Desde aquel día en la cafetería, algo había cambiado entre México y Colombia, aunque ninguno de los dos lo admitiera abiertamente. México sentía una extraña urgencia de estar cerca de Colombia, de ofrecerle una mano amiga y, quizás, algo más. Por su parte, Colombia, aunque seguía siendo reservado y un tanto distante, comenzaba a sentir que la compañía de México le brindaba una paz inesperada.
Así que México, con su acostumbrada astucia y energía, empezó a buscar cualquier pretexto para encontrarse con él. Si había una reunión de trabajo, México se aseguraba de llegar temprano (cosa que nunca hacia pues según él la gente importante se hace esperar) para intercambiar al menos un saludo con Colombia. Si se enteraba de algún evento o conferencia en la que él pudiera asistir, allí estaba, y siempre encontraba la manera de coincidir, aunque solo fuera por unos minutos.
Uno de esos encuentros fue en la sede de una organización regional, donde ambos habían sido invitados para debatir temas comerciales. Al final de la reunión, mientras los demás representantes se dispersaban, México vio a Colombia en un rincón, revisando algunos documentos en silencio. Aprovechó el momento y se acercó con su típico entusiasmo.
—Colombia, ¿tienes un minuto? —preguntó con una sonrisa amable.
Colombia levantó la vista, visiblemente sorprendido, pero asintió, guardando sus papeles con calma. Aunque su expresión permanecía seria, México pudo notar un leve brillo de curiosidad en sus ojos.
—Claro, México. ¿Qué necesitas? —respondió, con un tono menos frío de lo habitual.
México tomó aire, sin querer sonar demasiado directo, pero sintiéndose un poco más atrevido de lo habitual.
—Solo quería... agradecerte por confiar en mí el otro día. Sé que no soy alguien en quien sueles apoyarte, pero... en serio, me alegra que podamos hablar. Y, bueno, me gustaría que supieras que puedes contar conmigo cuando quieras.
Colombia desvió la mirada por un instante, como si procesara esas palabras, y luego asintió. Aunque no lo dijera en voz alta, el gesto era un claro indicio de que sus defensas estaban bajando, poco a poco.
—Gracias, México. A veces... es difícil confiar. Pero contigo... —Colombia dudó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. No sé por qué, pero no me resulta tan complicado.
El corazón de México dio un pequeño vuelco. Era la primera vez que escuchaba algo así de Colombia, y la sinceridad de sus palabras lo conmovió profundamente.
—No tienes que agradecerme. —México sonrió, aliviado—. Me gusta que podamos compartir, aunque sea de vez en cuando. De hecho, si no estás muy ocupado, tal vez podríamos tomar un café, ¿te parece?
Colombia pareció sopesar la propuesta. Era algo tan simple, pero la idea de pasar tiempo con alguien que no lo juzgara ni intentara cambiarlo era... reconfortante. Sin mucho preámbulo, asintió.
—Está bien. Vamos.
Al poco tiempo, ambos se encontraban sentados en una pequeña cafetería en el centro de la ciudad. La atmósfera era tranquila, y el aroma del café fresco impregnaba el aire, dándole al momento una calidez acogedora. Aunque las conversaciones eran breves y pausadas, Colombia sentía una extraña paz. Hablaban de temas triviales, sin profundizar demasiado, pero ambos notaban algo en el ambiente, una conexión silenciosa que comenzaba a surgir entre ellos.
México, con su energía contagiosa, trataba de llevar la conversación hacia temas más ligeros, intentando hacer reír a Colombia, aunque fuera solo un poco. En un momento, logró que el colombiano esbozara una sonrisa discreta cuando le contó una de sus anécdotas sobre su último viaje.
—¿Así que te quedaste atrapado en un autobús en medio de la nada porque olvidaste la dirección del hotel? —preguntó Colombia, con una ceja alzada y una expresión entre divertida y escéptica.
México rió, encantado de ver esa chispa de humor en los ojos de su acompañante.
—¡Exacto! Pero eso es parte de la aventura, ¿no crees? —respondió, riendo suavemente—. Aunque claro, con tanto tiempo viajando, debería estar mejor organizado.
Colombia asintió, y por primera vez, su expresión parecía relajada, sin la tensión habitual. Era como si, por un instante, hubiera dejado atrás las cargas que siempre llevaba consigo.
La charla se prolongó, y aunque ambos sabían que debían regresar a sus obligaciones, ninguno tenía prisa por marcharse. En cierto momento, la conversación se desvió hacia el pasado y las tradiciones de sus respectivos países, lo que llevó a México a preguntar algo que había querido saber desde hace tiempo.
—Colombia, ¿alguna vez pensaste en lo que serías si no tuvieras que cargar con todo lo que te ha pasado? Si solo... pudieras vivir una vida tranquila, sin esa carga de proteger a los tuyos.
Colombia se quedó en silencio, sus ojos perdiéndose en la distancia por un momento. Era una pregunta que nunca se había permitido responder, pero en aquel instante, con México mirándolo de esa forma, se sintió capaz de explorar esa posibilidad.
—No lo sé, México —admitió finalmente, en voz baja—. Quizás sería alguien más sencillo... alguien que no tuviera que preocuparse tanto. Tal vez solo un hombre que se dedica a cultivar café y que vive en paz, sin pensar en lo que piensen sus hermanos o en lo que esperan de él.
México sonrió, sin apartar la mirada de él. Ese pensamiento le gustaba, la idea de un Colombia sin la carga de sus heridas, viviendo una vida tranquila y feliz. En el fondo, deseaba que un día pudiera llegar a esa paz que tanto parecía anhelar.
—Pues yo creo que serías bueno en eso —respondió, su tono lleno de una calidez sincera—. Pero incluso con tus responsabilidades y todo lo que cargas, también eres increíble tal como eres. Hay cosas en ti que merecen ser vistas, Colombia. Eres... eres alguien especial.
Colombia se ruborizó ligeramente y desvió la mirada, algo desconcertado por la intensidad en las palabras de México. No estaba acostumbrado a recibir elogios ni a permitir que alguien se acercara tanto, pero con México sentía que, de algún modo, podía bajar sus defensas sin miedo.
Ambos terminaron sus tazas en un silencio cómodo, y al salir de la cafetería, México se despidió con una sonrisa cálida.
—Me alegra que hayamos pasado este rato juntos. Te veré pronto, ¿verdad?
Colombia asintió, y por primera vez, su respuesta no fue evasiva.
—Sí, México. Nos vemos.
Mientras se alejaban en direcciones opuestas, ambos se quedaron con una extraña sensación, un latido que les decía que aquello era solo el comienzo. México se dio cuenta de que lo que sentía iba más allá de la simple amistad, mientras que Colombia, aunque seguía sin comprender del todo sus emociones, sintió una chispa de algo que no había experimentado antes. Y aunque aún era pronto para definirlo, en el fondo de sus corazones sabían que aquella conexión tenía el potencial de convertirse en algo mucho más profundo.
hellooooooooooooooooooooooo banda como van? pos yo bien queria saber de que paises son y como celebran sus navidades
ESTÁS LEYENDO
el cafe que nos unio [mexco] colombia x mexico
Fanfictioncolombia un joven de 23 años alguien esquivo,frio y desconfiado oculta su ojo derecho con su pelo , cuida de su hermano menor republica imperial del gran brasil ambos se quieren mucho, colombia esta peleado con sus 4 hermanos venezuela,ecuador, bras...