Durante siglos, él ha sido un mito, un lúgubre eco en la oscuridad de la Ópera de París, hasta que ella llega. Desesperado por sentir algo más que la eternidad, el fantasma decide poseer el cuerpo de un vizconde que frecuenta la ópera, buscando acer...
Era sabido que Armand Moncharmin no tenía idea alguna acerca de notas musicales, pero era amigo cercano del ministro de Instrucción Pública y de Bellas Artes, pues gracias a su trabajo como periodista y su considerable fortuna, desde pequeño había tratado con las élites que rodeaban el mundo de las artes. Por su parte, Firmin Richard era un músico distinguido y un hombre de mundo. Trabajó y actuó en diversos conservatorios de Europa, Asia y América, antes de que Moncharmin le ofreciera una sociedad para dirigir la Ópera de Garnier. Y junto a él, Christine Daaé llegó a París.
Christine era una de sus pupilas en América, una joven huérfana, presuntamente de padres inmigrantes, que había entrado al conservatorio becada gracias a su gran entusiasmo por la música. Ahí logró pulir su talento y Richard vio en ella el potencial para convertirla en la siguiente Prima donna de la Ópera de Garnier. De ahí que Christine deseara corresponder a su benefactor en todo lo que pudiese, ya que nadie hubiera puesto sus esperanzas en un huérfano, especialmente si se trataba de una chica.
***
Tal y como aquel hombre le dijo a Christine, al siguiente día los periódicos hablaron de ella.
—En una noche mágica en la Ópera de Garnier, Christine Daaé ha cautivado al público con una interpretación magistral de Julieta. Desde el primer acorde, su voz resplandecía con una claridad y dulzura que evocaba la esencia misma del amor juvenil —recitó en voz alta Richard, quien sostenía en sus manos el diario Le Journal de Paris.
—Daaé, apodada "La nueva Margarita", se mueve con una elegancia innata, sumergiéndose en la complejidad emocional de su personaje —pronunció emocionado Moncharmin, quien tenía en sus manos un segundo diario—. Su técnica vocal es simplemente sublime, combinando la potencia con una delicadeza que permite que cada nota resuene con autenticidad. Los momentos culminantes de su interpretación, como el famoso "Je veux vivre", fueron recibidos con fervor, demostrando su dominio tanto del canto como de la interpretación —, Moncharmin no sabía de música, pero sí sabía de letras y aquellos suculentos halagos le bastaban para entender el impacto que causó Christine —. ¡Richard! Esto lo escribieron en la Gazette de Leyde, tu chiquilla cautivó al crítico del periódico más importante en Europa.
—Y en L'Ami du Peuple escribieron lo siguiente: Christine Daaé no solo ha interpretado a Julieta; ha reimaginado el papel, dejando una huella indeleble en la memoria colectiva de quienes tuvieron la fortuna de presenciar su actuación. Con su espléndido debut en la Garnier, está claro que el futuro de la ópera francesa está en manos seguras. ¡Una verdadera revelación! —puntualizó Richard sobre la crítica que se había escrito en un tercer periódico.
A partir de ese día, Christine Daaé tuvo las puertas abiertas para actuar en toda la ciudad. Acudió a obras benéficas e incluso fiestas privadas de políticos y miembros de la realeza, una de ellas organizada por la duquesa de Zúrich. En aquella velada Richard la acompañó al piano, mientras ella se dedicó a cantar fragmentos de Hamlet. Tras su actuación, Moncharmin presentó a ambos ante los notables invitados de la duquesa.
Christine estaba maravillada con el palacio de oro y mármol en el que se encontraba, cada que tenía oportunidad hacía un recorrido visual a la habitación para contemplar la exquisitez de arquitectura y opulenta decoración. Entonces, sus ojos quedaron cautivados en la escultura de una musa griega tocando el arpa que estaba a cinco metros de ella.
Sin embargo, aquella sublime vista quedó obstaculizada por la silueta de un hombre. Una silueta que le resultó conocida.
—¿Erick? —pronunció tímidamente Christine mentiras se alejaba de Richard y Moncharmin con el propósito de cruzarse en el camino aquel hombre.
Pero el hombre no le correspondió, en su lugar, llamó la atención de otro caballero.
—Buenas noches, Señorita Daaé —exclamó con gran distinción Philippe, el conde de Chagny, quién sin pensarlo se posó frente a ella impidiéndole avanzar un paso más —. Permítame expresarle la más sincera ovación, tiene usted un talento único. La escuché en su debut en la Ópera de Garnier y fue una experiencia sublime, me complace saber que su talento está a la misma altura en esta velada y eso que solo tiene un piano que la acompañe.
—Gracias mi Señor. Richard ha sido mi guía desde que lo conocí en el conservatorio, creo que él merece tanto reconocimiento como yo. Escucharlo tocar el piano es tan gratificante como escucharme a mí.
—Señorita Daaé, ¿acaso me habla desde un inconmensurable orgullo o desde una divina modestia? —preguntó Philippe con retadora picardía.
—Diría que desde una inconmensurable modestia —, respondió ingeniosamente Christine, lo que provocó una leve sonrisa en Philippe —. Con su permiso, quisiera saludar a alguien.
Antes de que Christine pudiera seguir su camino, Philippe le apresó el brazo.
—No sin antes saludar a su anfitriona, la duquesa de Zúrich.
«Ese idiota ya olvidó el nombre que le inventó a esta joven. Vaya que lo he salvado esta vez», pensó Philippe mientras encaminaba a Christine a otra habitación.
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