La Primera Maravilla

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Capítulo 11

El eco de los pasos de Lilith y Lucifer resonaba suavemente en el corredor sombrío del inframundo, un lugar donde la penumbra parecía vivir y respirar. La negrura que los envolvía contrastaba de manera aguda con la brillante imagen que ocupaba sus pensamientos: Eva, con su cabello dorado como hilos de oro fundido y sus ojos verdes que destilaban la esencia misma de la vida. En su interior ardía un formidable deseo de devolverle, aunque fuera por un instante, esa felicidad que había perdido al ser desterrada del Edén. Ambos sabían que la nostalgia por aquel paraíso, donde los animales jugueteaban con despreocupación y el cielo se exhibía en un azul puro, era un peso que ella llevaba con tristeza en su corazón.

—¿Qué tal un jardín? —sugirió Lilith, su voz suave y decidida, fluyendo como el murmullo claro de un arroyo en primavera.

Lucifer sonrió, sintiendo que la idea chisporroteaba con fuerza en su interior. La mera mención de un jardín evocaba recuerdos vívidos de la vida que Eva había conocido, y su deseo de proporcionarle un refugio en ese reino desolado se intensificó, como un fuego avivándose con el viento.

—Un jardín… —repitió, dejando que la idea floreciera en su mente—. Pero no uno cualquiera. Necesitamos crear algo que realmente la haga sentir viva de nuevo, algo que le devuelva el brillo a sus ojos, ese destello que solo se puede encontrar en la felicidad auténtica.

Ambos se pusieron manos a la obra, utilizando su magia ancestral para conjurar un espacio que rivalizara con la belleza y la majestuosidad del Edén. Con cada conjuro, flores exóticas brotaban del suelo, sus colores vibrantes inyectando vida en el aire con fragancias dulces y embriagadoras que embelesaban los sentidos. El pasto se tornó de un verde intenso, como esmeraldas recién pulidas bajo la luz del sol. Una barrera mágica se alzó en torno a este nuevo paraíso, creando un cielo azul que jamás se oscurecería y permitiendo que los cálidos rayos del sol bañaran el jardín con su abrazo luminoso.

Cuando la noche caía, el jardín se transformaba en un espectáculo de luces y colores. Estrellas titilantes danzaban en el cielo, y auroras boreales se deslizaban en ondas de colores vibrantes, iluminando el entorno con un resplandor etéreo que parecía sacado de un sueño. En el centro de este esplendor, se alzaba una luna llena, radiante y majestuosa, que parecía observar todo con un cariño paternal, como si estuviera bendiciendo a aquellos que se atrevían a soñar.

Finalmente, el momento tan esperado llegó. Lilith y Lucifer tomaron de la mano a Eva, guiándola hacia el jardín que habían creado con tanto amor y dedicación. El rostro de Eva se iluminó al cruzar el umbral, y su risa melodiosa se elevó como un canto de alegría pura, un eco de felicidad que resonó en el aire. Cada paso que daba sobre el pasto suave parecía unirla de nuevo a la tierra que tanto había amado, y sus ojos brillaban con asombro al contemplar las flores que danzaban suavemente con la brisa, como si celebraran su llegada.

—Es hermoso… —murmuró Eva, su voz vibrando con un profundo sentido de gratitud y admiración.

Lucifer, de pie un poco atrás, observó cómo su amada se sumergía en la belleza de su regalo. Su corazón, endurecido por las crueles realidades del infierno, se ablandó ante la visión de Eva tan radiante y viva. Era como si el Edén mismo hubiera regresado a la existencia, y en ese instante, él se sintió atrapado en su luz resplandeciente, cautivado por su esencia divina.

—Hicimos esto para ti, Eva —dijo Lucifer, su voz grave y resonante llena de emoción—. Queremos que sientas la vida de nuevo, que recuerdes lo que es ser verdaderamente feliz.

Lilith, de pie junto a él, asintió con una sonrisa que irradiaba calidez y sinceridad. Sus sentimientos hacia Eva eran complejos, una mezcla de admiración profunda y un deseo ferviente de protegerla. La pureza de Eva era un faro en la oscuridad de su mundo, y Lilith sabía que su papel era cuidar de ese brillo, ese destello de luz que iluminaba incluso los rincones más oscuros del inframundo.

—Eres el corazón de este lugar —añadió Lilith, su voz suave como el susurro del viento en un día de verano—. Este jardín es tuyo, un refugio donde puedes encontrar paz, alegría y un sentido renovado de pertenencia.

Eva se volvió hacia ellos, sus ojos verdes brillando con lágrimas de felicidad pura. La luz del sol iluminaba su piel blanca, dándole un aspecto casi divino, como si la naturaleza misma la hubiera esculpido con amor y dedicación. Era una visión que los dos, a pesar de su naturaleza oscura, no podían resistir. En ese momento, el mundo que los rodeaba se desvaneció, y solo existía el amor que compartían, un amor que trascendía incluso las barreras más infranqueables.

—Gracias, gracias —dijo Eva, su voz un canto de gratitud que resonaba en el aire como una melodía celestial—. Nunca había imaginado que algo tan hermoso pudiera existir aquí, en este lugar.

Lucifer y Lilith intercambiaron miradas, sintiendo un lazo más fuerte que nunca. La alegría de Eva se convirtió en su alegría, y era como si, por primera vez, el infierno se llenara de luz y esperanza. Se acercaron a ella, rodeándola con sus brazos, y en ese abrazo, Eva sintió la calidez del amor y la protección que tanto había anhelado en su soledad.

El jardín, con su cielo azul y sus colores vibrantes, se convirtió en un símbolo de la esperanza restaurada, un refugio donde la tristeza y la desesperanza no podían penetrar. Eva, en su esplendor, era el alma de ese lugar, y Lucifer y Lilith, en su devoción sincera, encontraron redención. Juntos, crearon un nuevo Edén, no solo para ella, sino para todos los que creían en la belleza del amor y en la posibilidad de la felicidad, incluso en los rincones más oscuros y olvidados del universo. Así, el jardín se erigió como un testimonio de su amor, un lugar donde la luz triunfaba sobre la oscuridad, donde los sueños podían florecer y donde la vida, en su forma más pura, renacía una vez más.

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