déjeme en paz

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Colombia regresó a su hogar con la misma expresión estoica y fría con la que acostumbraba enfrentarse al mundo exterior. La cumbre en la ONU había sido una distracción bienvenida, un espacio donde nadie conocía el peso que cargaba en su interior. Pero apenas cruzó la puerta de su casa, la realidad lo golpeó como un vendaval. Allí estaban sus hermanos: Venezuela, Ecuador, Brasil y Panamá, esperando por él, mirándolo con ojos que reflejaban el resentimiento y la desconfianza acumulados a lo largo de los años.

"Colombia," comenzó Brasil, con una voz contenida que no ocultaba la tensión, "tenemos que hablar sobre la custodia de nuestro hermano menor. Ya no puedes seguir actuando como si fuera únicamente tu responsabilidad."

Colombia apretó la mandíbula, manteniendo la mirada fría y fija mientras sus hermanos lo rodeaban. Estaba acostumbrado a estas confrontaciones. Desde la muerte de sus padres, Gran Colombia e Imperio Brasileño, sus hermanos lo habían culpado por cada tragedia que había azotado a su familia.

"No voy a discutirlo de nuevo," respondió Colombia con calma calculada. "La República Imperial del Gran Brasil está a salvo conmigo. No le faltará nada mientras yo esté aquí."

Ecuador dio un paso al frente, su expresión cargada de amargura. "¡A salvo contigo!" exclamó, con una mezcla de furia y dolor. "¿Cuánto tiempo más vamos a fingir que nada pasó? ¡Tus decisiones, tu terquedad, nos arrebataron a nuestros padres! Tú eres el responsable de su muerte."

Las palabras de Ecuador lo alcanzaron como cuchillas. Sabía que, en el fondo, sus hermanos lo consideraban culpable, y aunque había aprendido a ignorar esas acusaciones, cada palabra traía a la superficie los recuerdos de aquella fatídica noche en la que su vida cambió para siempre.

Aquel día lo recordaba como si fuera ayer. El cielo estaba oscuro, cubierto de nubes pesadas que anunciaban la tormenta que estaba por caer, como un presagio de lo que se avecinaba. Los rumores de soldados enemigos se habían esparcido rápido, y las tensiones en la frontera alcanzaban su punto máximo. Colombia, apenas un joven apasionado y terco, había tomado una posición desafiante, decidido a proteger su tierra sin importar el costo. Era una decisión que luego entendería como precipitada e imprudente.

Sus padres, Gran Colombia e Imperio Brasileño, habían estado con él en esos momentos cruciales. Gran Colombia lo miraba con ojos llenos de orgullo, pero también de preocupación. Aquel hombre, fuerte y sabio, le transmitía una calma que a Colombia le costaba mantener. Imperio Brasileño, por otro lado, observaba en silencio, con su característica expresión seria e imponente.

"Hijo, escúchame bien," le dijo Gran Colombia, colocándole una mano firme en el hombro. "Tienes que ser fuerte. Proteger a tus hermanos será ahora tu misión más importante. No importa lo que pase, prométeme que vas a cuidar de ellos."

Antes de que Colombia pudiera responder, Imperio Brasileño le extendió una última mirada. "Cuida a los tuyos, hijo. No olvides que tu tierra vale la pena cada sacrificio."

El recuerdo de sus palabras todavía le pesaba. En cuestión de minutos, sus padres se lanzaron a la batalla, sabiendo que el enemigo se aproximaba con una fuerza devastadora. Colombia intentó unirse a ellos, pero Imperio Brasileño lo detuvo, obligándolo a quedarse atrás y a proteger a sus hermanos menores.

Entonces, ocurrió lo inevitable. Los soldados enemigos irrumpieron en el lugar con violencia, y en medio de la confusión y el caos, uno de ellos alcanzó a Colombia. Recibió un corte profundo en el ojo derecho, un golpe feroz que lo derribó al suelo. El dolor fue insoportable, y cuando se miró la mano manchada de sangre, supo que esa herida no solo le dejaría una cicatriz en el rostro, sino que sería un recordatorio constante de su fracaso. De algún modo, logró escapar con sus hermanos, aunque el costo fue demasiado alto.

Horas más tarde, cuando el ruido de la batalla cesó y la calma se instaló como una sombra pesada, se dio cuenta de que el sacrificio de sus padres había sido definitivo. Gran Colombia e Imperio Brasileño habían caído, sus cuerpos descansaban en el suelo en medio de las cenizas y el eco del silencio. Colombia quedó de rodillas, tocándose el rostro ensangrentado, sintiendo el frío del acero enemigo grabado en su piel y el peso de la pérdida clavado en su corazón.

Desde entonces, la cicatriz en su ojo derecho se convirtió en parte de él, una marca imborrable que llevaba con una mezcla de orgullo y dolor. Era el recordatorio de la última vez que vio a sus padres con vida, y del juramento que había hecho de cuidar a sus hermanos, sin importar las circunstancias.

"¿De verdad crees que no me duele la muerte de nuestros padres?" preguntó Colombia, con un tono bajo y amenazante. Su voz contenía una mezcla de ira y tristeza, un peso emocional que resonó en la sala, haciendo que sus hermanos se quedaran en silencio. "Ellos murieron para protegernos, y lo mínimo que puedo hacer es honrar su sacrificio cuidando de nuestro hermano menor. No es suficiente para ustedes, ¿verdad?"

"Lo que haces no es proteger," replicó Venezuela con un tono de voz cortante. "Es aferrarte al poder y controlarlo todo. La República Imperial del Gran Brasil merece un futuro libre, no uno atado a tus normas y tu visión de cómo deben ser las cosas."

Panamá, que había permanecido callado hasta entonces, habló finalmente. "Colombia, nosotros también tenemos derecho a ser parte de la vida de nuestro hermano. Tal vez, si compartieras la responsabilidad, podrías encontrar algo de paz. Nadie debería llevar una carga así solo."

La discusión continuó, los reclamos y los resentimientos explotaron como brasas encendidas, cada uno lanzando palabras duras, pero cargadas de dolor y verdad. Para Colombia, no era solo la custodia de su hermano lo que estaba en juego; era su propia lucha por redimirse ante la memoria de sus padres, ante sus propios errores del pasado. Sabía que la responsabilidad que había asumido era enorme, y el peso de llevarla solo había endurecido su carácter hasta convertirlo en la persona fría y distante que sus hermanos veían ahora.

Finalmente, uno a uno, sus hermanos se fueron retirando de la sala, dejando a Colombia solo. Cuando el silencio reinó, él se dejó caer en una silla, cubriéndose el rostro con la mano. La cicatriz en su ojo derecho ardía como si todavía estuviera abierta, y en su mente, las palabras de su padre volvieron con fuerza.

"Cuida a los tuyos," había dicho Gran Colombia.

Colombia inspiró hondo, prometiéndose a sí mismo que seguiría adelante, sin importar las barreras y las críticas de sus hermanos. Proteger a su familia era su deber, aunque en el proceso tuviera que sacrificar su paz y llevar, para siempre, las marcas del pasado en su cuerpo y en su alma.

el cafe que nos unio [mexco] colombia x mexicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora