, violencia, miedo, poder, angustia. De pronto, pasos, fuego, luz.

--Mirad, aquí hay fuego apagado.-dijo una voz ronca, pero clara.

Empuñé la espada, lista para salir a pelear, pero me mantuve ahí. Los pasos se fueron acercando a mi escondrijo, vi dos pies griegos, dejé de respirar por un momento. Más pasos.

--Capitán, ¿Hay alguien aquí?-preguntó un soldado.

--No, vayan hacia el lado del pueblo, separen a los hombres de sus mujeres, iré apenas me asegure que no queda un alma en este bosque.

Ars Amandi/Marcus Acacius (Gladiator Il) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora