El día comenzó tranquilo, como cualquier otro, pero Dev tenía una sensación inquietante en el pecho. Había recibido un mensaje inesperado de su padre esa mañana: "Ven a la oficina. Necesitamos hablar." Aunque las cosas entre ellos habían mejorado ligeramente desde su última conversación, Dev no pudo evitar sentir que esta reunión tenía un tono diferente.
Al llegar a la imponente torre Dimmadome, fue recibido por el silencio frío de los pasillos. Caminó hasta la oficina de su padre, donde Dale lo esperaba de pie junto a una enorme ventana que ofrecía una vista panorámica de Dimadelfia.
—¿Querías hablar conmigo, papá? —preguntó Dev, manteniendo la calma, aunque su corazón latía con fuerza.
Dale se giró lentamente, su expresión tan severa como siempre.
—Sí, Dev. Quiero hablar contigo porque ya no puedo ignorar lo que está pasando —comenzó, con un tono gélido—. Creo que es momento de aclarar algunas cosas.
Dev tragó saliva, preparándose para lo peor.
—He intentado ser paciente contigo. Pensé que esta "fase" que estás atravesando pasaría. Pero cada día me doy cuenta de que eres más débil, más... insignificante de lo que imaginaba. —Las palabras de Dale eran como cuchillos, y cada una cortaba profundamente.
—¿Débil? ¿Insignificante? —repitió Dev, con incredulidad y rabia comenzando a formarse en su pecho.
Dale lo miró directamente a los ojos, su expresión dura como una roca.
—Mírate, Dev. Has tirado por la borda el legado de nuestra familia, todo lo que he construido. Por una chica que no tiene nada que ofrecerte. Por unas ideas absurdas de "independencia" y "felicidad". —Hizo un gesto de desprecio—. ¿Y sabes qué? Nadie realmente te soporta. ¿No te has dado cuenta?
Dev sintió que su estómago se hundía, pero se mantuvo firme.
—Eso no es cierto. Hazel me quiere. Mis amigos están conmigo.
Dale dejó escapar una risa amarga.
—¿Hazel? Esa chica solo está contigo porque siente lástima. En cuanto vea quién eres realmente, se irá, igual que todos los demás. Porque eso es lo que pasa contigo, Dev. Nadie te va a querer de verdad. Nadie puede soportarte. Eres un peso muerto.
Las palabras resonaron en la habitación, cada una más dolorosa que la anterior. Dev abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras. Era como si todo su aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.
—Papá, eso no es...
—¿No es verdad? Mírate. Cada vez que las cosas se ponen difíciles, corres. Dejaste el camino que te preparé porque no eres lo suficientemente fuerte para enfrentarlo. Te escondes detrás de excusas y sentimientos. Eres patético, Dev. Y tarde o temprano, incluso Hazel lo verá.
Dale se volvió hacia la ventana, como si la conversación hubiera terminado. Dev permaneció de pie, paralizado por la mezcla de rabia, tristeza y un profundo dolor que lo envolvía como una tormenta.
Finalmente, encontró la fuerza para hablar.
—Sabes, papá, siempre pensé que parte de mí quería tu aprobación. Que si trabajaba lo suficiente, si lograba demostrarte que podía ser alguien, me mirarías y dirías que estás orgulloso de mí. Pero ahora lo entiendo. Nunca lo harás. Y no porque yo no sea suficiente, sino porque tú nunca serás capaz de ver más allá de ti mismo.
Dale no respondió, pero su silencio fue ensordecedor. Dev salió de la oficina con pasos firmes, aunque por dentro se sentía destrozado.
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Esa noche, Dev fue a casa de Hazel. Cuando abrió la puerta y lo vio, supo de inmediato que algo andaba mal.
—¿Qué pasó, Dev? —preguntó, preocupada, mientras lo llevaba al sofá.
Dev intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Finalmente, dejó caer su fachada y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
—Mi papá... me dijo cosas horribles, Hazel. Que soy insignificante. Que nadie nunca me va a querer. Que tú estás conmigo porque te doy lástima...
Hazel lo abrazó de inmediato, sosteniéndolo con fuerza como si quisiera reconstruirlo con sus brazos.
—Eso no es cierto, Dev. Nada de eso lo es. Yo te quiero porque eres tú. Porque tienes un corazón enorme, aunque te esfuerces por esconderlo. Porque eres valiente y te enfrentas a tu padre, aunque sea aterrador.
Dev se aferró a ella, dejando que sus palabras lo envolvieran como un bálsamo para su dolor.
—No sé si puedo seguir haciendo esto —confesó, con la voz quebrada.
Hazel lo miró a los ojos, sus manos sobre sus mejillas.
—Sí puedes, Dev. Porque no estás solo. Estoy contigo, y siempre lo estaré.
El peso que llevaba sobre sus hombros pareció disminuir un poco. Aunque sabía que las palabras de su padre aún lo perseguirían, también sabía que Hazel era su refugio.
Esa noche, mientras la tormenta rugía en su interior, Dev se aferró a la certeza de que, aunque su padre no lo aceptara, tenía algo más poderoso: el amor incondicional de Hazel.